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En el balcón de una vivienda situada en la primera planta del edificio cuelga una sábana desplegada, con un texto que reza: 'Hakuna ... Matata, vive y deja vivir'.
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Al escrito le acompañan el dibujo de un corazón y el símbolo 'hippie' de la paz. Dos plantas más arriba, en el tercer piso, otra manta pende de la terraza con un mensaje que parece responder al que aparece cinco metros más abajo: 'Fuera okupas. Ley antiokupas, ya'. Ambos recados evidencian la disputa que se vive en el bloque de 40 casas, ubicado en la calle Escuela Viejas de la pedanía murciana de Torreagüera.
Una situación insostenible por la que están pasando decenas de propietarios en la Región, donde el problema no ha dejado de crecer durante la pandemia. De hecho, en lo que va de año, la ocupación ilegal de viviendas ha aumentado en la Comunidad un 20%, hasta alcanzar más de 176 casos, con casi una denuncia al día, frente a los 147 del año 2019, de acuerdo con los datos del Sistema Estadístico de Criminalidad (SEC) del Ministerio del Interior. El Consejo de Gobierno, ante esta situación, prevé aprobar hoy el decreto ley de Vivienda y Lucha contra la Ocupación para frenar esta práctica.
Para los vecinos del inmueble de Torreagüera, la batalla dura ya siete meses, desde que los okupas se instalaron en tres viviendas. Durante ese tiempo, explican, han soportando gritos, amenazas, insultos y destrozos en el mobiliario y han hecho frente al pago de elevadas facturas de luz y agua por enganches ilegales. «Vivimos con miedo. Miedo a que les hagan algo a nuestros hijos cuando están solos en casa; miedo a que se metan en nuestros pisos cuando no estamos», clama Juan José Castillo, presidente de la comunidad de vecinos.
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Los primeros okupas eran inicialmente vecinos del edificio: una pareja que llevaba varios años viviendo de alquiler en una casa del inmueble, pero dejó de pagar. Tras acumular seis meses de deuda, el propietario logró echarlos y tabicó la puerta del piso. El intento de ocupación, no obstante, no se quedó ahí y usurparon otra vivienda, propiedad de un banco.
Además, durante varias semanas se dedicaron a enseñar los pisos que estaban deshabitados a amigos y conocidos. «Una joven, con una niña de corta edad, y su hermano, junto a la pareja de este, se metieron en otras dos viviendas. Ese fue el inicio de la pesadilla», apunta el representante vecinal. Para hacerse oír, desde hace un mes, cada martes por la tarde, los vecinos organizan una cacerolada en plena calle para pedir que los okupas se marchen. «Han traspasado ciertos límites. A mí me han seguido al trabajo y me han amenazado de muerte dos veces», apunta Castillo, quien protagonizó una tensa escena hace dos semanas con uno de los okupas.
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«Un vecino echó silicona a la cerradura de la puerta del piso del okupa, y más tarde sorprendimos a este forzándola con un destornillador». La secuencia la grabó con el móvil y en el vídeo se ve al morador ilegal recriminando al vecino que le hubiera saboteado el acceso a la vivienda. «Ahora ha colocado un cartel que advierte de que hay una cámara oculta enfocando, y que si se rompe la cerradura, será grabado y denunciado. Es de locos», reflexiona el presidente.
Al margen de las constantes disputas, los moradores denuncian recibos «desorbitados» de luz y de agua comunitaria. «Además nos recuerdan que suelen dejar correr el agua del grifo y las luces encendidas durante horas para que paguemos más. Nos han llegado facturas de más de mil euros, y ahora no podemos pagar la luz de la escalera», recuerda la propietaria de una casa.
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A esos gastos se suman los desperfectos que ocasionan en el mobiliario de las zonas comunes. «Destrozan los contadores, los interruptores de las luces... El pasado lunes cambié la cerradura de la puerta de la entrada al edificio y, como no le dimos una llave, la reventaron», explica Castillo.
Por su parte, una de las okupas asegura a LA VERDAD que ella no busca problemas con nadie. «Solo quiero tener un techo donde vivir con mi hija y con el bebé que viene de camino», indica María, de 22 años. Justo en el momento de la conversación, una vecina aparece por la puerta del edificio e interviene: «Lo que tenéis que hacer es marcharos y dejar de molestar».
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–No tengo donde ir.
–Acude a Servicios Sociales para que te den recursos.
–Ya lo he hecho, y no me dan las ayudas de madre soltera.
–Pues vete a casa de tus padres.
–No tengo familia.
–Me dan mucha pena tus hijos, pero yo trabajo de lunes a sábado, mil horas, para pagar la hipoteca, la luz, el agua y la comida, no para costear vuestras necesidades básicas. Poneos a buscar un empleo, como hacemos todos, y dejad de vivir del aire.
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