Carmen Antúnez, la semana pasada en La Arrixaca. Nacho García/ AGM
Exjefa de la Unidad de Demencias del Hospital Virgen de La Arrixaca

Carmen Antúnez Almagro: «Hay un déficit de atención tremendo, y eso es desastroso para el cerebro»

«La decisión de jubilarme no ha sido fácil, pero hay que saber retirarse y dejar que otros tomen el relevo»

Lunes, 15 de julio 2024, 01:30

Carmen Antúnez (Almansa, Albacete, 1955) se ha jubilado después de una larga trayectoria en el Virgen de La Arrixaca, donde puso en pie una Unidad de Demencias «única en el sistema público». Hija de músico –su padre era director de banda– y nieta de ... médico, se crió en Jaén, estudió en Granada, terminó la especialidad en el Hospital 12 de Octubre de Madrid y recaló en Murcia tras obtener su plaza de neuróloga. Ahora, tras muchos años de trabajo duro busca disfrutar «de la serenidad que te dan los años». En esa paz interior, avisa, se encuentra la felicidad.

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– Después de una larga trayectoria se jubila. ¿Cómo afronta esta nueva etapa de su vida?

– Terminé con 22 años la carrera. Saqué la plaza del MIR con 23 y empecé a trabajar, hasta hoy. He prorrogado casi tres años la jubilación. Para mí, la decisión no ha sido fácil. Estoy muy vinculada a un proyecto que prácticamente creé yo, por supuesto con el apoyo institucional y de todos los que trabajan aquí. Pero llega un momento en el que hay que saber retirarse y dejar que otra gente capaz tome el relevo. Estoy convencida de que esta unidad seguirá adelante con su extraordinaria trayectoria. Para ello ha de contar con la misma dotación que hasta ahora. Hay profesionales de sobra capacitados para continuar mi labor y, desde luego, mejorarla. Y a mí, la jubilación me deja ahora un poco de tiempo para vivir la vida que me quede de otra forma. De una forma quizá más tranquila, disfrutando de la serenidad que te dan los años. Para mí, la felicidad es esa serenidad, tener paz interior. También es importante prepararse para la etapa del final de la vida. Es una etapa interesante, en la que hay que trabajar desde muchos puntos de vista para mantenerse en forma física, mental, emocional y espiritual.

– ¿Cómo va a hacerlo?

– Desde hace 15 años hago yoga: me ha enseñado muchísimas cosas de mí, del mundo, la mente y la vida. Quiero seguir con el yoga, y también darle salida a la vena artística que tengo, y que viene de mi padre, que era músico. Hace unos años aprendí a hacer tapices, con telares de alto lizo. Es muy bonito y he hecho algunas cosillas. Y luego, quiero disfrutar de un buen paseo, de lo cotidiano, de la lectura, de la música y, si me queda tiempo libre, que no lo sé, quizá aprender algún idioma. Mi gusanillo del aprendizaje lo tengo ahí. Siempre he sido una persona muy curiosa, desde pequeñita, y lo sigo siendo.

– ¿Cómo y cuándo nació su vocación por la medicina?

– Mi abuelo materno era médico. Yo no lo conocí. Nació en 1906 y dedicó su vida a la Medicina de Familia en un pueblo pequeñito de la provincia de Córdoba, Almedinilla. Allí tiene dedicada una calle. De pequeña, mi madre me contaba todas las aventuras médicas de mi abuelo. Ella lo admiraba, realmente era una persona con una vocación enorme. Le ofrecieron salir fuera, al extranjero, porque al parecer era muy bueno, pero no quiso; prefirió dedicarse a la medicina rural. Debía ser duro en aquella época. Además, le cogió la guerra. Yo crecí escuchando todo aquello. Cuando hice el bachiller me gustaba mucho la Biología. Me entusiasmaba. Empecé a madurar que yo quería hacer algo sobre la vida: Biología, Medicina. Aunque mi madre hizo todo lo posible por quitarme de la cabeza que yo fuera médico.

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ALZHÉIMER

«El cerebro es muy complejo. Ojalá tuviéramos un remedio, pero no es fácil. Hemos avanzado mucho; ahora podemos diagnosticar en fases muy iniciales»

– ¿Por qué?

– Porque ella había vivido la vida de su padre como médico y le parecía muy dura. Me decía: 'Tú, una mujer, cómo te vas a dedicar a esto. Si luego te casas y tienes hijos, va a ser muy complicado'. La verdad es que no estaba exenta de razón. Ha sido muy duro llevarlo todo para adelante. Pero decidí contra viento y marea hacer Medicina, y mis padres me apoyaron. Hicieron un sacrificio para que pudiera hacer la carrera en Granada. Yo era buena estudiante y agradecida.

– La medicina le venía de familia, pero también la música. ¿Cómo se le daba?

