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Luis (el nombre es ficticio para preservar su intimidad) ingresó en el centro educativo juvenil de La Zarza convencido de que «no valía para estudiar, creía que era tonto». Se ganó el cartel de conflictivo y mal estudiante por méritos sobrados; repitió curso, faltaba a clase, se descolgó y olvidó que un día fue alumno. Se metió en líos, delinquió y el Juzgado de Menores le impuso el internamiento en La Zarza. El pasado año salió del centro con su título de Educación Secundaria Obligatoria debajo del brazo. Otros internos consiguen aprobar el acceso a los grados medios de Formación Profesional, algunos hasta se han preparado allí la Ebau y otros simplemente «reconectan» con una faceta que un día aparcaron y hoy recuperan: la de estudiante.
Cuando entra al aula, Antonio deja de ser un menor internado con medidas judiciales y se transforma en un alumno. En la puerta quedan su historia familiar, su desarraigo, sus problemas en la calle y los conflictos. La gramática inglesa que la 'ticher' María Ángeles le enseña es, por unas horas, su única preocupación y casi un respiro a una vida compleja que pesa a los 16 años. «Aquí me va mejor que en el colegio de Fuente Álamo, con los profesores, los educadores. Mira, llevo dos libretas llenas, eso no lo había hecho yo nunca», exhibe mientras sus compañeros bromean diciéndole que no se pase. Su compañero también lleva un mes en el centro. Cometió un robo con navaja y cree que en el centro le está yendo «bien. Estaba asustado antes de venir».
Un centenar de menores estudian durante los meses de ingreso en los dos centros educativos juveniles que funcionan en la Región, La Zarza (Abanilla) y Las Moreras (en Jumilla). Los chavales han cometido delitos y han sido remitidos por un juez de menores con medidas correctoras que implican el internamiento en régimen cerrado, semiabierto o abierto. De su educación académica se encarga un equipo de docentes de los centros Nuestra Señora de Los Baños, Juan Carlos I y otros profesores destinados en exclusiva, como Jesús Abad. Encender la chispa de la motivación que perdieron para reconectarles es su objetivo primero. «Vienen muy desconectados, con pocas o ningunas ganas de estudiar, tienen desfase curricular, la mayoría son absentistas... Es difícil».
Algunos de los menores encuentran en el centro por primera vez en su vida horarios que cumplir y rutinas que seguir. Madrugan, desayunan, van a clase, realizan actividades, talleres... «Los primeros días son los más complicados. Realizan un taller de iniciación y cada uno tiene su itinerario individual», explica el director del centro, José Marco. En función de su nivel, capacidad, objetivos... se incluyen en uno de los tres niveles curriculares con los que se organizan. «No es un aula resultadista, lo importante es que reconecten, pero se consiguen cosas. El año pasado acabó un chaval que entró con 15 años y un desfase enorme. Salió tres años después con su grado medio en Enfermería», cuenta satisfecho Abad. Otros se reponen hasta titular en el primer curso de la ESO y los que llegan con carencias graves, cogen destreza en la lectoescritura. Los menos, siguen las clases en su instituto y algunos han llegado a preparar las pruebas de acceso a la Universidad en el centro. Los progresos de cada uno quedan en su libro de escolaridad del colegio o instituto de referencia, del que proceden, de modo que su intimidad no quede señalada con anotaciones del centro.
La integración de los nuevos en el engranaje es difícil, pero, generalmente, con progresos. «He tenido alumnos que ni siquiera podían estar sentados en la silla una hora y ahora van muy bien», ejemplifica el docente, que ha ido sembrando un colchón que amortigua los conatos de disrupción. «Cuando los alumnos entran al aula y todo funciona de manera más o menos normal, se terminan enganchando. Eso nos ha costado un trabajo previo importante». Los grupos son pequeños, de ocho o diez alumnos, y eso ayuda.
El perfil de los chavales que ingresan en el centro de La Zarza ha ido cambiando en los últimos años. El trapicheo y los robos han hecho espacio a las medidas por violencia paterno filial y por agresiones sexuales. Las adicciones se quedan también en la puerta. «No está permitido tampoco fumar tabaco y la verdad es que se acostumbran. No hay problemas por ese motivo», explica José Marco. El entorno del centro, rodeado de pinos carrascos y algún ciruelo cuajado de flores, acompaña. Junto a la pista deportiva donde otro grupo de chicos echa un partido de fútbol con el monitor, la biblioteca Bucay, que el propio escritor inauguró en La Zarza, más visitada de lo que cabría pensar, cuenta el director. «Aquí no tienen móvil y, chavales que no habían cogido un libro por placer en su vida, se enganchan. Cuando salgan, ya dependerá de ellos».
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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