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En un paseo de 10 minutos desde la Gran Vía al barrio del Carmen, un murciano cruza supermercados, bancos, tiendas de multinacionales, casas de apuestas, ópticas, bares y algún pequeño establecimiento de barrio. En ese mismo camino, de apenas 700 metros, hubo un tiempo no tan lejano en el que se concentraban tres templos del cine: el Coy, el Coliseum y el Iniesta, que cogió el testigo del Media Luna, el primero de Murcia. «Me vienen recuerdos de películas como 'Siete novias para siete hermanos', de sesiones dobles los sábados y los domingos. Cuando entrabas a la sala era para pasar la tarde», cuenta María Dolores en la plaza González Conde, junto a la iglesia del Carmen, donde se estrenó en 1922 una sala pionera en la ciudad. Hoy ya no queda ni el edificio original, ni la discoteca Barbus que sustituyó al proyector y las butacas. En su lugar hay un bloque de viviendas con un estanco en el bajo.
En esas manzanas a ambos lados del Puente Viejo se desplegaba una propuesta cinéfila rica y variada. En 1980, un fin de semana de febrero como este, la cartelera de LA VERDAD recogía ocho cines con programación en la ciudad. Esa fue la década en la que se apagó el esplendor que tuvo el séptimo arte a mediados del siglo XX, pues en los 90 ya solo quedaba en pie el cine Rex, que ahora pondrá el punto y final a ese declive para cambiar su uso y convertirse en un gimnasio o un comercio.
Entrada desde Gran Vía cuando estaba el cine
Estado actual de la fachada principal, en la calle Madre de Dios
Entre todas las salas de la ciudad, que llegaron a superar la decena, el Rex -que Podemos pedirá el martes en la Asamblea Regional que la Comunidad declare de Bien de Interés Cultural (BIC)- era una de las más prestigiosas porque acogía estrenos. También el Coy. «Claro que me acuerdo, era un cine emblemático, algo fuera de lo normal», se emociona Antonio en la entrada del supermercado que ocupa ahora ese bajo de la Gran Vía. Esta sala desaparecida resume la edad dorada de los cines en Murcia: nació a inicios de los 50, fue un pilar de la oferta de ocio y pertenecía a la Empresa Iniesta, el imperio que controlaba la mayoría de cines de Murcia. Todo se vino abajo en los 80, cuando el Coy cerró para albergar una pista de patinaje. Pero gracias a que el edificio está protegido, no solo se mantiene la imponente fachada principal de la calle Madre de Dios: también se conserva parte de la estructura de la sala sobre el supermercado.
Otro de los pocos que delata su pasado por su arquitectura es el Cine Coliseum del paseo Marqués de Corvera. «Aquí vinimos varias veces. Nos gustaba salir a dar una vuelta, ver una película, tomarnos una cervecilla. Sin las salas la ciudad pierde vida», cuentan Carmen y Jesús frente al bingo que cogió el testigo del edificio, uno de los que convirtió el barrio del Carmen en el epicentro murciano del celuloide. Aunque había salas hasta en pedanías como La Ñora y Aljucer, esta zona del sur de la ciudad era la más fértil para los proyectores, pues también contaba con el Avenida, tras la gasolinera del Rollo, y posteriormente los Floridablanca, que aún continúan vacíos tras su cierre. «Veíamos películas emblemáticas», rememora Rosario, una vecina.
La mayoría de salas solo sobreviven en esos recuerdos nostálgicos que dejaron las cintas, pues apenas se conservan testimonios urbanísticos. No queda rastro de cines de verano, como el Imperial y el de la plaza de Toros. Otros fueron derruidos, como el Popular, situado en la plaza donde se levantó el centro de salud entre San Juan y Santa Eulalia, y el Sports Vidal de San Andrés, que después acogió el salón de fiestas Pierrot. Y a duras penas aguantan el edificio del cine Gran Vía, abierto en plena expansión de Ronda Norte durante los 50, pero en ese número 8 de la avenida ahora solo queda un edificio degradado con un gimnasio y un salón de apuestas en sus bajos.
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Tampoco se adivina el pasado del cine Rosi en la avenida de La Fama, frente a la biblioteca José Saramago, que en 1965 supuso una inyección de entretenimiento para Vistabella. «Primero era un cine para niños, había fiestas, y luego para adultos», recuerda Isabel sobre una sala que pasó de categoría de 'arte y ensayo' a contenido X (o S en aquella época). «Éramos muy amigos de los porteros, yo vivo aquí encima. Luego hubo un club de squash», cuenta esta vecina junto a la persiana que bloquea la entrada, desgastada y cerrada desde hace años.
Vista trasera del edificio
Entrada al antiguo cine Rosi
Son escasas las salas que se resisten a la ignorancia y el desconocimiento de las generaciones más jóvenes. El Teatro Circo, que también proyectó cintas, acoge otros espectáculos, y el Salzillo se reconvirtió hace más de 20 años en la Filmoteca Regional. «Tenemos mucho público mayor que se acuerda del Salzillo. Era céntrico, había películas muy importantes, yo también venía muchísimo», cuenta Pepe Cuesta, técnico cultural del centro. «Tengo muchos recuerdos, por ejemplo uno muy cómico. Vinimos a ver la película que hizo la Pantoja y fue épico porque cuando se produjo el beso, empezamos a aplaudir y el cine entero se caía, riéndose todo el mundo», cuenta entre antiguos proyectores colocados por los pasillos para homenajear a las salas históricas. «El cine antes era una actividad habitual, era raro que no fueras al menos una vez a la semana».
Proyección en el cine Salzillo
La sala actual, remodelada
La Filmoteca Regional es, junto a Centrofama, la única opción para repetir las rutinas de aquellos años que rememora con nostalgia Jesús, cuando el cine era un pasatiempo semanal, indispensable en la vida de la ciudad. «Lo ideal es verlo en una sala, no encuentro sentido a que no haya más en el centro, pero creo que no tiene solución», cuenta frente al antiguo Coliseum. Es el recuerdo que captura 'Amarcord', la película más autobiográfica del gran Federico Fellini, basada en su infancia en Rímini. En una escena, todos los vecinos se reúnen con expectación para seguir una proyección en el cine Fulgor. Se convirtió en un lugar de culto que tampoco se libró del declive de la industria, pero hace unos años renació para homenajear al histórico director y el patrimonio cinéfilo. Es la segunda vida que no tendrá el Rex, más cerca de emprender el mismo camino del anonimato que todas esas salas con las que compartió cartelera y acabaron enterradas por otros comercios.
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