En la pescadería no está entre el género que llama la atención de los clientes. Sus pinchas son temidas por los pescadores durante la captura ... y hacen desconfiar a los consumidores, pero siempre sorprende al paladar con su sabrosa aportación al caldero. Con poco, el rascasa, también llamado escorpión rojo o gallineta, da lo mejor de sí.
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Los estereotipos que enfrenta este pescado los experimentan la gran mayoría de personas que viven en los deprimidos barrios de Los Mateos y Lo Campano y, en menor medida, en Santa Lucía. Es por eso que los vecinos que decidieron unirse en 1990 para impedir que estos barrios cayeran en el olvido y frenar el deterioro en infraestructuras y servicios eligieron el nombre de Rascasa.
Desde entonces, los 19 empleados de la asociación y 31 voluntarios atienden anualmente a más de 1.400 personas vulnerables. Su finalidad es aumentar la formación básica y ocupacional de personas que se encuentran en situación de riesgo y exclusión social, mejorar la empleabilidad, así como fomentar la implicación socio-comunitaria de los vecinos y la ocupación constructiva del ocio y del tiempo libre. En definitiva, se trata de brindarles la oportunidad de redirigir su camino a quienes no ven más salida que repetir las historias de pobreza y exclusión que les preceden.
Uno de ellos es Paco Pozo, vecino de Los Mateos que estuvo entre los quince primeros alumnos del curso de mantenimiento de edificios de Rascasa. Por aquel entonces, Paco tenía 17 años y un puñado de sueños rotos que las duras condiciones familiares le obligaron a abandonar antes de tiempo. «Me interesaban el periodismo y la arquitectura, pero tuve que dejar el instituto y ponerme a trabajar para ayudar en casa. Ahí se acabaron mis aspiraciones. Rascasa fue un golpe de suerte», dice el hombre que, a sus 47 años, es docente del curso básico de construcción que imparte la entidad.
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Pozo, que desde entonces no ha dejado de hacer «chapuzas», conoce bien las necesidades de Los Mateos, así como de los barrios colindantes, y la desidia enraizada entre las generaciones más jóvenes que se sienten abandonadas por las administraciones, cuestionadas e, incluso, despreciadas por la gente de fuera y herederas de un destino al que, en demasiadas ocasiones, no saben cómo renunciar.
«Hay que motivarlos para que crean de verdad que existe una oportunidad con su nombre. No es fácil, pero Rascasa está ahí para ayudarles a redirigir su camino, para que salgan de la calle y vivan con normalidad la vida adulta, con un trabajo y un futuro en condiciones», reconoce Paco. Su labor como docente va más allá de explicar conceptos teóricos sobre el papel en el aula para practicarlos después en pequeñas obras. Pozo, al igual que el resto de usuarios que han exprimido su paso por Rascasa, es un referente para los alumnos actuales y no duda en ir a llamarlos a sus casas cuando les puede la pereza o en trasladar el aula a la playa por un día.
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«Necesitan ser escuchados. Están dolidos por el rechazo educativo sufrido y la incomprensión familiar. Lo primero es que sepan que estamos de su lado, que somos una mano amiga», añade Paco Pozo.
Hay muchos más casos de éxito en Rascasa. «Hay quien ha montado su propia empresa, mucha gente que está trabajando y otros que han retomado sus estudios», dice Irene Hernández, presidenta de la asociación, con la que todos ellos mantienen contacto e, incluso, reciben a alumnos para sus periodos de prácticas.
En la actualidad, Rascasa desarrolla diferentes programas de prevención y empleo, así como cursos del Servicio de Empleo y Formación (SEF). Tiene dos programas de empleabilidad en el área de inserción, uno para jóvenes beneficiarios de garantía juvenil y otro para desempleados mayores de 30 años. El área de formación incluye competencias clave nivel 2, certificado de profesionalidad de montaje y mantenimiento de sistemas microinformáticos y la formación profesional básica de revestimientos en construcción. En enero inician el curso de formación ocupacional de limpieza de instalaciones y equipamientos industriales, que los alumnos han demandado.
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Rascasa lidia a diario con problemas sociales como el absentismo escolar, baja cualificación, altas de desempleo, embarazos juveniles y desmotivación. Otros asuntos detectados por la asociación que afectan a estos barrios son la violencia vecinal, venta y consumo de droga, falta de inversión en infraestructuras, solares contaminados, viviendas ilegales y pobreza.
Por todo ello, Rascasa reivindica la necesidad de un «plan integral para la zona, así como mayor conciencia social, mediante el trabajo en red de las coordinadoras de barrio, la EAPN y la Administración», subraya Hernández.
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Para este colectivo, «queda mucho por hacer». «Es el barrio de entrada a Cartagena y está completamente dejado, en cuestiones fundamentales como higiene, sanidad, infraestructuras, servicios e integración con el resto de la ciudad. Ni el Ayuntamiento ni el resto de administraciones han apostado por él», lamenta Paco Pozo.
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