– Yo en realidad quería ser músico, pero mi padre me dijo que de la música no se vivía, que hiciera una carrera y me dedicara a la música como algo colateral. Mi padre tuvo un accidente cuando yo era muy pequeñita; tenía seis meses. Así que me daba clases de solfeo pero no de entonación. Hice dos años de solfeo y dos de piano. Luego empecé el Bachiller y más tarde la carrera, y ya era muy difícil compaginarlo todo. Aunque luego he cantado en algunos coros, era soprano. Pero mi afición por la música está ahí. Yo escucho muchísima música, me encanta la música clásica.

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– Para una neuróloga, nuestra respuesta cerebral ante la música debe ser fascinante.

– Lo es. Hice un trabajo sobre esto con una amiga, Pilar Lago, que era catedrática de Música de la UNED, y con Alberto Rábano [neurólogo y neuropatólogo y director del Banco de Tejidos de la Fundación CIEN]. La música es un protolenguaje, es el primer lenguaje. Antes que el hablado, está el lenguaje musical. Hay pueblos que se comunican con música, ahí está el 'silbo' [el lenguaje silbado de la isla de La Gomera, en Canarias]. La música transforma el cerebro. Hicimos un proyecto con pacientes con alzhéimer evolucionado: fue alucinante ver cómo se calmaban los trastornos de conducta con la música. Parecían otros pacientes.

– ¿Qué le llevó a la Neurología? El cerebro era en buena medida un territorio aún desconocido.

– Fue precisamente por eso. Realmente a mí el cerebro me había fascinado durante la carrera. Cortar el cerebro, ver todas aquellas conexiones y núcleos... Me preguntaba cómo funcionaba todo aquello.

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– Ha visto muchos cerebros a lo largo de su vida. Ahora que hablamos tanto de la inteligencia artificial y la tecnología, ¿le sigue sorprendiendo el hecho de que de ese órgano que ha tenido entre sus manos pueda salir una obra de Bach, o una catedral?

– Tenemos una máquina que es impresionante. A mí siempre me han interesado una serie de cosas. Por ejemplo, la conciencia. ¿Qué es la conciencia? ¿qué es la mente? He leído mucha literatura científica sobre el estudio de los cerebros de los monjes tibetanos. Cualquier actividad, incluida la meditación, puede cambiar la configuración de nuestro cerebro. Incluso, y esto está publicado, nuestros genes. Es lo que conocemos como epigenética, y eso se transmite a las siguientes generaciones.

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PREVENCIÓN

«Los hábitos de vida son absolutamente claves porque pueden llevar a la neuroinflamación. Siempre estamos a tiempo de cambiarlos»

– Estamos en un mundo nuevo, digital, en el que ha irrumpido el móvil. Todo el tiempo estamos pendientes de estímulos muy cortos en la pantalla, y cada vez nos cuesta más prestar atención. ¿Todo eso va a hacer que nuestro cerebro cambie? ¿En qué dirección?

– A mí me preocupa mucho la sociedad actual, porque hay un déficit de atención absolutamente tremendo y eso va a conllevar una serie de alteraciones cerebrales. El cerebro va a cambiar, eso es seguro. La atención es una de las funciones más importantes del cerebro. Sin atención no hay nada después, porque sin atención no puedes fijar memoria. Se sabe que cuando lees la información en una pantalla, tu cerebro no la graba igual que cuando la lees en el papel. Nuestro cerebro necesita estímulos de otra forma, no tan cortos. Necesita reposo, más tiempo para hacer actividades, y no tantas actividades tan cortas en tan poco tiempo.

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– Lo que comenta lo observamos en todos los ámbitos. Ya no somos capaces de escuchar una sinfonía: si una canción dura más de tres minutos, desconectamos. O si vemos una película o una serie en casa, y percibimos que decae, agarramos el móvil.

– Sí, claramente esto es desastroso para el cerebro. El móvil tiene una serie de ventajas indudablemente, pero yo a las ocho de la tarde no es que lo ponga en modo avión: lo apago y lo dejo en el salón. Pero todo esto también está afectando a cómo trabajamos los médicos. Está claro que el ordenador es un instrumento que nos facilita mucho las cosas, pero lo que no podemos perder bajo ningún concepto es la relación médico-paciente. Eso implica que nos miremos a los ojos, porque el paciente me está dando información desde que entra por la puerta. No puedo estar hablando con el paciente mirando a la pantalla.

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– Volvamos a su carrera profesional. Tras completar la especialidad terminó en La Arrixaca y más tarde puso en marcha la Unidad de Demencias.

– Sí, salió una plaza en La Arrixaca, me presenté y me vine. Al principio me dedicaba a la Neurología general: estaba en la planta y hacía guardias. La Sociedad Española de Neurología comenzó a poner en marcha grupos de estudio para mover las diferentes especialidades, y me apunté al de demencias. Me parecía muy interesante. Allí había gente extraordinaria y aprendí muchísimo. Planteé poner en marcha una consulta de Demencias en La Arrixaca, uno o dos días por semana. Tuvo éxito y los vientos soplaron a favor. Con el apoyo de la dirección pusimos en marcha la Unidad de Demencias hace 22 años, y aquí seguimos. Se ha consolidado como una unidad única en el sistema público.

