Evitar a toda costa que sus hermanos, madres, padres, abuelos, amigos o parejas se conviertan en cabos sueltos en el tiempo. Es la lucha de miles de personas que han cambiado la piel y ahora están hechas de otra pasta, tallada por la ausencia, la incertidumbre y la losa que les comprime por no saber dónde están su seres queridos. Porque se fueron, se los llevaron o cayeron heridos y perecieron en el rincón de algún paraje inaccesible o en el fondo de un pozo, un embalse o del mar. Pero no están, desaparecieron. Dejaron de felicitar cumpleaños y navidades. Son una silla vacía en las comidas familiares. No juegan con sus sobrinos, ni aparecen por el colegio para recoger a sus nietos. El móvil no suena para preguntar cómo estás, que vaya día hace o que si vas a ir a comer.
Publicidad
En la Región de Murcia, un total de 457 personas permanecen desaparecidas y trece de ellas están catalogadas como de alto riesgo, según datos del último informe anual del Ministerio del Interior publicado el pasado mes de marzo. La asociación SOS Desaparecidos tenía a principios de año 398 alertas activadas en España, diez de ellas en la Región. Un total de 160 personas fueron localizadas en buen estado (8 de ellas en Murcia) y 30 aparecieron muertas (dos en la Comunidad). Veinte eran mayores de 65 años. «Es uno de los colectivos que más nos preocupan. Este tipo de desapariciones están relacionadas con las enfermedades neurodegenerativas, como el alzhéimer o algún tipo de demencia. Además de estas, existen otras posibles causas de pérdida en personas mayores de 65, como la desorientación, la deambulación o los accidentes, en muchos casos mortales», explica Francisco Jiménez, coordinador de la asociación SOS Desaparecidos, fundada en Caravaca de la Cruz. A pesar de que representa un porcentaje bajo -de los 13.447 casos sin resolver en España, solo 45 (el 2%) son personas mayores, según datos del Centro Nacional de Desaparecidos- suelen calificarse de alto riesgo «porque tienen un índice de mortalidad elevado».
Las otras diez personas halladas muertas tenían edades comprendidas entre los 18 y los 64 años. Uno de ellos fue Jorge L. M., de 18 años. Su cuerpo fue localizado el pasado lunes 15 de julio por la noche en un olivar abandonado de Cieza, a las afueras de la localidad. No presentaba signos de violencia. El chico estuvo desaparecido durante dos días. Sus familiares y amigos se dedicaron a pegar carteles por todo el municipio con su fotografía. La batida comenzó sobre las siete de la tarde y el cuerpo fue localizado tres horas después.
El hallazgo del cadáver de una persona desaparecida, por duro que parezca, a veces resulta un bálsamo para sus allegados. Cuando el tiempo comienza a aplastar su recuerdo, muchas familias ya solo buscan un cuerpo para saber qué pasó y cerrar un capítulo que cada día provoca la angustia y mil conjeturas en sus cabezas. «Después de siete años ya no espero que esté vivo, me serviría con que apareciera su cuerpo para llorarle», indica María José Sánchez, la mujer de José Ignacio Nuño, el hombre de 46 años que desapareció cuando practicaba windsurf en la playa del Alamillo del Puerto de Mazarrón en diciembre de 2012.
El rastro de Silvestre Jiménez se perdió en la estación de tren de Feve (Ferrocarril de Vía Estrecha) de Cartagena el sábado 21 de febrero de 2015. Las cámaras de seguridad lo captaron deambulando desorientado frente a la puerta de entrada al andén con las zapatillas de casa puestas. Trató de entrar a la estación, pero el torno se lo impidió. Se dio la vuelta y se fue. Es la última imagen que se tiene de él, congelada después de cuatro años. «Damos el caso por casi imposible, pero queremos saber qué le pasó. Quería mucho a sus nietos y necesitamos contarles por qué se abuelo no está», expresa Ramón Jiménez, hijo del desaparecido.
Publicidad
El día que desaparece una persona, un miserable contador que anota el tiempo de su ausencia se pone en marcha. Es una chincheta marcada en un calendario del que cuelgan las efemérides. Una semana. Un mes. Un año. Su cumpleaños. Dos años. Otra Nochevieja. Tres años. El tercer aniversario que no se celebra porque el matrimonio es impar. Y tras ese escombro de tiempo, llega un momento en el que los peores pensamientos invaden, porque esa persona ha dejado de estar. Antes había una lucha por acelerar las horas para que algo pasase, porque los minutos pasaban lentos. Pero la ausencia se vuelve sempiterna. «¿Dónde está?», es la pregunta que todos se hacen. Pero si el 'feedback' no se produce, si no hay respuesta, la «caída libre», el «túnel sin fondo», la «angustia e inquietud» es la sensación que describen sus seres queridos.
