Jesús García Jiménez, ayer, en el Puertas de Castilla. VICENTE VICÉNS / AGM
Doctor en Psicología y autor del libro 'Jóvenes adictos a las tecnologías'

Jesús García Jiménez: «En el aula la atención debe estar en el profesor y no en el pitido de WhatsApp»

El experto recalca que una edad aconsejable para tener móvil son los 12 años, y los 7 u 8 para algún juego de tecnología

Miércoles, 9 de noviembre 2022, 02:16

Jesús García Jiménez no se cansa de recalcar, una y otra vez, los «daños crónicos» que el juego continuo con las nuevas tecnologías pueden causar ... en el cerebro de los niños y adolescentes. Este doctor en Psicología y profesor asociado de la Universidad de Murcia (UMU) presentó ayer en el centro cultural Puertas de Castilla de Murcia su nuevo libro, 'Jóvenes adictos a las tecnologías', en el que analiza las elevadas cifras de mal uso y adicción a las nuevas tecnologías (hasta un 15% y un 5% respectivamente, según los últimos estudios que maneja la Unión Europea) existentes en una infancia que cada vez gasta más tiempo en pasarse la partida y menos en perseguir un balón por el parque. En su manual, García Jiménez ofrece a los padres estrategias preventivas para evitar un mal uso de estas tecnologías y métodos de abordaje cuando la situación ya se ha ido de las manos y el adolescente deja entrever un trastorno de conducta.

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–¿Aumenta la adicción de los jóvenes a las nuevas tecnologías?

–Indudablemente lleva un aumento imparable. Los jóvenes, y toda persona, tienden a lo más cómodo: conseguir el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo. El beneficio a corto plazo, claro, puede ser un perjuicio a medio y largo plazo. Ese perjuicio a medio y largo plazo lo tienen que prever los adultos responsables de esos niños. Si esos adultos no tienen la conciencia de ese problema, pues ahí es donde radica. Ahora mismo todos los padres son conscientes del peligro que tiene el tabaco y el alcohol y a un niño no le dan un vaso de vino ni un cigarro. Hace 50 años sí lo hacían. Ahora los profesionales de la salud tenemos que trabajar en concienciar de que un cerebro de un niño o un adolescente está todavía muy sensible y si el repertorio conductual que adquieren esas conexiones neuronales de conductas automáticas se basa en grandes dosis de estimulación, que es lo que aportan los videojuegos y las redes sociales, pues van a estar acostumbradas esas personalidades a conseguir grandes beneficios sin ningún esfuerzo, a no aceptar la derrota, a que las cosas sean inmediatas... Todo lo que aporta un videojuego: grandes premios, si voy perdiendo lo apago, si no me gusta, cambio... Se está configurando una personalidad muy inútil para la vida adulta, que es todo lo contrario.

CONCIENCIACIÓN

«El juego continuo con las tecnologías genera daños crónicos en el cerebro del niño»

–¿Es necesario, por tanto, mayor concienciación de los padres sobre los riesgos que pueden entrañar las nuevas tecnologías?

–Los agentes de salud tenemos que trabajar en esa línea. El cerebro del niño se modifica por las conductas que repites. Si esas conductas son estas del videojuego, de altas dosis de estimulación, cuando sean adultos van a buscar lo mismo. El cerebro del niño se tiene que acostumbrar a un funcionamiento responsable, adulto, con capacidad de esfuerzo, paciencia, resistencia a la frustración... Todo lo contrario de lo que aportan los videojuegos. Hay que sensibilizarlos de que el cerebro sí se daña. Igual que un padre no dejaría que un niño metiera los dedos en un enchufe porque se electrocutaría y quedarían secuelas de por vida, el juego continuo con las tecnologías también genera daños crónicos. Está más que demostrado.

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–¿Qué papel ha jugado todo este tiempo de pandemia en el consumo que los adolescentes hacen de las tecnologías?

–El tema está en que las tecnologías siempre compiten con las otras actividades de ocio del niño: deportivas, culturales, baile, juego, bajar al parque... Actividades que se paralizaron. Ahí es donde estuvo la clave. Un padre le podía decir 'déjate el móvil y baja al parque', pero en esos meses eso no se pudo hacer y se cayó en la trampa.

–Los profesionales han advertido en reiteradas ocasiones de la rebaja de la edad en que se inician estas conductas adictivas. Sin embargo, en una sociedad como la actual resulta difícil vivir de espaldas a la tecnología. ¿A qué edades se debe empezar? ¿De qué manera?

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–Está claro que una edad clave para tener móvil con redes sociales y demás es pasar al instituto, con 12 años, y para tener algún jueguecito de tecnología a los siete u ocho años. Ahora bien, todo pasa por la misma norma básica, línea roja que no se puede cruzar: los padres controlan el tiempo y el uso. Siempre se utilizará, además, como premio un rato pequeño después de hacer las otras actividades obligatorias. Entre esas están no solo los deberes, si no las actividades de ocio alternativas. Al niño hay que obligarlo al ocio alternativo para que su estructura neuronal se acostumbre a lo que es un ocio más lento, con premios con mayor esfuerzo y con habilidades sociales con el grupo.

PREVENCIÓN

«Hay una línea roja que no se puede cruzar: los padres controlan el tiempo y el uso»

–¿Hay que prohibir los móviles en los colegios e institutos?

–Ese debate no debería de existir. La atención tiene que estar en clase y en el profesor y no en el pitido de WhatsApp. Estar ahí sentado para no enterarte y llegar a casa a empezar a estudiar porque en clase no te has enterado es un fracaso académico evidente. No sé si meterlos en el aula pero, al menos, apagarlos porque la atención tiene que estar donde tiene que estar.

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