– ¿En qué sentido es única?

– Esta es una unidad independiente que hace un trabajo multidisciplinar, con ensayos clínicos, formación, investigación y un banco de cerebros que es potentísimo en España. Ya tenemos 300 muestras. Se montó muy bien gracias al apoyo de las autoridades sanitarias. Es un banco potente que está bajo el paraguas del IMIB. Ahora tenemos a un neuropatólogo extraordinario y la implicación del jefe de Anatomía Patológica, Enrique [Martínez].

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– ¿Cuáles son las principales aportaciones que se han hecho a la investigación en demencias desde esta unidad y desde el banco de cerebros de La Arrixaca?

– Murcia puede estar muy orgullosa. Yo creo que hemos aportado, en primer lugar, un sistema de trabajo muy adecuado para atender al paciente con demencia y su familia. Porque cubrimos todas las áreas: diagnóstico, tratamiento, apoyo familiar con tres neuropsicólogas, investigación. Gracias a esta estructura se puede trabajar en ensayos clínicos y en formación. Hay una coordinación y un entendimiento entre todo el equipo extraordinario. La sistemática de trabajo ha permitido que podamos ofrecer una atención de una calidad excelente.

– ¿En qué medida se ha avanzado a lo largo de todas estas décadas en el conocimiento y abordaje del alzhéimer? Sigue sin haber una cura para esta enfermedad.

– El cerebro es tan complejo... Ojalá pudiéramos tener ese remedio, pero no es fácil. Desde que en el año 93 salió la tacrina, el primer fármaco para tratar el alzhéimer, se ha avanzado. Ahora podemos diagnosticar la enfermedad en sus fases muy iniciales con un 90% de posibilidad de acierto, y en esa etapa de deterioro cognitivo leve podemos hacer intervenciones que alarguen mucho esa fase, para que el deterioro y la dependencia lleguen lo más tarde posible. La filosofía es hacer del alzhéimer una enfermedad crónica.

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– También se ha avanzado en el estudio de las causas.

– Sí, hoy sabemos muchísimo más de las causas. En 2009 un investigador alemán publicó un artículo sobre la neuroinflamación. La neuroinflamación es una situación a la que se puede llegar por muchas vías: porque uno tiene la tensión alta, diabetes, sobrepeso, porque come mal o no adecuadamente, porque no hace ejercicio físico, porque fuma, porque vive con estrés... Todo eso provoca una serie de cambios que favorecen la aparición de las lesiones [que están detrás del alzhéimer]. De ahí la importancia de los hábitos de vida. Hay un alzhéimer familiar [genético] que representa entre el 1% y el 3% de los casos. En el resto, los hábitos de vida son absolutamente claves: pueden hacer que una persona desarrolle un alzhéimer o no, o lo desarrolle cuando sea ya muy mayor. Por eso insisto mucho en que siempre estamos a tiempo de cambiar nuestros hábitos.

  1. «La ayuda a los pacientes sigue siendo una asignatura pendiente»

– El apoyo social a los pacientes de alzhéimer y a sus familias sigue siendo una asignatura pendiente. Se necesitan muchos más recursos para atenderles.

– Sí. Nosotros hemos luchado todo lo posible, con proyectos como Arte y Cultura en el Mubam [se trabajaron aspectos como las emociones, la memoria y la atención con pacientes de alzhéimer en el Museo de Bellas Artes]. Pero efectivamente las familias necesitan un apoyo extraordinario, porque muchas veces la enfermedad les sobrepasa. Necesitamos que la sociedad lo entienda y que las autoridades sanitarias cambien las estructuras, o ayuden a crear otras estructuras en las que esto se pueda abordar. Es una asignatura pendiente.

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– Cuando comenzó, la mayoría de los médicos en los hospitales eran hombres. ¿Ha sufrido el machismo? ¿Se ha sentido más juzgada que sus compañeros hombres, o ha tenido que demostrar más que los demás?

– Le contaré una anécdota. En Granada yo pasaba planta y exploraba a los pacientes. Cuando terminaba y me iba de la habitación, el paciente a veces me decía: '¿Señorita, cuándo viene el médico?'. Lo que pasa es que estas cosas me las he tomado con humor. Cuando llegué aquí era la única neuróloga. Siempre he tenido una fuerza interior, y si ha habido un determinado ambiente, lo he enfrentado tirando para adelante. Claro que he vivido situaciones, se puede imaginar. Las mujeres de mi edad quizá hemos sido una generación puente, la vida ha sido dura. Recuerdo que cuando hicimos el estudio Ariadna [un gran estudio epidemiológico sobre alzhéimer] yo me ponía a trabajar después de acostar a los niños hasta las dos o las tres de la mañana. Si no, el trabajo no salía. Ha sido así, duro pero muy satisfactorio.

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