Una desaparición se debe denunciar en el mismo instante en el que se sospecha que le ha podido pasar algo a esa persona. Las primeras horas son cruciales. Internet cumple una función esencial para que su foto llegue al máximo número de personas posible. «Las redes sociales son un gran aliado a la hora de difundir una alerta. Existe un gran apoyo y colaboración por parte de los usuarios. En las primeras 48 horas de activar un aviso, llegamos a los dos millones y medio de impactos. Cuando el caso es muy mediático, porque se trata de un niño o una adolescente, esa cifra se triplica y podemos superar los seis millones de interacciones», aclara Francisco Jiménez.
Publicidad
Normalmente, la gente suele acudir al llamamiento de las asociaciones y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y los rastreos de los primeros días suelen ser multitudinarios. El problema es que, cuando la falta de resultados se prolonga en el tiempo, las buenas intenciones suelen flaquear, y al cabo de un tiempo, poca gente anónima busca a alguien. Uno de los principales escollos con los que se topan los familiares de los desaparecidos es la falta de recursos y de efectivos públicos. Es su principal queja. Cada una de las denuncias por desaparición acaban en pilas de papeles que se amontonan sobre las mesas de los cuarteles y las comisarías. «Cuando se produce una desaparición, las Fuerzas y Cuerpo de Seguridad del Estado ponen todos los recursos y empeño para localizar a esa persona, pero el problema es que faltan medios. Desde las asociaciones llevamos años pidiendo que haya más agentes en unidades especializadas. Aún así, Murcia es la provincia que mejor y más rápido moviliza a los servicios de emergencias. Sobre todo, en la búsqueda sobre el terreno», afirma Jiménez. Una de las herramientas que las asociaciones llevan demandando desde hace años, y que podría dar respuesta a muchas de las carencias jurídicas y policiales que existen a la hora de iniciar una pesquisa por desaparición, es el Estatuto de la Persona Desaparecida. El pasado mes de noviembre la secretaria de Estado de Seguridad, Ana Botella, se comprometió a impulsarlo en el Congreso de los Diputados. Esta norma, que ampara los derechos de víctimas y familiares, podría acometer las reformas legislativas para cubrir los vacíos jurídicos, mejorar los protocolos y la dotación de más recursos, tal y como reclaman desde las asociaciones de desaparecidos.
De las 13.447 personas que se siguen buscando en España, casi el 80% de ellas son menores de entre 13 y 17 años. Desde la asociación SOS Desaparecidos alertan de que se trata de un fenómeno que es difícil atajar. «Al día recibimos 40 llamadas de desapariciones de menores, tanto de domicilios como de centros de internamiento. De todas ellas, tenemos que filtrar las que activamos como alerta de desaparición porque si las metes todas, llega un momento que la gente deja de darles importancia. Para ello tenemos en cuenta ítems como, por ejemplo, que no se haya dejado sus objetos personales y si hay indicios de que detrás de la desaparición pueda estar la acción de una persona adulta. Un caso típico es un menor que discute con sus padres porque le han quitado el móvil, por ejemplo, y se fuga. Esa denuncia ya se computa como menor desaparecido», apunta Jiménez.
Publicidad
Lo mismo ocurre con las huidas de los menores inmigrantes no acompañados (menas). Hay más de 2.500 denuncias por desaparición de estos jóvenes. «Llegan a los centros y ante el miedo de que puedan ser expulsados del país cuando cumplan la mayoría de edad, se fugan», añade el coordinador de SOS Desaparecidos.
En los últimos cinco años, el número de personas desaparecidas en España ha aumentado de manera preocupante. Solo en 2018 casi se triplicó con respecto al año anterior, con 6.254 desaparecidos ese año. Y desde que comenzó 2019, 2.163 personas están desaparecidas
Publicidad
La Región se encuentra entre las cinco provincias en las que hay más casos clasificados de alto riesgo, junto a Barcelona, Las Palmas, Baleares y Málaga. Además, Murcia está también a la cabeza de las comunidades, junto a Andalucía, Cataluña y Canarias, en las que se contabilizan un mayor número de desapariciones, incluyendo todos los niveles de riesgo, según el Ministerio del Interior. Anualmente se denuncian en España entre 20.000 y 25.000 desapariciones. La gran mayoría de estos casos acaban resolviéndose con celeridad. De las 187.554 registradas desde 2010 hasta la fecha en el sistema de Personas Desaparecidas y Restos Humanos sin identificar (PdyRH), 174.107 se resolvieron, casi el 93%.
