Perded, perded toda esperanza, oh pobres mortales que amáis el patrimonio, vosotros que entráis aquí, a la ciudad de Murcia, más conocida como Mordor por ... semejantes cuestiones. Perdedla pues, como nos describiría un huertano de La Albatalía, no tenemos arreglo. Por mucha música que le echemos al cuento.
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Andaba por la Ronda de Garay, así llamada no por el espléndido pintor de Nonduermas sino por el gaditano que fue corregidor de Murcia entre 1804 y 1807. En el lugar se alzó antaño la antigua cárcel y después un cuartel para luego, en 1966, convertirlo en un solar. Vamos, lo normal en estas latitudes. Pero un solar grande. Allí levantarían el Siete Coronas, la Cruz Roja y la Delegación de Defensa.
En estas cosas andaba pensando cuando llegue a la altura del actual Instituto Social de las Fuerzas Armadas (ISFAS). Su fachada lucía desde 1974 una placa que recordaba el paso por el antiguo regimiento Murcia del general José de San Martín. Ahí es nada.
Murcia, aunque fuera solo por su nombre y por el recuerdo que impone la nostalgia, estuvo presente en la independencia de varios países americanos. Porque el gran libertador José San Martín, muchos años antes de encabezar la insurrección contra España, aprendió el arte de la guerra, ni más ni menos, que en un histórico regimiento de origen murciano. Y ya para siempre se le conocería como el 'cadete de Murcia'.
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Este regimiento fue creado, según unas ordenanzas de 1694, bajo el nombre de Tercio Provincial Nuevo de Murcia. En la época del libertador tenía su sede en Málaga, algo frecuente y que nos recuerda el célebre Regimiento Sevilla que establecería su sede en la Región.
El escudo de armas estaba compuesto por seis coronas de oro y un león e incorporaba la leyenda latina que también lucía el escudo de la ciudad: 'Priscas Novissima Exaltat et Amor'; en cristiano, 'Ensalzar y Amar lo Antiguo y lo Nuevo'. Los uniformes eran blancos y celestes. El color azul recordaba a la Inmaculada Concepción, bajo cuyo patronazgo fue consagrado el regimiento desde su fundación. Siglos después, en 1987, sería disuelto.
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En un encuentro con Napoleón Bonaparte, el emperador se acercó a San Martín, pues le llamó la atención el color del uniforme que vestía, tan diferente al resto. Bonaparte sujetó un botón de aquella casaca y leyó en voz alta: «Murcia». Luego, sonrió y siguió su camino. Quizá recordó entonces al conde de Floridablanca, aquel otro murciano que le plantó cara en la Guerra de la Independencia.
La leyenda recuerda que años después, San Martín decidió adoptar los colores que había vestido para la enseña que presidiría sus campañas contra la Corona Española. Las indicaciones que el militar dio fueron claras: quería una tela de color celeste intenso. La bandera fue bendecida en Mendoza (Argentina) el 5 de enero de 1817. En aquella ocasión, el general aseguró a sus soldados: «Esta es la primera bandera independiente que se ha alzado en América». Cinco países lograrían su independencia bajo aquella enseña.
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¿Cómo se les queda el cuerpo? O soy muy tonto, detalle del que cada día me convenzo más, o estas cositas nuestras deberían enseñarse en los colegios. ¡Échele usted hilo a la birlocha!
La cuestión es que la placa que recordaba a tan singular personaje ya no está. Hace dos o tres meses que la robó alguna mala bestia, sin duda de la calaña del chatarrero que quizá se la compró. Y aquí, señores, no pasa nada. Ni siquiera la saliva por la garganta tras comprobar con qué frecuencia se repiten estos ataques contra el patrimonio. ¿Repondrá la placa el Ministerio de Defensa, propietario del edificio? Eso sí que, como dijo una vez Churchill, «es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma».
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