Barquerito
Domingo, 26 de abril 2015, 08:02
La cosa empezó con un amago de tragedia. Padilla libró a porta gayola una larga cambiada de rodillas al primer toro de Jandilla, y enseguida otras dos largas más en paralelo a tablas. El toro corría escopetado, y escopetado y a la carrera se fue Padilla a perseguirlo y buscarlo en los medios. De espaldas a toriles -la querencia natural- Padilla se estiró en un lance a pies juntos que pudo haber sido fatal. El toro lo arrolló y prendió por la ingle o el vientre. La voltereta fue brutal.
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Llegó al quite todo el mundo con formidable presteza, Padilla no pudo ni incorporarse, el gesto de las asistencias era de alarma. La cuadrilla sujetó al toro en el burladero de capotes mientras se llevaban casi a rastras a Padilla hasta el callejón por la puerta de cuadras y cuadrillas, que en la Maestranza da paso a la llamada Puerta Principal. Entre barreras se repuso Padilla como si no le doliera ni la paliza. Llevaba en la taleguilla, entre la cinturilla y el tiro, un siete de dos rasgados tremendos. Se calzó unos pantalones pirata y se le pasó el susto de golpe a todo el mundo. Y al tajo.
El toro sorprendió a Antonio Montoliu mal montado y derribó en la primera vara. Un segundo puyazo sin puntería. Abellán quitó por chicuelinas, tres, y abrochó con larga muy bien tirada. Padilla no perdonó ni las banderillas, pero el tercio se hizo eterno. La banda le dio dos vueltas al Ayamonte. Noble pero crudo, apenas castigado, el toro anduvo en la muleta muy a su aire y sin gobierno. Padilla, que toreó muy a la voz pero a voces, tuvo que esgrimir un par de acostones. La veteranía es un grado y en este caso fue recurso de Padilla para bandearse y salir salvo. Una estocada corta y tendida, siete golpes de verduguillo, un aviso. Y una ovación que Padilla recogió entre barreras. Antes de arrastrase el toro saltaron por sorpresa dos antitaurinos, uno de ellos se echó encima del toro cuando iban a lacearlo en el tiro de mulillas, la policía resolvió sin contemplaciones.
Los afanes incansables de Padilla en el cuarto -tandas calcadas, toreo en serie- se encontraron de repente regalados por la banda de música. Con la música, el calor incondicional de ese público tan particular de los sábados de Feria en Sevilla, que nada tiene que ver con el de cualquier otro día de la semana o de la misma preferia. Bastó que Padilla abriera faena de rodillas para que se desatara la fiesta. Una buena estocada y pañuelos más que de sobra para una oreja casi por sorpresa.
Pegado a las tablas, Padilla se pegó una vuelta al ruedo de abusiva duración: abrazos a diestro y siniestro, saludos hasta al apuntador, sombreros, gorras. Devolución de prendas, decían los viejos despachos. Un mantón, algunos pañuelos. Y un clamor. Como si hubiera sido la faena de la feria, Abellán hizo y firmó las cosas mejores, pero le duró demasiado poco el segundo y el quinto no tuvo tampoco más allá de diez viajes. El Fandi armó en banderillas la tremolina; él y Abellán se fueron de vacío.
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