Un taxi neoyorquino circula por Murcia. A. Botías

Un taxi neoyorquino en Sangonera

La Murcia que no vemos ·

José Miguel, un coleccionista murciano de coches antiguos, posee uno de estos vehículos con su característico color amarillo

Viernes, 7 de febrero 2025, 12:55

Entre Murcia y Nueva York, en línea recta y del tirón, hay más de seis mil kilómetros. Un viaje que, incluso en avión, resulta largo y costoso. Imaginen recorrer esa distancia en taxi. Claro, si el Atlántico contara con una autopista para tan extraordinaria travesía.

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−¿Dice usted una autovía como la del bancal?

−No. Esta sobre el mar se construiría más deprisa.

Muchos recordamos la icónica película de Martin Scorsese, 'Taxi Driver' (1976), que nos sumergió en la vida de Travis Bickle, un desilusionado veterano de Vietnam que trabajaba como taxista nocturno en la Gran Manzana (o la «Gran Pero», como diríamos por aquí). Pero no hace falta cruzar el océano para encontrarse esos míticos taxis amarillos. Basta con acercarse a Sangonera la Verde.

En las calles de esta pedanía murciana, cualquier puede experimentar algo similar a lo que vivió la crítica literaria Wendy en la película 'Aprendiendo a conducir'. En ella, forjó cierta amistad con Darwan, un refugiado político sij que conducía otro de esos taxis amarillos, de color tan característico como el de los limones ya macocos, vulgo maduros en Murcia, que se desprenden estos días en los bancales de La Arboleja.

Cuento estas cosas pues andaba conduciendo el otro día cuando, por sorpresa y en sentido contrario, observé a un taxi. Al instante, me llamó la atención ese color chillón. Atención que devino en sorpresa al cruzarse conmigo y descubrir que sí, que era un auténtico taxi de Nueva York. Pero hasta en el más mínimo detalle.

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Kafka escribió en una ocasión: «Lo cotidiano en sí mismo es ya maravilloso. Yo no hago más que consignarlo». Eso mismo quiero hacer: compartir con ustedes esta pequeña maravilla pues, como escribió Bertolt Brecht, «no acepten lo habitual como cosa natural». Y, créanme, ver un taxi neoyorquino circulando por Sangonera la Verde no es algo habitual. Es, más bien, una de esas sorpresas que nos recuerdan que vivimos en una ciudad llena de contrastes y paradojas sublimes.

Así que, naturalmente, accioné el freno de mi vehículo, di la vuelta y me lancé en persecución de aquella insólita aparición. Tras unos minutos, logré que el taxi se detuviera. Fue entonces cuando conocí a José Miguel, su propietario, un apasionado de los vehículos antiguos que, con entusiasmo, me mostró su más preciada joya.

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En un mundo donde lo rutinario aburre a veces, encuentros como este nos recuerdan que la magia puede aparecer en los lugares más inesperados. Y, por un momento, Sangonera la Verde parecía un pequeño rincón de Nueva York.

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