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RUBÉN GARCÍA BASTIDA
Miércoles, 12 de agosto 2020, 00:59
En las angostas calles del barrio del Carmen, situado en el punto de mira de la Consejería de Salud tras la detección de un repunte de casos, es difícil mantener la distancia de seguridad. En sus aceras, los vecinos se cruzan a escasos palmos mientras en los comercios, bares y plazas no se habla de otra cosa. «¡Que dicen que está el barrio muy mal! ¡Lleva cuidado, no te vayas a contagiar!», se despide un hombre de un grupo en la puerta de un local comercial de la zona.
En los pasos de peatones, se esquivan unos a otros. Algunos, la mayoría, van con mascarilla. Otros la llevan mal puesta, retirada en la barbilla o directamente en la mano. Hay quien fuma o se la aparta para hablar por teléfono en zonas abarrotadas. Nadie habría dicho que hubieran escuchado los llamamientos a la responsabilidad de Salud, que el pasado lunes anunció PCR para todos los cuidadores y personas convivientes con mayores.
La primera sorprendida fue la coordinadora en funciones del centro de salud del barrio, Victoria Martínez, que ayer lamentaba que la decisión del Gobierno regional se hiciera pública sin haberles comunicado nada. «No lo sabíamos. Alarman a la población y no nos informan. Ahora hemos recibido un correo electrónico indicando que mañana por la tarde se abrirá el centro y que se van a realizar estas PCR», explica. «Te puedes hacer una idea de cómo estamos viviendo esto. Avalancha total. No damos abasto».
En el centro de salud, muchos usuarios mostraban ayer su confusión. En la puerta, se agolpaban varios vecinos con menos de dos metros de distancia. En el interior, un auxiliar de enfermería recién incorporado realizaba las labores de triaje y se ocupaba de alertarles –«Señora, dos metros por favor»–, mientras fuera seguían pegándose unos a otros. Muchos llegaban preguntando por las pruebas.
Una mujer mayor cruza el umbral de la puerta. «A ver, ¿a qué venía?», pregunta el auxiliar. «A sacar cita», contesta ella. «¿Tiene usted fiebre, problemas digestivos, respiratorios, dolores musculares?». La pregunta la hace cada pocos segundos, con cada paciente, a un ritmo frenético. «¿No?, échese usted un poco de gel en las manos y espere ahí a que le toque, respetando la distancia», indica. «Siguiente». Un inmigrante que casi no sabe hablar castellano llega al puesto donde aguarda el auxiliar embutido en un EPI. «¿Ha tenido usted fiebre?», pregunta. «¿Cómo?». «Fiebre». Tras varios intentos, el usuario responde un escueto «no» y le invitan a pasar.
La coordinadora alerta de que están llegando «personas mayores, que son vulnerables, que viven solos, que no tienen cuidadores ni siquiera y que se enteran de la noticia y vienen al sitio donde menos deberían venir. La gente está muy confusa y no ve que así se pone en riesgo».
Charo, una usuaria del centro, sale enfadada. «Mi madre vive aquí, tiene 79 años, y yo leí que todos los convivientes tenían que hacerse la prueba. Empecé a llamar al teléfono del centro de salud y no me lo cogían», se queja. «Comunicando todo el tiempo. Fue imposible. Me metí en la aplicación y yo no puedo acceder a pedir una cita para hacerme la prueba del Covid, tengo el Portal del Paciente, pero tampoco. Entonces he decidido acercarme», asegura.
«Tienen que pedir cita telefónica con su médico y él le pedirá la PCR y le dirá sitio y hora a la que tiene que ir», explica la coordinadora en funciones del centro.
Según los últimos datos facilitados por la Consejería de Salud, en la mañana de ayer se dieron 40 citas para la prueba de la Covid-19; la capacidad del centro permite realizar hasta 180 en una jornada.
En la plaza de abastos del barrio, Carlos, vigilante del mercado, cuenta que ha tenido que llamar la atención en numerosas ocasiones a personas que entran en el recinto sin respetar las medidas de seguridad. «Con la mascarilla de bufanda», dice indignado. «El otro día entraron dos, uno con media cerveza y la mascarilla de bufanda, y el otro, con la mascarilla por debajo de la nariz y el vaso vacío. Les llamé la atención y empezaron a refunfuñar. Se pusieron en el bar y, al volver, los pillé otra vez sin la mascarilla. Les dije: 'Por favor, pónganse la mascarilla'. ¿Sabes lo que me contestó uno de ellos? 'Váyase a tomar por culo'. Un señor de mediana edad, que no era un chiquillo», denuncia.
Emilio de 74 años, tiene a su cargo a su suegra, de 97. «Está en mi casa. Nadie me ha dicho nada, pero no hace falta. Voy a pedir cita y vamos a ir mi mujer y yo a hacernos la prueba», afirma. «Me parece muy bien que se estén haciendo más test, y muchos más que tendrían que hacerse».
Antonio, que carga una bolsa de la compra con la que sale raudo, señala que él «debería estar de vacaciones». «Me voy ya del barrio, no paro de escuchar comentarios malos por ahí», dice. «Hay una sensación fea en la zona: en el bar, en todas partes. Se escuchan cosas. La mujer de este puesto –dice señalando una barra vacía– se ha ido por miedo. Y es normal», apunta.
El portavoz del grupo Socialista en el Ayuntamiento de Murcia, José Antonio Serrano, pidió al Ejecutivo municipal «información pormenorizada» de los brotes y dijo que solicitará una reunión del Comité de Salud Pública. El concejal de Salud, Felipe Coello, por su parte, afirmó que se «actúa con rigor, responsabilidad y máxima información ciudadana».
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