Afirmar que el Halloween americano es un invento murciano quizá sea una tonta exageración; pero no demasiado grande. Porque en estas tierras siempre se vivió tan terrorífica noche con más originalidad, diversión e incluso miedo que la fiesta importada. Estas son algunas breves pinceladas que ... evidencian cómo Murcia (y gran parte de España) ni tiene nada que envidiar ni debe nada a esa costumbre asumida. Es más: la supera. El problema, como resulta natural en estas latitudes, es que pronto olvidamos la tradición. Pues vamos a reivindicarla.
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Ríanse ustedes del Halloween. Por la huerta de esta tierra, desde hace siglos, pedían los niños su ancestral 'truco o trato', en este caso llamado la 'hebrica [u orillica] del quijal'. Los huertanos, al llamar a sus puertas, les colmaban las cestas de frutas y hortalizas, que desahogaban las maltrechas despensas familiares. El quijal era el extremo del bancal, que producía verduras más pequeñas y con poca presencia para la venta.
Los pequeños eran más decididos que los americanos. «La orilla del quijal... ¡Si no me la das, te rompo el portal!», amenazaban entre bromas a los parroquianos. En los carriles de la huerta se colocaban calabazas vacías con velas prendidas para asustar al personal que por allí pasara. Aún hoy, en la peña huertana La Crilla de Puente Tocinos se organizan talleres que mantienen esta tradición.
Para dormir con un muerto en Murcia nunca fue necesario profanar una tumba. Llegado el día de los Difuntos eran los fallecidos quienes regresaban a su hogar terreno. Y, como si no hubieran tenido bastante en vida, se quedaban una noche entera. La tradición murciana de recibir a las ánimas esa noche da sopas con ondas a Halloween. Era indispensable un curioso ritual. Se encendían mariposas de aceite. Además, se engalanaban las camas con sábanas y almohadas limpias y lujosos cobertores, pues se creía que las ánimas dormirían en ellas. Y más de uno recordará cómo el abuelo advertía a los nietos revoltosos: «¡Callad, callad, que no se despierten las ánimas!».
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El Día de Todos los Santos, vulgo murciano 'Tosantos', comienza el ciclo de Pasión, que reúne en los cementerios a los auroros para entonar salves y que concluye el 7 de diciembre a las puertas de la Purísima.
Aún hoy se mantiene la tradición que, por suerte, se ha revitalizado. Por ejemplo, disfrutamos de esos ancestrales cánticos en el cementerio de Las Torres, donde se reúnen los auroros del Rosario. Y del Rosario son los del Rincón que se acercan al camposanto de Murcia. O los del Palmar y tantos otros.
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Hoy se adornan las sepulturas con tarrinas de claveles, rosas y amapolas. Los crisantemos, esas flores cuyo cultivo alimentó a tantas familias huertanas, casi no están de moda. Y tampoco puede uno llevárselos a su casa cuando cae la tarde. Porque siempre han sido «las flores de los muertos».
La flor de 'Tosantos' por excelencia era el llamada 'moco de pavo', por su similitud con esa parte de la cabeza del animal. En realidad, son amarantos, especie cuyo aterciopelado color rojo evoca la sangre de Cristo y la Resurrección.
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Tan variada es la gastronomía de esta tierra que hasta convierte en manjar lo que causa la muerte. Porque en Murcia se come cal. O casi. Es uno de los increíbles ingredientes del arrope y calabazate, otro de los símbolos de 'Tosantos'.
El dulce es un jugo concentrado de higos secos –el arrope–, donde se cuecen melón, membrillos y boniatos. Pero antes es necesario hervir la cal y que repose. Entonces se traslada el agua a otro recipiente donde se mantendrán a remojo las porciones de las frutas, junto a las de calabaza, durante horas.
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Al entrar en contacto el calcio con las pectinas de las frutas se forma una capa que evita que se deshagan. Solo hay que tener la precaución de lavarlas a conciencia antes de añadirle el arrope. La tradición se mantiene en el mercadillo que se instala en la plaza de San Pedro.
A la costumbre yanqui de pedir golosinas de puerta en puerta –que es una especie de aguilando adelantado, también invento murciano–, se oponen otras más nuestras. La primera es la preparación de palomitas de maíz, que llamamos tostones. Y, si puede ser, de panocha roja o moruna, que son más gustosas. Tostones dulces o salados, crujientes y melosos, aplastados con anís, siempre acompañados por una copica de vino dulce.
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No hace tantos años los escaparates de los comercios se adornaban para celebrar estas fechas y, en lo tocante a dar miedo, no le iban a la zaga a los americanos. En ellos se exhibían faroles de hierro colado o latón con cruces y coronas de flores grabadas en sus cristaleras.
En aquella Murcia de callejuelas recoletas estuvo siempre presente el culto a las ánimas. Hubo antaño bellas hornacinas que la incultura de los políticos, cuando no el bellaco interés urbanístico, permitió derribar.
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Una, quizá la más sorprendente, aguanta aún el paso del tiempo. Y es una vergüenza que no se restaure. Está en el lateral de la parroquia de San Bartolomé y la adorna un letrero donde puede leerse: «A las ánimas benditas no pese hacer bien, que Dios sabe si mañana serás ánima también».
De aquellos años también perdura la costumbre del reencuentro con el Tenorio de los Pineda. La Compañía Cecilio Pineda tiene su origen en 1907, cuando un murciano del mismo nombre, nacido en Espinardo, se decide a representar por primera vez, en el Romea, el personaje de Don Juan. Tenía 24 años de edad. Aunque ya antes venía celebrándose en el Romea. Es otra de las pinceladas que evidencia cómo Murcia atesora una rica tradición en lo tocante a la festividad de 'Tosantos'. Solo basta detenerse un poco para admirarla.
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