No tener que salir de casa para tirar la basura cada día es uno de los lujos cotidianos que tienen los vecinos de edificios en ... los que existe la figura del portero. Un oficio que está en peligro de extinción y que mantienen sobre todo en inmuebles antiguos del centro de la ciudad. «Cada vez quedan menos. Las comunidades intentan reducir costes y la tendencia es no volver a contratar cuando se jubilan los que hay en activo. Los nuevos formatos de control de accesos, como los de videovigilancia, están desplazando a estos profesionales, aunque son un plus de calidad en un edificio», asegura Antonio Ruiz, del Colegio de Administradores de Fincas de Murcia.
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María Dolores Rubio acaba de llegar de clase, y antes de entrar a su casa, pasa por la portería para recoger un paquete que le ha guardado bajo llave Juan José Nicolás, al que todos conocen como Juan. Esta estudiante de Medicina lleva cinco años de alquiler en una de las 43 viviendas de un inmueble ubicado en la calle Jaime I de Murcia. «Tener portero es un lujazo. No sabía lo que era hasta que llegué aquí, porque soy de Fuente Librilla y en mi pueblo no existen», destaca.
La joven estudiante reconoce que tanto ella como sus compañeras de piso están «encantadas con Juan». «Nos trata siempre genial y nos ayuda cuando tenemos que cambiar una bombilla o necesitamos algo. Me da mucha tranquilidad saber que podemos contar con él. Y a mis padres también. El día que me vaya de aquí, lo echaré de menos», asegura.
Y es que Juan se ha convertido con el paso del tiempo en un miembro más de cada una de las familias del edificio. «Llegué aquí de carambola. Antes trabajaba en una galería de arte en Valencia, pero me volví a Murcia por una serie de circunstancias personales y llevo ya 17 años trabajando como portero. Mi madre conocía a unos vecinos y, después de hacer varias entrevistas, me contrataron», rememora mientras saluda de forma personalizada a los vecinos que van pasando frente a la portería donde reside.
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«Ha cambiado mucho la cosa. Cuando empecé a trabajar aquí vivían bastantes personas mayores que han ido falleciendo y se pasa muy mal porque, al final, hay un trato muy directo y es como si perdieses a parte de tu familia», explica Juan, que, además de encargarse de las tareas de limpieza y mantenimiento del edificio, dice que a veces tiene que hacer de mediador entre vecinos que tienen rencillas típicas de la convivencia e incluso de psicólogo.
«Hay mucha gente que se desahoga conmigo, sobre todo las personas mayores que viven solas y no tienen con quién hablar», confiesa poco antes de que aparezca Marisela Espinosa, una mujer que trabaja de interna en casa de Pepita, una de las propietarias. «Estamos muy contentas por el apoyo que siempre nos brinda. Le agradecemos mucho que sea tan servicial», dice mientras se acerca a la portería para recoger el periódico del día.
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Francisco José Egea -Paco para los vecinos- es otro de esos guardianes de edificios que están en peligro de extinción. A diferencia de Juan, no vive en el inmueble donde trabaja y, por eso, es conserje y no portero, aunque tienen las mismas funciones. Es el encargado de dar servicio a los vecinos de tres de las escaleras del céntrico edificio La Torrecilla, ubicado en la plaza del mismo nombre, desde hace 18 años. «La gente joven ya no quiere portero. En la zona se han ido jubilando los compañeros que había y no los han sustituido. Creo que al final se acabará perdiendo el oficio tal y como lo conocemos cuando fallezcan los vecinos más mayores», prevé Paco.
«Tengo tantos jefes como vecinos», puntualiza refiriéndose a que debe atender las indicaciones de todos los propietarios de su edificio. Sin embargo, reconoce tener vocación de servicio y prueba de ello es que siempre está disponible, aunque haya cumplido su horario laboral. «Me han llamado en varias ocasiones vecinos que se habían olvidado las llaves dentro de sus casas y he venido a abrirles la puerta porque muchos me han dejado una copia por si hay alguna emergencia. A mí no me importa desplazarme, aunque ya esté en mi casa. Así se ahorran el cerrajero», cuenta este conserje, que se define como «una persona discreta», que no se corresponde con la imagen de cotilla que popularmente han tenido los porteros. Una profesión que las nuevas comunidades de vecinos han ido suprimiendo, pero que siguen poniendo en valor personas como Juan y Paco, a los que todos sus vecinos aprecian.
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