Si Isaac Newton hubiera tenido la suerte de vivir en Murcia, en lugar de caerle en la cabeza aquella célebre manzana que le permitió descubrir la gravedad, seguramente le hubiera caído un sabroso higo verdal. Para el caso, estando el higo macoco, es lo mismo.
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Aunque para teorizar quizá no fuera necesario pegarse una siesta debajo de la higuera, con el polvo picajoso que desprende ese árbol. Porque en esta tierra existe otra gravedad más evidente que la descubierta por el sabio. Se trata de una fuerza invisible e irresistible que empuja hacia el suelo cualquier edificio histórico. Del tirón. Hasta hacerlo aletría, esto es, platicado en huertano, escombros.
Esta Ley de la Gravedad Patrimonial Murciana es irrefutable. Y está contrastada, a golpe de piqueta antaño y hoy de excavadora e indiferencia, desde hace muchos siglos. Lo menos desde que Abderraman II arrasó la antigua ciudad de Ello y fundó Murcia. Pronto se cumplirán 1.200 años. En el caso que nos ocupa, que dijo el otro, es evidente que sí hay mala gestión que mil años dure. Y algunas (pocas) ruinas que la resisten.
Superado el periodo moro, cual venganza cristiana, la urbe creció y comenzaron a darle 'repiscos' a la imponente muralla árabe, con sus 95 torres sultanas, hasta convertirla en harina. Luego nos cargamos el Contraste.
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-¿Pero no estaba declarado Monumento Artístico por el Estado?
-¡Con más razón para meterle un viaje!
La apertura de la Gran Vía, que arrolló los Baños Moros, y la de los soportales de la Catedral, palacetes, conventos y parajes huertanos, donde campeaban Molinos como el de Oliver… En fin, para qué darles la mañana.
Ahora, nuevas evidencias respaldan nuestra Ley Gravitacional Para Hacerlo Todo Piazos, como también se la conoce en ciertas y muy prestigiosas universidades. La primera es que los últimos 26 socios del histórico Casino de Espinardo ya no pueden mantenerlo y lo ponen a la venta. Normal.
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El llamado Cultural pronto cumplirá 120 años y no está para muchos trotes. Como tampoco lo están los 26 socios, cuya edad media ronda los 70 años. Entre todos suman más de 18 siglos. El mismo tiempo, más o menos, que aguardan a que el Consistorio les ayude. Tanto es así, que incluso han ofrecido donarlo a la ciudad, que no sé qué será peor. Digo si derribarlo ahora o esperar a que se caiga solo y en su pública y municipal soledad.
Cuento esto pues, al otro lado del municipio, resulta que han robado los puntales de obra que aseguraban la casa (o lo que queda) del célebre Antonete Gálvez. Los llamaron «puntales de seguridad», pero ya vemos que lo único seguro era que los robarían. Con palicos y cañas se gestionó, que diría un castizo.
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No era cuestión, a ver si me explico, de poner un guardia urbano vigilando los puntales para evitar que los trincara «el tío del carrito de la chatarra». Era cuestión de haber restaurado la casa del Huerto de San Blas, en Torreagüera, cuando fue donada al Ayuntamiento hace casi un cuarto de siglo. Anteayer. Luego a luego, por el robín y antigüedad que atesora, también vamos a tener que nombrar el proyecto de restauración Bien de Interés Cultural. Y entonces, créanme, sí que estará perdido. Si bajara San Pedro.
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