Mari Belmonte recoge firmas a las puertas del comedor social de Jesús Abandonado para pedir la reapertura del centro de reducción de daños cerrado. ROS CAVAL / AGM

Familiares «angustiados» piden la reapertura del centro de Jesús Abandonado en Murcia para casos severos

Lamentan la vuelta a la calle de los 18 usuarios que estaban siendo tratados por adicciones, entre otros problemas, y recogen firmas para reivindicar fondos

Domingo, 28 de julio 2024, 08:05

Sin vida, en el suelo del baño de un parking público del centro de Murcia. Así encontraron en la noche del pasado lunes a uno de los transeúntes que suelen deambular por el entorno de la galería comercial Centrofama. Mari Belmonte vive con la angustia de recibir algún día una llamada de teléfono en la que le comuniquen que a su hijo le ha pasado lo mismo, algo a lo que ella no se resigna y que le ha llevado a emprender una lucha personal. Esta madre coraje no entiende todavía cómo El Largo, como conocen a su vástago en la calle –apodo modificado para preservar su identidad–, acabó en su actual situación.

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«Vivía con nosotros, trabajaba y llevaba una vida normal, pero él, como algunos de sus amigos, empezó a coquetear con las drogas: cocaína y cannabis... Sin embargo, mientras algunos lo supieron llevar mejor y consiguieron remontar, él, que quizás no era tan fuerte, empezó a hundirse más y más, hasta caer en una situación insostenible», explica Mari Carmen. Este particular descenso a los infiernos, motivado por un consumo incontrolable de diversas sustancias, dio con los huesos de su hijo en las calles de Murcia, en las que vive, duerme y deambula pese a no haber cumplido aún los cuarenta.

«Intentamos ponerl e límites; ayudarle con todos los medios a nuestro alcance, pero no se deja. Ha entrado y salido de nuestra casa una y otra vez, la convivencia se hace imposible y eso es algo que no comprendes hasta que te pasa», explica Mari, acompañada de su marido José Luis, tratando de transmitir toda la dureza de la situación. «Es muy difícil no saber dónde está, qué estará haciendo y si se está haciendo daño a sí mismo o a los demás», confiesa. Pese a ello, hace apenas unos meses, una ventana de esperanza se abrió para esta familia. Y es que El Largo se convirtió en uno de los 18 usuarios del nuevo centro de reducción de daños que Jesús Abandonado puso en marcha el pasado febrero, un recurso que permaneció activo apenas tres meses, tal y como informó en mayo LA VERDAD. Esta iniciativa, ubicada en las instalaciones que la fundación tiene en la carretera de Santa Catalina, surgió para trabajar con perfiles que no tenían cabida hasta entonces en su albergue ni tampoco en ningún recurso social del municipio. Se trataba, por tanto, de personas sin hogar en situación límite, con problemas severos de adicción a diversas sustancias y patologías mentales asociadas. Podría parecer que este programa estaba hecho prácticamente para el hijo de Mari.

Personal cualificado

Y es que tratar con aquellos que en ocasiones carecen de las más mínimas reglas de urbanidad o convivencia, o que no siempre son capaces de controlar sus impulsos –y ello sin contar su delicada situación de salud–, precisa para su gestión de un personal cualificado y unas instalaciones adecuadas. Lo cierto es que, según había constatado Mari, el tratamiento estaba comenzando a funcionar en relación a su hijo.

«Pasaba muchas horas en el centro, tiempo que estaba acompañado y no gastaba en la calle buscando droga o montando follones; de hecho, había aceptado ir al Centro de Atención a la Drogodependencia (CAD) para iniciar un proceso de deshabituación. En definitiva, se estaba estabilizando y comenzaba a pensar en otras cosas más allá del consumo y de conseguir droga a toda costa», explica. No había sido una labor ni mucho menos fácil, según relata Mari, ya que el primer paso para comenzar a encauzar estas situaciones tan complicadas pasa por ganarse la confianza de los usuarios, de manera que se sientan en un entorno seguro y cómodo, donde despreocuparse y empezar a ser ellos mismos. «Los trabajadores de Jesús Abandonado llevan años tratando con ellos, para llevárselos a su terreno», remarca, conocedora de buena tinta de la situación. Por eso, el cierre abrupto del centro fue un jarro de agua fría para una gente que sintió su confianza –algo que apenas otorgan– traicionada.

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El motivo del cese no fue otro que el de la ausencia de financiación. Concretamente, la falta de los 400.000 euros anuales que la fundación llegó a creer que obtendría a través de una aportación del Ayuntamiento de Murcia. Sin embargo, la situación económica del Consistorio llevó a que este decidiera no poner en marcha ningún programa social nuevo durante 2024, obligando a Jesús Abandonado a cerrar las puertas del centro y echar a más de una decena de trabajadores a la calle.

«Cualquiera puede caer»

A ella, pero en esta ocasión de manera literal, volvió El Largo, tirando esta evolución tan positiva por la borda. Pero Mari decidió no resignarse. Ella no puede entender que problemas como este no sean una prioridad para la Administración, y se ha puesto manos a la obra para recoger todas la firmas posibles con el objetivo de que el Ayuntamiento se replantee el apoyo económico a esta iniciativa. «Cualquiera puede caer», subraya, destacando que por la fundación, según le cuentan sus técnicos, han pasado veterinarios, ingenieros, abogados y hasta un magistrado. Así, ella se ha convertido prácticamente en la portavoz de un colectivo de familiares descorazonados por la oportunidad perdida.

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También forma parte de él Rosi, que es en estos momentos casi la única familia de su sobrino, que tuvo que abandonar el centro, desolado, junto con El Largo. Mari Carmen y Antonia, madres de otras dos personas que se encontraban en tratamiento, tampoco entienden la situación. «Estaban siendo protegidos, guiados y reconocidos como personas; son los únicos enfermos a los que se abandona», clama Mari Carmen. La concejala de Bienestar Social, Pilar Torres, señala a LA VERDAD que hay una reunión prevista con la fundación en septiembre para abordar las posibles alternativas. Mientras, Mari rezará para no recibir esa llamada que espera no tener que coger nunca.

«Tengo clientes que directamente pasan de sentarse en la terraza»

En torno a medio centenar son las personas que Jesús Abandonado tiene contabilizadas en las calles de Murcia con un perfil crónico asimilable al de los usuarios de su cerrado centro de reducción de daños. Forman mayoritariamente parte del colectivo de personas que ejercen la mendicidad, a veces con malos modos, en las terrazas de la capital; o que actúan como gorrillas en diversas zonas de aparcamiento.

Es precisamente el verano un momento del año en la que se hace más patente la presencia de este tipo de perfiles en las calles de Murcia. «Estamos cansados de la situación; hay clientes que ya no quieren sentarse en la terraza, ante la seguridad de que, como mínimo, pasarán diez pedigüeños a importunarlos», explicaba esta semana Miguel desde el Portal de Belluga, establecimiento hostelero ubicado en la plaza más turística de la ciudad. De hecho, relata que no es extraño que le tiren vasos o vuelquen una mesa cuando no consiguen lo que quieren. «Es una imagen malísima para el turismo y un perjuicio para los que pagamos hasta 10.000 euros al año por sacar mesas a la puerta». Sólo iniciativas sociales pueden minorar posiblemente este problema para la convivencia.

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