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Los turistas que estos días disfrutan de sus vacaciones en Cartagena y quienes desembarcan en los cruceros que llegan al puerto no dudan, sorprendidos, en sacar sus cámaras de fotos y teléfonos móviles cuando pasan por delante de las inmensas estructuras que sostienen fachadas en numerosos edificios del centro histórico. Las ruinas preferidas son las de la calle del Aire y las que los más despistados encuentran más allá de la Serreta, en el monte Sacro.
La luz del verano deja aún más en evidencia las costuras de la decadencia en el centro de Cartagena: colañas al aire sosteniendo edificios, marañas de cables telefónicos y eléctricos, decrépitas paredes que muestran vestigios de desaparecidas viviendas y ventanas ciegas por las que ya no se puede mirar a ningún lado. Abajo, la maleza convive con la basura y, en muchos casos, restos arqueológicos que esperan mejor época para ser exhibidos en los sótanos de futuros edificios. Hay cartageneros que se lo toman con resignación y, a preguntas de los turistas, dicen con retintín que todo está así «desde la época de los romanos».
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