El Verdugo de Cartagena
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LUIS MIGUEL PÉREZ ADÁN
Sábado, 4 de febrero 2023
«Me hacen reír los que dicen que el garrote es inhumano, ¿qué es mejor, la guillotina? ¿Usted cree que hay derecho a enterrar a un hombre hecho pedazos?». Esta frase pronunciada por el mítico actor español Pepe Isbert, como Amadeo, uno de los protagonistas ... de la película de culto 'El Verdugo' (1963), de Luis García Berlanga, nos da pie para introducirnos en la Fotohistoria de hoy.
Los verdugos eran personas contratadas para terminar en pocos segundos con la vida de un condenado a muerte. Así podríamos resumir el trabajo de este, un personaje polémico, oscuro y visto como sanguinario en la historia de la humanidad. Fue sobre todo durante los siglos XVI y XVII cuando la labor de estos personajes fue prolífica y necesaria.
Fue un oficio imperioso para cuando los sistemas judiciales idearon las ejecuciones públicas que sirvieran de ejemplo a criminales, ladrones y delincuentes de lo que les podría suceder si cometían este tipo de delitos.
Aquí es cuando se hizo necesaria la presencia de una persona que se encargara de terminar con la vida de quienes estaban condenados. Alguien que estuviera dispuesto a mancharse las manos de sangre y que no titubeara al activar la guillotina y cortar la cabeza con un hacha o una cuerda para colgar al reo. Así nació el puesto del verdugo.
El espectáculo estaba servido para una muchedumbre que enseguida vio en las ejecuciones públicas un ceremonial que atraía más multitudes que el cumplimiento de la ley.
El ajusticiado o ajusticiada sin duda era el protagonista, pero faltaba su contrapunto: el ejecutor de la sentencia a muerte, el verdugo, una figura que muy pronto se convirtió en siniestra. Era visto con temor y recelo por sus semejantes. Vivía al margen de la sociedad, como si se tratara de personas indeseables.
A pesar de que los verdugos podían obtener ganancias altas, no muchos hombres tenían especial interés en dedicarse a ello. Por lo general, los carniceros eran los que se animaban a probar suerte en este oficio. Se tenía que tener cierta habilidad en el manejo de un hacha para la decapitación. Este fue el formato oficial de ejecución de reos en España, junto con la horca, por decisión de Fernando VII, hasta la aparición en 1832 del garrote vil. A un palo fijo se ajustaba un collar de hierro atravesado por un tornillo que, al ser apretado, rompía el cuello del ajusticiado.
Todos los ayuntamientos tenían un ejecutor de la justicia; y en Cartagena nunca faltó. La ciudad pues, tenía su propio verdugo. Ya consta en el libro de actas la anotación de que el 27 de abril de 1549, ante la inexistencia de un verdugo para las ejecuciones de la Justicia, el Concejo acuerda por vez primera y de manera oficial contratar a Pedro Giner, como verdugo. A quien se le asignaba un salario de 2.000 maravedíes.
Desde este momento y, al menos hasta tiempo inmemorial, Cartagena siempre mantuvo en su nómina municipal a un verdugo. Vamos, lo que hoy día podría ser la RPT (relación de puestos de trabajo del Ayuntamiento). Y en pocos años ya se la había duplicado el sueldo a 4.000 maravedíes, pues su trabajo era incesante. El documento que adjuntamos, presente en nuestro Archivo Municipal de Cartagena, es muestra de lo que afirmamos.
Hoy en día conocemos los nombres de algunos verdugos que formaron parte de la nómina municipal: Miguel Lucía, Ginés García, Mateo Vázquez, Julián Rosique, y un largo etcétera.
Las ejecuciones se llevaban a cabo en la Plaza Mayor (hoy en día Plaza del Ayuntamiento). Se convocaba al vecindario y con solemnidad se procedía a la ejecución. Estas se realizaban justo donde ahora se encuentra el edificio de la Mancomunidad de Canales del Taibilla esquina con la antigua calle de Carnicerías (hoy Plaza José María Artes).
De los verdugos que aquí desarrollaron su cometido, sobresalió Mateo Marín Gutiérrez, a finales del siglo XVI, reinando el Rey Felipe II. Estaba reparado del ojo izquierdo, tenía hercúlea figura y manejaba con singular destreza tanto el hacha como la cuerda. Desde entonces, y por mucho tiempo, fueron temidos los tuertos en Cartagena como seres de mal agüero. A su vista recordaban al verdugo Marín, del que la gente se apartaba haciendo la señal de la cruz; como si del diablo en persona se tratase.
Era un siniestro personaje enriquecido, gracias al negocio añadido al de verdugo, como recolector de grasa humana de los criminales recién ejecutados por él. Les extraía, con permiso de las autoridades, este elemento de los cuerpos que luego vendía a médicos y boticarios por libras. Los utilizaban para tratar una variedad de dolencias, generalmente en forma de ungüento, que se frotaba sobre la piel o en vendajes empapados de esta grasa. Se creía que era particularmente eficaz para reducir las cicatrices, curar heridas, reducir el dolor en las articulaciones y fomentar el crecimiento de nervios y tendones.
En definitiva, los verdugos existieron porque la sociedad los necesitó. Siendo así un oficio longevo en la historia, temido por los criminales de todas las épocas: desde la Edad Media, hasta la Segunda Guerra Mundial. Y que, como hemos podido comprobar, existieron en Cartagena.
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