Entre los casos activos más recientes en la Región calificados de alto riesgo por el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES), dependiente del Ministerio del Interior, se encuentra el de Gregorio Sánchez Artero, María Dolores Sandoval y Alberto Hernández. La calificación de alto riesgo se activa siempre ante la ausencia de un menor -si esta no se produce de forma recurrente o se produce por una fuga de un centro de menores o de internamiento-; también con personas con enfermedades mentales o que requieren de un medicamento. Sin embargo, para los adultos existen otros factores que se evalúan en función de los indicios recabados por los investigadores, cuando las evidencias de un secuestro o riesgo para su vida o integridad física son muy elevadas. Es el caso de Gregorio Sánchez Artero, de 59 años, cuya desaparición se produjo el pasado 28 de marzo en Puerto Lumbreras. En ese momento llevaba el pelo rapado y vestía un pantalón vaquero y jersey azul. Salió de su casa y nada más se supo de él.
Noticia Patrocinada
También el de María Dolores Sandoval. Oficialmente desapareció el 25 de diciembre de 2018. Según su pareja, ese día comió con ella y después se hizo la maleta y cruzó la puerta de su casa tras un portazo. A partir de entonces, su rastro se perdió. Sin embargo, su familia asegura que desde el 11 octubre, más de dos meses y medio antes, no sabían nada de ella. «Fue el último día que hablé con mi madre, y desde entonces no hemos tenido noticias suyas. Su pareja nos dijo que en todo ese tiempo, hasta su desaparición, ella no quería hablar con nosotros», advierte su hija Carmen. La única pista sobre María Dolores, que sufre una afección mental que le provoca cambios extremos en el estado de ánimo, desde manías hasta depresión, fue la que aportó una mujer que llamó diciendo que la había visto en el barrio de La Flota de Murcia. «Estuve pegando carteles por toda la zona para ver si alguien más la reconocía, pera hasta la fecha, nadie ha avisado», se lamenta la hija.
Los últimos planes de la mujer cartagenera desaparecida pasaban por hacer un viaje a San Francisco. «Me preguntó si me iba con ella» pero que se sepa, nunca embarcó en un avión. Estamos pasándolo mal. No creemos que se haya fugado porque no ha cobrado su pensión desde noviembre. Aún así, si por lo menos supiéramos que la han localizado y que está viviendo en otro sitio o, incluso, que han encontrado su cuerpo, al menos podríamos descansar», implora Carmen.
Publicidad
Los días previos a su desaparición estaba nervioso. Algo le inquietaba. Empezaba a tener alucinaciones. Decía que las habitaciones se hacían pequeñas. Contaba cosas incoherentes, como que quería criar una pantera en su casa del campo. Le costaba vocalizar. El trastorno esquizoide de la personalidad que le habían diagnosticado, le estaba jugando malas pasadas. Para aliviar sus fantasías, le recetaron una medicación, pero no se la tomaba, lo cual pronosticaba la aparición de un brote. Una semana después de sus visiones, el 4 de agosto de 2018, se produjo uno de los casos más mediáticos y extraños ocurridos recientemente en la Región. Alberto Hernández desapareció.
Estaba con sus padres en la casa de campo que la familia tiene en la pedanía muleña de Casas Nuevas cuando salió a las ocho de la tarde a pasear, con su peculiar andar cabizbajo, por un paraje de la localidad. Su rastro se perdió a la una y media de la madrugada, a cuatro kilómetros de su casa, en el lugar en el que su móvil emite la última señal. Alberto tiene 31 años; el domingo pasado se cumplió un año de su ausencia. «Yo creo que le dio un brote y algo le pasó, que tuvo un accidente y esta por ahí tirado. Voluntariamente no se fue, eso seguro. Se dejó aquí todos sus documentos, su ropa, los ahorros. Hemos llegado a pensar que se podía haber suicidado, pero ya habríamos encontrado el cuerpo. También consideramos que pudiera haberse marchado. Él decía que acabaría de mendigo. En octubre recibimos una llamada diciendo que lo habían visto en Elche. Estuvimos allí todo el mes buscándolo, en casas abandonadas y zonas marginales, pero nada», señala su hermano Jerónimo Hernández.
Publicidad
El mismo día de su desaparición, la búsqueda se centró en un radio de tres kilómetros desde el punto de posicionamiento de su teléfono, una zona de bancales junto a una finca privada. Pero, pronto, las batidas de más de 30 personas organizada por la familia ampliaron el perímetro por zonas de la pinada, campos y barrancos de Sierra Espuña, entre Pliego y Casas Nuevas.
Después de más de un año, todos los sábados por la mañana se le sigue buscando. La familia solicitó el pasado mes de marzo al entonces delegado del Gobierno, Diego Conesa, una búsqueda por parte de profesionales cualificados en montaña y barrancos para inspeccionar zonas de sierra que cruzan por rutas que Alberto pudo seguir.
