Tras la resaca después del frenético vendaval festivo de las últimas semanas, los carnavaleros entraron en un período de sosiego y tranquilidad que viene precedido al destino de sus estrambóticos disfraces, que tantas risas han provocado entre el público. La parafernalia que conlleva la confección de los trajes a medida, que ha llegado a durar hasta medio año en algunos casos, logra que estas 'obras maestras' sean únicas, valiosas y admiradas. Pero, tras la fiesta pagana, toca conceder otra vida a los vestidos.
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«Los utilizaremos en otros espectáculos hasta que se hayan usado tantas veces que tengamos que ponerlos a la venta», explica Gloria González, de la academia de danza Víctor Campos de Las Torres de Cotillas. Sin embargo, la carnavalera reconoce que, en realidad, le cuesta deshacerse de ellos: «Tengo un vestidor lleno de disfraces después de 20 años participando en carnavales». La joven señala que tampoco resulta sencillo colocar el traje, ya que se trata de uno hecho a su silueta. «Al final, acaba uno guardándolo en el armario, a no ser que venga alguien de otra comparsa interesado en comprarlo», puntualiza González.
También está la parte psicológica de lo que representa el disfraz, confiesa Domingo González, vicepresidente del carnaval de Cabezo de Torres, quien atesora más de una decena en el guardarropa de su casa. Pero, revela que las nuevas plataformas tecnológicas de venta por internet han propiciado en los últimos años una mejor salida de los vestidos, que les pueden llegar a costar hasta 700 euros. «Si los conservas bien, tienen una buena salida, aunque sea venderlo por 100 euros», apunta el carnavalero.
«Solemos coger mucho cariño a los disfraces porque, al final y al cabo, los compramos nosotras mismas y los hacemos a nuestra medida, con muchísimo trabajo por detrás», cuenta Begoña Flores del grupo Marabukas, de Cabezo de Torres. La carnavalera aprovecha el traje para salir en pasacalles foráneos como Llano de Brujas, pero también en otras fiestas como la Batalla de las Flores o el Bando de la Huerta.
A través de la red de Instagram aparecen personas que desean alquilar los vestidos e, incluso, comprarlos para utilizarlos en otros carnavales. «Intentamos sacar la máxima rentabilidad; primero, desfilamos en otras localidades y, después, los colocamos por algún lado», indica Lola Sabater de la comparsa Las de Pata Negra, de Cabezo de Torres. Todos coinciden en que los suntuosos disfraces merecen una segunda vida después de carnaval para que vuelvan a ser engalanados y se luzcan a puro color.
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