La campana anunciaba la agonía de un anciano a quien, pese a ser más ilustre que el común de los vecinos, la muerte cercaba cual ... porquero. Los parroquianos conocieron por el tañido lúgubre, no sin cotillear antes en el mercado o en las tabernas, que la vida de Jacobo María Espinosa de los Monteros y Cutillas, barón del Solar de Espinosa, tocaba a su fin. Ocurrió un 13 de diciembre de 1890.
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Era la campana de la ermita de Jesús, ese joyero que atesora los pasos de la Cofradía del mismo nombre, la que ostenta el honor de ser la más antigua que, atendiendo al modelo moderno de procesión, existe en la ciudad de Murcia. Desde 1601, de forma ininterrumpida, viene celebrando su procesión.
En la espadaña de la ermita se encuentra la pequeña pieza de bronce, de apenas 34 quilos de peso, fundida en 1845 por Francisco Muñoz y que bautizaron como 'Jesús, María y José'.
El barón falleció en Jumilla el 14 de diciembre. Su yerno, por cierto, era Antonio Cánovas del Castillo y su nuera la hija de Diego González-Conde, marqués más tarde de Villamantilla de Perales y dueño de la espléndida colección Adela Barba que adornó su palacete de Torre Guil, en Sangonera la Verde.
¿Por qué redobló la campanita una agonía? El barón era entonces el mayordomo más antiguo de la cofradía. El 'Diario de Murcia' publicó el mismo día 14 que el sonido pregonaba la inminente muerte del «decano de aquella ilustre cofradía de nazarenos».
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Recupero de los archivos estos detalles pues la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno acaba de restaurar esa campana y otra atribuida al gran campanero Ginés López, padre del fundidor de arte Amando López-Gullón, quien ha sabido recoger con acierto el testigo de una saga familiar que se remonta a comienzos del siglo XIX.
Volviendo a Jesús, sus campanas lucen como nuevas por el celo de conservar el rico patrimonio de la cofradía que viene demostrando, de forma silenciosa pero constante, el actual mayordomo-presidente Emilio Llamas, otro descendiente de una ilustre familia muy ligada a la cofradía 'morá'.
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La restauración puede parecer solo un detalle. Sin embargo, en eso reside la defensa del patrimonio murciano: en recuperar lo pequeño para hacer lo propio con lo grande. Y eso ocurrió en septiembre de 2008, cuando volvió a escucharse uno de los sonidos más bellos de la ciudad hasta entonces perdido. Lo produce otra campanita que ordenó fundir el alcalde mayor Fernando de la Riba en 1684.
La pieza, testigo excepcional de tantas alegrías como calamidades, siempre lució sobre la hornacina del Puente de los Peligros. Y era costumbre que repicara cada vez que la Fuensanta, cruzando el puente, entraba o salía de la ciudad. Escribo ciudad y no barrio del Carmen, pues es sabido que El Barrio siempre fue otra urbe allende el río.
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La propietaria de la pieza, de la virgen y de la hornacina, Peligros Hernández Pérez, la custodiaba en un almacén. Y miren, le propuse recuperarla. Ella, auténtica murciana de dinamita, se quedó unos segundos pensativa, antes de responder: «De acuerdo, pero con una condición».
¿Qué creen ustedes que era? Jamás podrían imaginarlo. Ya se lo cuento yo. Su condición era… ¡Instalarle un mando a distancia! Así podría accionarla sin tener que subir a la azotea, que no era de su propiedad. Era de Antonio Almarza, quien también aceptó de buen grado la idea. Total. Desde 2008, Peligros hace sonar la histórica campana a pie de calle, sin que nadie repare en el mandito. Patrimonio, tecnología y desparpajo murciano a partes iguales.
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