Sergio Porlán, ayer, en la galería Art Nueve.

«Quisiera ser una momia»

artista plástico

Antonio Arco

Jueves, 5 de noviembre 2015, 01:09

Hay unos versos de María Victoria Atienza que parecen describir lo que Sergio Porlán (Lorca, 1983) logra con sus creaciones. «Levanté con mis dedos el cristal de las aguas, / contemplé su silencio y me adentré en mí misma», escribe la poeta. Porlán, artista plástico de exquisita factura, de misterioso encanto y propuestas que, más allá de la estética, persiguen adentrarse en el peligroso y apasionante bosque que es el corazón humano, intentando buscar refugio y respuestas en sus claros y en los latidos que un día se extinguirán, da la impresión de que podría también dominar el agua hasta convertirla en arte. O que podría hacer una obra que explicase sin palabras lo que queda del amor después del amor, o hacer que resulte bellísima una perdida carretera de asfalto. La galería murciana Art Nueve muestra estos días su nueva exposición, 'Casa fría', «donde pintura, escultura e instalación se ponen al servicio de un discurso sobre la fragilidad, el paso del tiempo y la conciencia de lo cotidiano». Para este proyecto, el artista ha utilizado restos de medicamentos reales dispuestos sobre la superficie pictórica, así como otras sustancias tan vinculadas al dolor como al placer. En esta 'Casa fría', que te hace suyo como si se tratase de una casa encantada, intuyes sin verlos una ventana indiscreta, una cama confortable que atesora gemidos, y unos huesos escondidos en ninguna parte en los que se puede leer a Dylan Thomas: «Donde hubo codos y pies aparecerán estrellas».

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  • Artista Sergio Porlán.

  • Exposición 'Casa fría'.

  • Galería Art Nueve. C/ Teniente General Gutiérrez Mellado, 9. Murcia.

-¿Qué puede hacer?

-Si me pierdo entre la maleza, creo que podría encontrar la salida. Llevo encontrando salidas en mi vida desde que era muy jovencito. Sé buscarme la vida.

-¿Y qué no volvería a hacer?

-Fugarme por amor. Nunca más.

-¿Qué es una gran suerte?

-Algunos de mis grandes amores en el pasado siguen cuidándome como entonces. Si eso no es una gran suerte, no se me ocurre otra cosa que decirle.

-¿Qué pasa con su cara?

-Soy bastante benévolo con la cara que me ha tocado. No tener pestañas me hace cara de bueno, de la que me he aprovechado para pequeñas maldades. En algunas ocasiones, estando deprimido, no me he reconocido, pero ahora me miro en el espejo y digo: ¡mira, este me suena de algo! Y me pongo contento.

-¿Hasta dónde es imperturbable?

-Me hago el duro pero soy impresionable. Me esfuerzo por acartonar el gesto. Quisiera ser un pilono egipcio, una momia hierática, un gato disecado en algunos momentos, pero todo se me nota. La ira, la vergüenza, la preocupación, todo junto.

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-¿Qué quedó del niño bueno?

-Creo que poca cosa. Quizás una responsabilidad extrema y rara. De pequeño siempre estaba preocupado por todo a la misma vez, me tomaba las cosas muy en serio. Había ocasiones en las que no pedía nada por Reyes por si se arruinaba mi familia. Era muy espartano. Ahora soy más tranquilo pero algo de la preocupación de niño bueno creo que ha perdurado.

-¿Hoy de qué está en condiciones?

-De hacer lo que hoy he planeado hacer. De coger el viento a favor.

-¿Por qué tan pocas obras?

-Pero si la exposición está llena de cosas: la distancia entre los objetos, ¿le parece poco? El aire que llena la galería y que desocupan las esculturas, la luz que se cuela por las ventanas, el olor a vodka, los medicamentos... Duchamp definía los infraleves como aquellas cosas que no llegaban a tener materia suficiente para ser aprehendidas pero que formaban parte de lo cotidiano: el ruido del roce de los pantalones o el calor de un asiento que se acaba de dejar. Pretendo que esté todo lleno aunque parezca vacío.

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-¿Qué necesita?

-Que me quieran, ¡como todo el mundo! Y superar algunas manías que me hacen repetir comportamientos de manera absurda, un 'toc' que me persigue por épocas. Necesito sentirme útil, constructivo y ético en el trabajo.

Control, abuso, chulería

¿De qué abomina?

-La chulería me puede, los sabiondos, los envidiosos, los abusones, los controladores. Huyo de la tontería y también de los revolucionarios muertos de aburrimiento.

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-¿Qué persigue como artista?

-Llegar a poner en común, de manera precisa, aquello que quiero decir. Manejar bien una gramática de las imágenes y hacer que funcionen juntas. Que entre la idea, la materialización y la comunicación no haya distancias. Construir máquinas para pensar, propuestas inútiles que nos alejen de lo productivo y nos adentran en lo simbólico. Alumbrar otros mundos.

-¿Cuándo se siente libre?

-En la euforia de la compañía de los amigos, en la embriaguez de estar juntos, haciendo planes, y al finalizar una jornada de trabajo bien hecho. Necesito que haya un motivo al final del día para ponerme contento y sentirme libre, una microfiesta dionisíaca a mi manera. De la tristeza me siento preso, limitado, no me parece ni romántica.

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-¿Por qué las drogas?

-Nacemos y ya nos están drogando. Por suerte vivimos en un mundo medicalizado. Son elementos presentes en nuestras vidas de manera permanente. Curan y matan, según las proporciones. Las utilizo en la exposición por el potencial pictórico que tienen, son pigmento y a la vez indican el abismo, son parte de la realidad, recuerdan la fragilidad y la decadencia de los cuerpos. Permiten acceder a mundos de estéticas particulares, elegidas. Lo de la legislación en la medicación me parece un aburrimiento, hemos demonizado cosas que solo pertenecen a la libertad individual.

-¿Qué puede llegar a no hacer?

-Un favor en el que me parezca que hay escondida violencia, mezquindad o dolor. Seguro que no lo hago.

-¿Qué cicatriz no le importaría tener?

-La cicatriz que deja haber vivido de manera intensa, sin perderme nada, aunque queden marcas. Me gusta la gente a la que se le pueden leer las magulladuras como si fuera un código grabado en piedra.

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-¿Con qué nos va a sorprender?

-Mi primera intención no es sorprender, prefiero convencer aunque no sea en el primer vistazo, poco a poco, como una lluvia fina y terca, insistente.

-¿Con qué se va a sorprender a sí mismo?

-Todo me sorprende y a la vez tengo la sensación de haber conocido muchas cosas ya. Algunas veces un olor puede desencadenar la mayor de las sorpresas, una idea suponer un estímulo enorme. De las cosas que más me sorprenden está la disciplina de los cuerpos, el cuerpo en movimiento, la danza. Me hipnotiza que ahora todo el mundo sea guapo y no pare de hacer deporte.

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-¿A quién le gustaría tener como modelo a su disposición?

-A Margo Channing [personaje que inmortalizó Bette Davis,], en mi estudio, tomándose un Dry Martini y diciendo aquello de: «Abróchense los cinturones. Va a ser una noche llena de baches», y ya veremos si charlamos, pintamos o nos abandonamos.

-¿Y a quién más?

-Pues a Jeff Buckley, en el río Wolf en el que se ahogó. Dibujarlo de un solo trazo, sin levantar el grafito del papel y sin que me temblara la mano.

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