Joaquín Fernández, Mariano Martínez, Luis Gutiérrez y Antonio Cariñano, en la entrada al antiguo complejo de Zinsa en Torreciega.

Vidas truncadas y un mar de cascotes en Torreciega

Doscientos exobreros de Española del Zinc siguen sin cobrar sus indemnizaciones siete años después del cierre de la empresa

Antonio López

Domingo, 26 de junio 2016, 00:32

¿Qué fue de los trabajadores de Española del Zinc (Zinsa)? Muchos cartageneros se hacen esta misma pregunta y no saben qué contestar, ni siquiera aquellos 240 exobreros que vivieron durante años un verdadero calvario son capaces de responder. Se miran y no se reconocen. Solo les quedan los recuerdos, el desánimo, la sensación de haber sido engañados, la frustración de una lucha sin recompensa y unas promesas que nunca se cumplieron. Tras siete años desde que la empresa cerró y envió a todos sus empleados al paro, alrededor de 200 aún están en paro y esperando a que les paguen las indemnizaciones fijadas por un juez. Mientras, el antiguo complejo industrial de Torreciega es un terreno lleno de cascotes y otros escombros dejados tras el derribo de la fábrica.

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  • euros de media, aproximadamente, es lo que debe cobrar cada trabajador como indemnización.

Luis Gutiérrez, Mariano Martínez, Antonio Cariñano y Joaquín Fernández son ejemplo de aquellos que dieron su vida por Zinsa, de aquellos que quemaron contenedores y coches en medio de la carretera para defender sus puestos de trabajo, de aquellos que un día se encerraron en la Catedral de Murcia para arrancar un compromiso a los políticos, de aquellos que hoy miran los periódicos, ven a esos políticos y les llaman «mentirosos».

«Al principio, cuando pasaba por la carretera de Torreciega no podía ni mirar hacia dentro. Me tiré allí 32 años como electricista. Allí me hice mayor. Ahora, después de siete, me atrevo, a malas penas, a echar un vistazo y ver el solar. Allí quedaron sepultados los sueños de muchas familias», cuenta a 'La Verdad' Joaquín.

Como el resto, él aún se aferra a la ilusión de cobrar algún día esos 80.000 euros de media que aún se adeuda a cada obrero y así enterrar en el olvido una época de amarguras. El pago del dinero está supeditado al día en que se recalifiquen los terrenos, ahora en manos de un grupo de bancos. Así lo acordaron con las administraciones públicas. Hasta entonces no verán un euro. De aquel sufrimiento solo consiguieron una pequeña indemnización del Fogasa (Fondo de Garantía Salarial): unos 20.000 euros por obrero.

Solo una treintena de trabajadores se pudo prejubilar y 40 encontraron trabajo estable. El resto está en paro o tiene empleos temporales ajenos a su profesión. «A los mayores de 50 años no nos quieren en ningún sitio», constata el presidente de la Asociación de extrabajadores de Zinsa, Luis Gutiérrez.

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Él estuvo 27 años al pie del cañón, como jefe del parque de minerales. «Aún escucho al expresidente de la Comunidad Autónoma, Ramón Luis Valcárcel, diciéndonos en una de las muchas reuniones que mantuvimos con él: 'Vosotros no vais a conocer el paro' o 'No voy a consentir que ninguna familia de la esta Región lo pase mal'», rememora.

Ayuda en la Catedral de Murcia

Pero si hay algo que recuerda este exempleado son los días que pasó junto a una decena de compañeros encerrado en la Catedral de Murcia. «Al principio no nos dejaban estar, y cuando nos fuimos lloraban. Ayudábamos en todo, a colocar las sillas de las comuniones los domingos, a barrer y a limpiar. Nunca olvidaré a aquellos que aun sin conocernos nos llevaban comida. Fue un mes y medio intenso. Al final conseguimos que nos concedieran a un precio irrisorio terrenos en el polígono Los Camachos para construir una nueva fábrica, pero nunca se construyó la nueva nave. Los políticos sabían que nunca se haría a pesar de sus promesas», denuncia Gutiérrez.

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Mariano Martínez, de 55 años, estuvo 28 en la empresa, y también participó en el encierro. Desde hace seis años vive con la ayuda mensual del Estado de 400 euros y lo que le da la familia. «Cuando me llegue la jubilación no me quedará nada. A pesar de que he echado currículos por todos sitio, nadie me quiere», cuenta.

Como sus compañeros, Antonio Cariñano, analista de laboratorio durante 33 años, conserva un reloj de oro que la empresa regalaba a los obreros al cumplir 25 años en plantilla. El brillo de esa joya contrasta con el negro panorama actual: «Nos hicieron muchas promesas. Hasta nos dijeron que nos recolocarían en el aeropuerto de Corvera. Decían que primero irían los de Lobosillo y Corvera y después, nosotros. Pero se olvidaron».

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