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Ninguno de sus tres hijos seguirá con su afición. Así que, a sus 80 años, a Jesús Pérez, de Espinardo, escritor y antiguo empresario, le gustaría dejar bien atado qué será de la colección a la que ha dedicado su vida. Dos estancias, forradas de baldas hasta el techo, guardan en un orden que solo él conoce 3.000 latas de pimentón, de diferentes tamaños, que dan cuenta de un negocio con el que Murcia adquirió fama mundial. «Me gustaría que estuvieran en un museo para que todo el mundo pudiera disfrutar de su belleza», indica a LA VERDAD. De momento, aguarda propuestas, aunque no desvela si este material único tiene un precio.
Entre los posibles destinos figura una coleccionista belga, Yvette Dardenne, que comparte la misma pasión por los envases de hojalata. Jesús Pérez preferiría que no salieran de la Región, pero los contactos mantenidos hasta ahora con diferentes instituciones no han dado resultados. Como emplazamientos que se barajan también aparecen el molino Armero, en plena fase de restauración, en la pedanía de Cabezo de Torres, y el futuro museo de la conserva de Alcantarilla, aunque de momento la incógnita se mantiene. El Museo de Bellas Artes de Murcia (Mubam) sí ha mostrado interés por organizar una exposición temporal en sus salas.
El imponente muestrario se ha alimentado de viajes de trabajo y de visitas a mercadillos y anticuarios, si bien internet es ahora el gran escaparate para conseguir este tipo de piezas. La más antigua que atesora este conocido vecino de Espinardo, que tiene una calle con su nombre en este barrio, data de 1901. Posiblemente sea una de las primeras que fabricaron los maestros hojalateros con este fin, porque hasta finales del siglo XIX el pimentón se envasaba en sacas y barriles. La producción de este condimento tan murciano (aunque ahora superado en popularidad por el pimentón de la Vera) no solo dio de comer a huertanos, molineros, jornaleros y oficiales de talleres.
También empleó a jóvenes ilustradores que recibían los encargos de diseñar las marcas –hasta 300, con nombres como El Centauro, El Lirio o La Corona– con las que el producto se comercializaba en aquellos recipientes que parecen pequeñas obras de arte. Después se revelaron como maestros de la pintura. Algunos de los primeros trabajos de Ramón Gaya, Victorio Nicolás, Luis Garay y Pedro Flores se corresponden con esos dibujos de toques modernistas y vivos colores. La colección de Jesús Pérez incluye dos originales de los dos últimos artistas citados.
«Cada lata es una novela cargada de penalidades y triunfos», declara el último eslabón de una saga de emprendedores dedicada al comercio del pimentón, entre otras actividades, que inició su bisabuelo Antonio Pérez. Otras familias también florecieron gracias a un negocio que en 1910 contabilizaba en la Región un centenar de firmas exportadoras. La mitad de ellas se concentraban en Espinardo, donde todavía hoy quedan en pie vestigios de aquel pasado de riqueza, como el edificio del casino, cuya construcción promovió el gremio.
Recuerda Pérez que el Catastro de Ensenada ya recogía, a mediados del siglo XVIII, la existencia de un primer molino pimentonero que aprovechaba la fuerza del agua de la acequia mayor de Aljufía, cerca de La Ñora, para mover las pesadas piedras y extraer el preciado polvo rojo. La actividad pronto se expandió gracias a la fama de esta joya gastronómica, que también tiene otros usos en cosmética y el sector farmacéutico. La plantación de pimiento para pimentón se extendió por la Vega del Segura. «Los mejores se daban en las huertas de Zaraíche», indica Jesús Pérez. Después, el cultivo dio el salto al Valle del Guadalentín y al Campo de Cartagena.
En medio siglo, aunque con altibajos, las ventas de la preciada especia se dispararon en la Región. De los 84.000 kilos que se comercializaron en 1850 se pasó a una producción de 2,1 millones de kilos en 1901; la mitad salían de la casa Albarracín y Alemán. Dicho despegue vino de la mano de la exportación a países como Argelia, Cuba, Argentina, Portugal y Egipto, entre otros muchos. A principios del siglo XX, el mercado exterior se ensanchó con nuevos destinos, como Hungría y Estados Unidos, para la denominada 'spanish paprika'. La marca Mickey, con una imagen del popular ratón, da cuenta de aquel desembarco, hacia 1930, al otro lado del Atlántico. Hoy día, el comercio de especias todavía tiene su peso en la economía regional de la mano de varias compañías punteras.
La colección también luce como un trofeo tres llaves que tienen su historia. Pertenecieron al edificio de los molinos de río, donde la familia disponía de ocho piedras para moler pimentón. La expropiación que llevó a cabo el Ayuntamiento de Murcia con el fin de convertir el inmueble de la margen derecha del Segura en las actuales instalaciones culturales derivó en un conflicto que acabó en el Tribunal Supremo.
Una indemnización millonaria puso fin a catorce años de pleitos y conflictos, aunque esta saga de empresarios nunca llegó a entregar las llaves en señal de protesta. Muchos de los recuerdos que atesora Jesús Pérez los ha plasmado en dos libros que recogen la historia de la industria del pimentón. Ahora prepara una nueva publicación, mientras espera que la pasión que ha sido su vida no quede en el olvido.
El arqueólogo Francisco José Montes advierte a LA VERDAD de que esta colección «nos habla de un elemento identitario de Murcia», y llama la atención acerca de la necesidad de proteger también un legado que forma parte del patrimonio contemporáneo mueble. El experto reivindica que «es una asignatura pendiente a nivel nacional; el peso de nuestra historia no nos hace fijarnos en la tendencia actual de valorar épocas más recientes». «Todas las épocas y sus objetos más representativos –reflexiona– son o serán patrimonio cultural en un mundo donde se han acelerado los procesos productivos y la conservación del patrimonio debe adecuarse a los cambios de la sociedad».
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