Los ritos adivinatorios
JOSÉ SÁNCHEZ CONESA
Miércoles, 10 de septiembre 2014, 01:56
El sortilegio del cedazo no requería grandes medios ni especiales conocimientos, tan sólo un cedazo o harnero, de los empleados para cribar harina y unas tijeras que son clavadas en el aro de madera que rodea y sujeta la tela de cerdas. Dos personas sostienen los ojos de las tijeras con las yemas de los dedos y le formulan preguntas sobre lo que se quiere conocer, sobre todo acerca de la pérdida de objetos domésticos y sus posibles mangantes. El cedazo responde con una afirmación o negación, de tal manera que si el artefacto se mueve nos estará indicando una respuesta afirmativa y si no lo hace, la respuesta se interpreta como un no. Otros usos eran amorosos con interrogantes del tipo: «¿Me quiere Fulanico?»
El folclorista Díaz Cassou (1843-1902) recogió de unos gitanos errantes en Lobosillo una oración dirigida a San Simón, como otros se encomiendan a San Antonio de Padua, para hallar objetos perdidos mediante el 'seaso'. Decía así: «San Simón, suerte quiero arcansá, que me digas la verá; las tijeras agarrás, en el seaso están clavás, personas que reselo boy a nombrar, q'ande el seaso si la sospecha es verdá, San Simón que lo sabe lo declarará. Entro y consiento en erpauto criminá».
Herejía para la Inquisición
La Inquisición consideraba que toda adivinación del futuro era una herejía porque negaba el libre albedrío y apostaba por la fatalidad, sin embargo se imponía el sentido común a la hora de aplicar los castigos que no pasaban en muchos casos de reprender a los protagonistas, en otros casos se aplicaba un número importante de azotes, multas o destierros temporales. A esta institución eclesial debemos mucha información de la hechicería en nuestro país como la derivada del uso del cedazo, uno de los más famosos y empleados en España, al parecer introducido aquí por los gitanos. El poeta griego Teócrito, del siglo III antes de Cristo, exponía en su obra 'Idilios' que para conocer el futuro se consulta a una mujer que ve lo oculto en los giros del cedazo.
Las bolitas de papel son otro medio para conocer el nombre de la persona con la que la moza consultante se casaría. Por ello se introducían en un vaso de agua siete bolitas en las que se habían escrito siete nombres de posibles aspirantes. A la mañana siguiente se desliaba el papel que no se había sumergido, la que contenía el nombre del futuro marido.
Fuera de nuestra comarca existen variantes, consistiendo una de ellas en escribir nombres de varones en trocitos de papel que son colocados debajo de la almohada y a la otra mañana se elige uno al azar: el papel nos dice como se llamará el futuro novio.
Echar los años o adagios
Se celebraba en Nochevieja o Año Nuevo, en la intimidad del hogar o durante el descanso del baile. Consiste este juego en adivinar y propiciar el emparejamiento de chicos y chicas para garantizar que la vida de la comunidad continúa mediante la procreación. Para ello se escribe en pequeños papeles los nombres de hombres, solteros o viudos, que se guardan en una bolsa o recipiente, en otro se colocan los nombres mozas o viudas. En un tercer montón los adagios, denominación con que designan nuestros informantes, son unos versos picantes, normalmente pareados, de marcado contenido erótico que pretendían calentar el ambiente amoroso, aprovechando la licencia que concedía la tradición festiva en una sociedad represiva en cuestiones de moral. En diversas localidades del Campo de Cartagena nos confirman que algunos noviazgos se fraguaron mediante este juego.
En El Campillo de Fuente Álamo nos narraron estos dos adagios: «Cada vez que te veo las blancas tetas se me corre el pestillo de la bragueta».
Y en La Puebla: «Por tus piernas arriba corro que troto y al llegar a lo negro, clavo el hisopo».
A propósito de los adagios acontecidos en la localidad de Germar (Lugo), expone Carmelo Lisón Tolosana en 'Antropología social de España': «La fecha elegida parece recordar a los solteros y solteras que ha pasado el año y todavía no se han casado». En otras parroquias gallegas se exponían en la puerta de las iglesias la lista de las parejas que el juego ha conformado y el mozo debía acompañar a la moza a la feria.
El huevo, en el agua
Se cascaban huevos crudos en el agua para contemplar el aspecto que adquirían, conformándose la cara del joven llamado a convertirse en esposo o incluso el ritual permitía conocer su profesión por la representación de las herramientas características. Si aparecía un barco de vela, tema recurrente entre nuestros informantes, era señal inequívoca que sería un año venturoso. Estas acciones eran propias de la noche mágica de San Juan como salir a la mañana siguiente a esta noche y preguntar al primer varón que pasase por la calle su nombre. Así mismo se llamaría el hombre de su vida. Parecidos ritos adivinatorios podemos apreciar en el resto de España pero con variantes.
Tras la quema de la hoguera la muchacha cogía cardos y los chamuscaba, poniéndolos debajo de la cama en un vaso de agua y si a la otra mañana aparecían floridos era señal que el muchacho que le gustaba sería su novio.
La utilización de los cardos en estos menesteres adivinatorios, con sus variantes, también es de uso extendido en otros lugares de la vieja piel de toro.
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