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M.R. Martínez
Mazarrón
Sábado, 11 de mayo 2019, 11:17
Con la experiencia que dan los años, Antonio Paredes Navarro (Mazarrón, 1948) concluye que «la vida es dura, pero te hace fuerte». Y ese pensamiento resume la esencia del museo que ha impulsado en su localidad natal y que rinde homenaje a tantos mineros que ... arriesgaron su vida bajando a los pozos para llevar un trozo de pan a sus familias. «Había que ser muy pobre y muy valiente -dice-, porque las condiciones laborales eran penosas». Considera Paredes Navarro que Mazarrón tenía una deuda con ellos, que ahora, gracias a un sobresaliente trabajo de investigación y a su pericia como restaurador, se verá saldada. La inauguración está prevista para principios del verano.
-Adelántenos qué va a encontrar el público cuando visite su museo.
-El edificio [en la avenida Constitución, 193] abarca una superficie de 400 metros cuadrados; en una zona he recreado una galería con su filón de mineral y también se expondrán algunos utensilios que empleaban las cuadrillas de trabajadores, como herramientas, brújulas y lámparas de carburo, que he ido recuperando a lo largo del tiempo. La colección se completa con fotografías de mineros, recordando su historia vital, y he fundido lingotes de plata a partir de galena argentífera de los cotos mazarroneros. En la planta superior he reproducido cuatro estancias -una barbería, un comercio, una taberna y una cocina- para recordar cómo era la vida en el municipio hace cien años, en la época del 'boom' minero.
-¿Cómo se ha documentado para poder llevar a la práctica esa recreación de un pozo minero?
-Ha sido una labor de muchos años. Preparé un equipo especial para poder tomar imágenes del interior, bajando la cámara por los pozos hasta casi 500 metros de profundidad, incluso en aquellas galerías que están inundadas. Tomé medio millar de fotografías de la mayoría de las minas del coto de San Cristóbal-Los Perules. Ese trabajo es el que me sirvió de base. Para las antiguas estancias, a lo largo del tiempo he ido recuperando mobiliario y otras piezas de derribos que fui restaurando y documentando.
-¿Qué fue lo que más le impactó tras rastrear las entrañas del coto?
-Las penosas condiciones de trabajo. Había que ser muy valiente para descender a más de 300 metros de profundidad en una jaula metálica por aquellos oscuros pozos sin apenas medidas de seguridad. Pero los mineros eran pobres, no tenían otro medio de subsistir. Cada día que bajaban al tajo pensaban si sería el último, si saldrían de allí con vida. Tenía que ser espantoso.
-Su museo habla de un patrimonio material, de castilletes y chimeneas, que desaparece por el abandono, pero también de otro inmaterial que tampoco parece a salvo.
-He querido recordar a los mineros, cómo era su vida. No solo se trataba de retroceder cien años. Para mí era casi más importante la parte humana, ponerle nombres y apellidos a esa historia, porque la mayoría de los mazarroneros tenemos un antepasado que ha trabajado en la mina. Y ese reencuentro con nuestro pasado se hace con fotografías de mineros, con sus historias personales, y con un vídeo en el que uno de ellos, Tomás Rico, lo cuenta en primera persona.
-¿Tiene la sensación de que Mazarrón siempre ha vivido de espaldas a sus minas?
-Sí; ahora, desde hace unos años, por lo menos se realiza un homenaje a los mineros, pero antes, ni eso. No podemos renegar de nuestro pasado; es parte de nuestra esencia.
-¿Ve posibilidades a un desarrollo turístico del paisaje minero?
-Tiene un gran potencial, pero resulta complicado, porque el coto de San Cristóbal, el más cercano al casco urbano, entraña riesgos. La única galería visitable, en mi opinión, se encuentra en el Coto Fortuna, pero en su día también se descartó.
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