
LUIS MIGUEL PÉREZ ADÁN HISTORIADOR Y DOCUMENTALISTA
Sábado, 27 de agosto 2016, 00:31
Si tuviéramos que establecer un ranking de olvidos y desidias de nuestro patrimonio cultural en Cartagena, uno de los primeros lugares lo ocuparía el Monasterio de San Ginés de La Jara, lugar en donde el abandono y la destrucción es endémico, para vergüenza de varias generaciones de cartageneros, que asistimos impávidos al desmoronamiento de uno de los legados más importantes y valiosos de nuestro pasado y que a día de hoy sigue sin solución.
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Hace pocos días celebramos la festividad de San Ginés. Como todos los años desde hace ya demasiados, la imagen del Monasterio y sus Ermitas es desoladora. Su recuperación y puesta en valor es inaplazable, y no solo de sus elementos arquitectónicos. Su contenido hoy día se encuentra disperso y, en muchos casos desaparecido. Me refiero a sus retablos, lápidas, rejas, pinturas, mobiliario, lámparas, órganos, campanas, puertas, elementos decorativos, vestuario, documentos, libros, ornamentos eclesiásticos y por supuesto las imágenes y tallas que se amparaban en dicho monasterio.
Hoy trataremos de una de ellas: la del que fue Patrón de Cartagena, la talla de San Ginés de la Jara, no la original desaparecida no se sabe cuándo, sino la que hasta los años 70 del pasado siglo se podía contemplar, procesionar y fotografiar; hoy día, al igual que sus predecesoras, está en paradero desconocido.
Una de las características de esta talla, en madera policromada dieciochesca, era la indumentaria insólita que presentaba, totalmente ajena en los ermitaños de la zona, pues en lugar de llevar capucha sin capilla, tiene capilla sobre el manto, nada usual en la imaginería del sureste español, ni utilizada por los escultores de la zona, como Francisco Salzillo, Bonet, Puchol o Bellver.
Tampoco parece tener correspondencia con los modelos imperantes en esa época en Andalucía, más por sus formas y academicismo no deja de tener parentesco con la imaginería madrileña de fines del siglo XVIII.
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Sus medidas eran: altura sin peana, 1,06 centímetros; distancia entre las manos 0,56; la basa tenía una elevación de 0,24 cm; y sobre ella había escrito: «A devoción de don Francisco Gallardo. Año 1779». Y en el interior de la misma peana: «Juan Pascual de (apellido casi ilegible) año 17..».
Del siglo XVIII
Parece lógico pensar que se trata de una obra atribuible al escultor toledano Juan Pascual de Mena, activo en la transición del barroco al academicismo, que intervino en el ornato del Palacio Real y de varias iglesias madrileñas, además de desarrollar una intensa actividad en la Real Academia de Bellas Artes. Junto a su condición de artista de la Academia, Juan Pascual de Mena presenta una interesante actividad de escultor imaginero.
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Nacido en Villaseca de la Sagra en 1707, estudió en Madrid, donde pronto se ambientó entre el arte de los escultores extranjeros, principalmente franceses, que trabajaban en las decoraciones de los palacios reales, y las corrientes venidas de Italia, a través de los pensionados en Roma. En sus esculturas, las gubias o los cinceles no se distraen en plegados menudos y revueltos a lo rococó, sino que su talla es sobria y precisa. Nunca en su obra el sentimiento es desbordante. La policromía de sus esculturas es brillante y pulimentada, al gusto neoclásico y en oposición a la de tonos mate del siglo XVII.
Esta escultura está en la estética barroca, aunque con un sello personal de refinamiento y delicadeza un tanto clásico, que muestran a un artista culto e impregnado de las corrientes francesas. Los pliegues se ajustan con naturalidad y destaca la soltura y el movimiento en los gestos. El rostro denota realismo y su indumentaria presenta barroquismo, con amplios plegados sobre los pies. Apoya el cuerpo sobre la cadera, adelantando la pierna derecha. En la policromía hay una buena calidad, dibujando unos tradicionales bordados de oro en los rebordes del hábito, resaltando sus amplias mangas.
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El retablo donde se ubicaba esta imagen es de este mismo siglo y se debe al pintor Pablo Sistori, el gran maestro italiano de la escenografía y quadratura. Él nos dejó gran parte de su obra en numerosos retablos, en templos de la ciudad de Murcia como Santa Eulalia, San Juan de Dios, Jesús y la propia Catedral, sin olvidar las magníficas pinturas de la Iglesia de Santiago de Liétor y las de San Salvador de Jumilla.
En el camarín del actual altar pintado, bajo arco enmarcado con representación de dobles columnas de órden corintio, se encontraba esta imagen hasta mediados del siglo pasado, cuando desapareció. Se ignora en la actualidad dónde se encuentra, aunque algunas fuentes parecen situarla en manos de anticuarios dispuestos a su venta al mejor postor.
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Por cierto, una última reflexión sobre el Monasterio de San Ginés de la Jara: «Quien entre en este espacio y no sienta gran emoción, es incapaz de sentir».
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