Javier García Pajares (Plasencia, 1991) le ha dado un vuelco a la frase 'ver para creer'. «En realidad es creer para ver que cualquier cosa la puedes hacer realidad», afirma convencido este sordociego, afincado en Murcia en la pandemia y cuya familia política «es toda ... murciana, hasta mi hijo es un poco 'murcianico'».
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No hay muro ni barrera infranqueable para este asesor jurídico de Ilunion, del Grupo Social de la ONCE, licenciado en Derecho y ADE, primer Erasmus sordociego en Londres, Premio Nacional de Juventud en Deportes 2019 por el Injuve y coleccionista de las más altas cumbres del planeta: ha subido ya el monte Elbrús (5.642 m), en la cordillera caucásica; cuatro picos de más de 4.000 m en los Alpes, el Kilimanjaro y algunas de las cumbres más altas de las autonomías españolas, entre ellas Los Obispos (2.014 m), cima del murciano macizo de Revolcadores.
Cuando la pandemia lo enclaustró en Murcia, ya tenía pensado ascender el pico más alto de África, el Kilimanjaro (5.891 m), en Tanzania; y también el americano, el Aconcagua (6.960,8 m), en Argentina. Sin embargo, «la covid canceló todo, por las restricciones» y, convencido por la pasión de su guía y tío político, el murciano Javier García Bernal, se lanzó a recorrer en 2022 el Camino de Santiago en tándem. «A mí, la verdad, pedalear por pedalear no me entusiasmaba, pero sus ganas se me pegaron. Y lo pasamos genial; nos trajimos una mochila llena de experiencias y muchas ganas de hacer más cosas juntos», cuenta Javier, que, entre los 13 y los 15 años, perdió la vista –apenas ve manchas– y el oído –no distingue los sonidos que le rodean–, por lo que el tacto es siempre su línea de vida y su seguro antitropiezos los bastones y su guía, tocayo y tío político, el murciano Javier García Bernal.
Padre de un niño de un año y medio –el 2022 fue insuperable para él–, considera que ha tenido «mucha suerte, mi discapacidad ha sido un tesoro» que le ha permitido anticiparse y prepararse para la paternidad. «Unas clases con gente de la ONCE me enseñaron pautas para el cuidado del hijo que iba a tener. Otros padres no tienen esa oportunidad», agradece el extremeño. Y considera que la paternidad está resultando una experiencia «fenomenal. Vivo en un entorno inclusivo –se refiere a su casa–, solo tenemos que ir adaptándonos. Por ejemplo, para preparar un biberón, la gente se sirve de un medidor. Yo, como no veo, lo hago utilizando una báscula con bluetooth. Y como sé que un gramo equivale a un mililitro de leche, sé que tengo que llegar a 120, que es lo que ahora toma mi hijo. Ya tiene un año y medio y ¡está vivo! Buena señal», bromea.
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Ahora, acaba de hacer cumbre en el Kilimanjaro –«un sueño cumplido después de tanto tiempo. Una oportunidad y una señal que me llegó de la mano de la empresa Senderos Accesibles de un amigo»–. Fueron siete días de aventura hacia la cima del continente africano y doce horas para superar los últimos 1.200 metros de desnivel (de subida y de bajada) y cubrir los 18 kilómetros (ida y vuelta) desde el refugio Kibo. «Ha sido una ruta chulísima, un poco dura, pero paso a paso se sigue adelante disfrutando por el camino, con el grupo y lo que vas encontrando», porque, como insiste una y otra vez, lo importante no es hacer cumbre.
Junto a dieciséis personas más, 5 de ellas con discapacidad visual (total o parcial) y 12 sin ella, pero «algunos con más de 60 años y también mujeres, que a menudo no tienen suficiente presencia en estas aventuras», además de las guías locales (también mujeres tanzanas), cocineros y porteadores, integraron un grupo «diverso e inclusivo» que le dio lo mejor de este reto: «Disfrutar de un grupo en el que todos nos sentimos uno más, sobre todo una noche, dos días después de salir del Kilimanjaro, bailando y cantando juntos. Fue genial, sin importar de dónde eras ni que idioma hablabas o si tenías discapacidad o no».
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Una gratísima experiencia, «mi pasión», que le ha permitido ratificarse en su idea: «Muchas veces lo imposible es simplemente muy difícil y, cuando lo intentamos, damos el primer paso para conseguirlo».
Reconoce que disfruta, como en cada paso de su vida, del camino y el aprendizaje y, aunque «lo importante no es la cima», también le llena la sensación de «abrir los brazos y sentirte tan grande por haber hecho cumbre y a la vez tan pequeño en mitad de esa inmensa montaña».
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Ahora espera una nueva oportunidad para subir al Aconcagua –«donde hay una voluntad, hay un medio», confía– para gritar una vez más: «Tenemos que empoderar a todas las personas con sordoceguera para que seamos las únicas dueñas de nuestras decisiones. He conseguido un trabajo, he construido una familia y he superado muchos desafíos. He subido el Elbrús y el Kilimanjaro. Si he hecho todo eso es porque yo lo he querido y así debería ser siempre. Nunca deberíamos permitir que nuestras acciones obedezcan a intereses de otras personas que ni siquiera tienen discapacidad».
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