María Paredes, Isabel Rivera, Encarna Álamo y María Eugenia Cánovas, en Oncología del Santa Lucía. J. V. / AGM

En la piel de los pacientes oncológicos

Dos años y medio después, 17 voluntarios de la AECC retoman en el Santa Lucía y el Rosell el servicio de apoyo a pacientes y a familiares

Viernes, 7 de octubre 2022, 01:13

Hace ahora un lustro, Encarna Álamo, de 47 años, pasó el mayor trance de su existencia. Un cáncer paralizó su vida y le hizo replanteársela al completo, pero cuando parecía que el mundo se le venía encima conoció a María Eugenia Cánovas, una de los ... voluntarios de la Asociación Española Contra el Cáncer de Cartagena (AECC), que ayuda a pacientes oncológicos y a sus familiares a asumir y sobrellevar este mal trago. «Con ella me pude desahogar. Supuso un apoyo muy importante. Me ayudó a asumir por lo que estaba pasando. Cuando, afortunadamente, lo pasé, me dije: 'Yo tengo que dar lo que he recibido, decirle a los enfermos que de esta se puede salir. Por eso me uní a este grupo», comenta a LA VERDAD.

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Ahora, Encarna Álamo y María Eugenia Cánovas son compañeras. Forman parte de los 17 voluntarios de la AECC de Cartagena que de lunes a viernes acuden al Santa Lucía y al Santa María del Rosell a dar apoyo a los pacientes de Oncología y a enseñarles todos los servicios que presta esta asociación: atención psicológica y social, ayuda logopédica y apoyo en imagen y estética, entre otros. «Nos acercamos a ellos en la planta de ingreso o en el Centro de Día y les intentamos ayudar contando nuestra experiencia, manteniendo una conversación o tan solo escuchándoles. Para muchos somos su desahogo. Nos ponemos en su piel. Somos sus confidentes, porque nos cuentan lo que no se atreven a decir a sus familiares», explica Cánovas.

Después de más de dos años y medio, debido a la pandemia provocada por el coronavirus, este grupo ha vuelto a desplegarse por los dos hospitales y a reforzar el espíritu y el alma de los pacientes con cáncer.

«Para muchos somos su desahogo, como sus confidentes; a nosotros nos cuentan lo que a sus familias no pueden»

Los voluntarios, catorce mujeres y tres hombres, conocen la enfermedad, bien en primera persona o por un familiar que la ha padecido. María Eugenia Cánovas la descubrió por su padre. «Por él estoy aquí, porque sé por lo que pasó», detalla. Dice que sus momentos más satisfactorios «son los más tristes», porque sabe que «pese al sufrimiento que sienten les estoy ayudando»

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Disminuye el efecto negativo

Su trabajo disminuye los efectos negativos, mejora la calidad de vida de las personas de cáncer y la de sus familias, reduce las alteraciones emocionales y amortigua el impacto y sufrimiento asociado a la enfermedad, relata la coordinadora del grupo, María Paredes Galán.

Al grupo se unió hace tres semanas Isabel Rivera. Trabaja como limpiadora y los jueves los dedica a este voluntariado, porque «es muy gratificante saber que ayudo a la gente». «Cuando vives esta enfermedad de cerca te das cuenta de la necesidad que tienen de hablar y de ser escuchados», concluye.

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