Publicidad
«Si está muerto, queremos encontrar su cadáver, o lo que quede de él. En la zona donde se perdió hay jabalíes, y no se podía descartar la acción de estos animales sobre un cuerpo inerte. Pedimos que se siga difundiendo la alerta con su foto. Aunque que no sé qué aspecto tendrá ahora, si sigue vivo», añade su hermano.
Golpes secos como si chocaran unos huesos contra otros. Como si bajo la carne algo se estuviera rompiendo. La disputa duró varios minutos y a Henry lo dejaron tiritando y roto en la calle. El compañero de piso le atizó tantas veces y tan fuerte en la cabeza que se dislocó el hombro del brazo con el que le apaleó. Mientras estaba en la acera a las cuatro de la madrugada, el resto de amigos lo grabaron con el móvil y en el vídeo, de menos de un minuto, se le ve herido, con la voz rota, llamando a su madre. Al poco, se levantó, comenzó a andar, dobló la esquina, y desapareció. Hasta hoy.
Henry, de 20 años y de origen colombiano, trabajó esa noche del 31 de diciembre de 2018 en el restaurante de unos amigos de la familia. Cuando salió, fue a un supermercado para comprar pizzas para cenar con el resto de amigos con los que iba a pasar la Nochevieja en su piso de la calle Félix de la localidad de Orihuela Costa. Cuatro de ellos lo recogieron y se fueron a la casa. Allí les esperaban otros tres compañeros. Cenaron, bebieron y algunos tomaron LID (dietilamida de ácido lisérgico, una droga que produce efectos psicológicos como alucinaciones). «Pero a las cuatro de la madrugada, el chico con el que convivía le empezó a pegar. El resto asegura que mi hijo le dijo: 'Esto no se quedará así, lo voy a denunciar', mientras el otro le golpeaba. Creo que le quiso cerrar la boca. Y nadie intervino, no los separaron. Sus supuestos amigos se dedicaron a grabarlo con el móvil en vez de ayudarle cuando estaba malherido en la calle. Todos ellos saben más cosas de las que han declarado», denuncia Gina Marín, la madre del joven de 20 años que desapareció esa madrugada de Año Nuevo.
Henry vivió en Murcia hasta los 16 años. Estudio en el colegio de Santa María de Gracia y en el instituto Juan Carlos I. Quería formarse en Derecho. Abandonó la ciudad cuando su madre tuvo que trasladarse por trabajo a Orihuela. Vivió primero con su progenitora, que ahora dirige una peluquería en la localidad. «Entre Henry y su hermano me reformaron todo el local». Pero al poco, se trasladó a un piso cercano a la casa materna. Esa vivienda la compartían inicialmente tres amigos islandeses, pero uno de ellos apareció muerto en la cama por una sobredosis. Tras el suceso, uno de ellos decidió regresar a su país y Henry se mudó con el tercero. «Es islandés pero de origen venezolano. En ese momento se llevaban muy bien y no quería que estuviera solo, y porque, según me dijo, se había quemado las manos y no podía valerse por sí mismo, y quería ayudarle. Henry era un chico bueno, familiar, siempre estaba jugando con su hermana pequeña, y salía con su hermano a ver los partidos de fútbol. Él era del Barcelona y Andrés, del Real Madrid. Tenían sus piques futboleros, y eran uña y carne. A mí me ayudaba en la peluquería, y hacía de traductor con las clientas extranjeras. Me llamaba todos los días hasta siete veces».
Por eso Gina, descarta que se fuera por voluntad propia y comenzó a inquietarse cuando durante todo ese día su hijo no le llamó. Su móvil estaba apagado. Y a partir de ese momento se desató el tormentoso rastreo.
Participaron hasta 300 personas durante varios días entre efectivos de emergencias de varias localidades cercanas, voluntarios de Protección Civil, guardias civiles, buzos, un helicóptero, vecinos, amigos y familiares. Casas abandonadas, montes, pozos, playas, hospitales, naves. Por cielo, tierra y mar. Se peinó todo. «Aún salgo por la noche a mirar en sitios a los que no hemos ido. Y hay veces que creo verle. Un día vino un chico joven para hacerse un tratamiento estético. Cuando se tumbó en la camilla, vi a mi hijo. Alto, con su pelo rizado, su media barba, el mismo cuerpo. Me puse tan mal que tuve que salir de allí», rememora.
La Guardia Civil continúa con la investigación que se encuentra bajo secreto de sumario y que ha sido ampliada recientemente por un periodo de otro mes.
El mundo cambia, LA VERDAD permanece: 3 meses x 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Pillado en la A-1 drogado, con un arma y con más de 39.000 euros
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.