![Crecer en un centro de protección](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2025/02/09/198715795--1200x840.jpg)
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Los niños del hogar de protección Las Palmeras, en Lorquí, están a punto de salir de clase, así que el personal del centro se coordina para recibirlos con un plato de comida y la habitual ronda de abrazos. «Esto es como una casa con 12 hijos», señala la directora del recurso, Mercedes Pérez, que actúa por momentos como si fuera la madre de todos. «Le ponemos mucho amor y mucho cariño. Es lo que más necesitan estos niños, porque llegan con unas carencias brutales». Los dos más pequeños tienen 4 y 6 años; el mayor, 16.
Cuando acabe la comida, uno de ellos, de 11 años, verá un vídeo de presentación de la que podría ser su nueva familia de acogida permanente. Lo acaba de enviar el Servicio de Acogimiento Familiar Temporal y de Urgencia de la Comunidad (Acofamt). Será la primera toma de contacto en un lento proceso que se realiza con sumo cuidado con un único fin: evitar que la experiencia acabe en fracaso y suponga el retorno del menor a la tutela de la Administración, añadiendo más dolor a una historia ya de por sí lacerante. Para la proyección, el pequeño será apartado del resto. «Para los demás sería una bomba emocional», señalan los profesionales. Por eso no deben verlo.
Los pequeños arrastran heridas de distinta profundidad que se tratan de sanar con paciencia y asistencia psicológica. «Son un libro en blanco. Y cuanto menos páginas llevan escritas, más fácil», subraya la psicóloga de Las Palmeras, Mari Carmen Fernández.
La Comunidad mantiene la tutela de más de medio millar de menores para salvaguardar su integridad tras detectar situaciones extremas. «Abusos sexuales, maltrato, dejación de funciones, problemas de adicción de los progenitores... Hay muchísimas circunstancias donde se hace necesario retirar la tutela a los progenitores», explica Federico Padial, presidente de la asociación de familias de acogida regional Afamu, que esta pasada semana exigió al Gobierno regional que acelere las medidas para cumplir con el compromiso que adquirió en 2022, junto al Ejecutivo central y el resto de comunidades, de sacar a todos los niños de menos de 6 años de sus centros antes de que finalice 2025, un objetivo que se antoja difícil debido fundamentalmente a la falta de familias de acogida y la complejidad de los procesos. Más de 60 niños de estas edades esperan su oportunidad en la Región.
Jesús Teruel, coordinador de a nivel regional de los centros de la Fundación Diagrama, recuerda que la meta la marcó la Unión Europea con dos escalones: «Cero niños en los centros de 0 a 6 años para finales de 2025, y cero de menos de 10 en 2030».
Esta prioridad se establece por su especial vulnerabilidad. «De 0 a 7 años se determina la personalidad de un ser humano –explica Mercedes Pérez–. Es un tiempo que marca lo que vas a ser. Y está claro que la estructura que te da una familia no te la puede proporcionar un centro donde ahora hay un educador, se va a las tres, viene otro, y otro distinto por la noche. Para los niños es empezar a montarse la idea del mundo desde una distorsión».
Sin embargo, estos recursos siguen siendo necesarios. Beatriz Granados, coordinadora de los programas de acogimiento de Acofamt, señala que la mayor barrera para el acogimiento es el desconocimiento. «Mucha gente no sabe las opciones que existen para ofrecer a estos niños un ambiente seguro y estable», explica. En la Región están en marcha, entre otros, el programa Canguro o de urgencia para menores de 6 años, con una duración estipulada de seis meses; el de acogida hasta los 17 años, con plazo estimado de 18 meses; o el especializado, destinado a profesionales con dedicación exclusiva para el cuidado de menores con situaciones complejas.
«Lo que pasa con estos chicos es que llegan con una mochila», asegura Jesús Teruel. «Tenemos uno con TDAH –trastorno por déficit de atención e hiperactividad– al que su padre trataba de educar a base de palizas, una niña con un trauma bastante grande a la que le cuesta mucho relacionarse. Se hace un esfuerzo muy grande por parte de la Administración para que estos menores puedan ser acogidos lo antes posible, pero no es tan sencillo».
Para su salida de los centros, se trabaja en tres vías en orden de prioridad. En primer lugar, la intervención con los padres para abordar el problema que motivó la retirada de la tutela y hacer posible el regreso al hogar de los menores. Si no es viable, se explora la opción de la familia extensa –tíos, abuelos...– y, en último lugar, el acogimiento en familia ajena.
Rocío Egea y su pareja, Diego Norberto Ortiz, forman parte del programa de acogimiento de urgencia, a través del cual se han hecho cargo de tres bebés. La mayor acaba de cumplir un año. «Nuestra intención es evitar que estos niños pasen por una institución y puedan recibir el amor y la estabilidad de un hogar», cuenta Rocío. Para ellos, que tienen hijos ya mayores viviendo fuera de casa, el acogimiento ha supuesto un cambio radical. «Es muy bonito, pero muy sacrificado. Lo más importante cuando te metes en esto es hacerlo con mucha responsabilidad, porque no puedes echarte atrás». Lo que ni Rocío ni Norberto quisieran que ocurriera «por nada del mundo» tras el esfuerzo, es que «los niños cuando acaben aquí terminen en un centro. Eso no tendría sentido», dice ella con un nudo en la garganta.
«Tú sabes que estás aquí de puente con el fin de que estos chicos puedan encontrar una familia adecuada, joven, que pueda cubrir sus necesidades también cuando sean mayores», asegura. Por edad, ellos no se ven haciéndolo. Lo que sí tienen claro es que estos tres bebés no serán los últimos. «Mientras tengamos energía, ayudaremos en lo que podamos. Saldrá uno y entrará otro», dice.
«Lo que hacen estas familias de acogida es un acto de generosidad increíble –subraya Mercedes Pérez–. Ojalá hubiera muchas más, porque lo que todos queremos es ver el centro vacío».
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Fernando López Hernández y Rubén García Bastida
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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