Se llama Antoaneta, aunque podría llamarse Patricia, o Nataliya, o Elizabeth. Pero se llama Antoaneta, tiene 56 años y es de Bulgaria, uno de los países más pobres de la Unión Europea, donde el salario mínimo ronda los 200 euros al mes. Un lugar con escasas oportunidades que obliga a cientos de miles de personas a salir en busca de un futuro mejor. Solo en España, hay 123.730 de estos buscadores de oportunidades procedentes de Bulgaria, la mayoría de las mujeres, cuidando a nuestros mayores.

Publicidad

–¿Cuántos años lleva en España?

–Hace 18 años que llegué. Subí a un autobús en Sofía con destino a Murcia.

–¿Hay un autobús directo desde Sofía hasta Murcia? –le pregunto.

[Se echa a reír, como sorprendida de que yo me sorprenda].

–Sí, son dos días y medio de viaje.

–¿Y por qué Murcia?... Quiero decir, uno no se planta en la estación de autobuses de Sofía y se sube a un autobús con destino a Murcia si no piensa que ese destino puede albergar una esperanza, ¿no?

–En Murcia hay una importante comunidad búlgara (5.472, según el padrón), y me dijeron que aquí podía encontrar trabajo, pero, cuando llegué, no encontré nada, así que decidí marcharme a Valencia. Allí estuve 11 años, hasta que la mujer a la que estaba cuidando murió.

–¿Y regresó?

–Sí, subí a otro autobús y llegué a la misma estación. A la casilla de salida.

–¿Tiene familia?

–No tengo a nadie aquí. Mis hijos son mayores y están casados, uno vive en Austria y el otro en Alemania, trabajan allí, tienen su familia –me dice.

Publicidad

[Me sorprende la manera en la que dice «tienen su familia», como si ella ya no formara parte de ella. Como quien no quiere molestar].

–¿Por qué se fue de Bulgaria?

–Por necesidad. Trabajaba en una fábrica de alambradas metálicas, pero cerró y me quedé sin trabajo.

[Bulgaria se ha convertido en estandarte de la extrema derecha y la xenofobia europea, un país que aboga por el cierre de fronteras y la mano dura a la inmigración, así que pienso que el negocio de las alambradas debe ser hoy bastante más lucrativo en su país. Lo pienso, pero no se lo digo].

Publicidad

–¿Está trabajando ahora?

–No, siempre he cuidado ancianos. Pero ahora no trabajo. Tengo problemas en la espalda que me provocan mucho dolor. He pedido el ingreso mínimo vital, estoy esperando a ver si me lo conceden. Pero ahora no recibo ningún tipo de ingreso, ni siquiera la renta básica. No se qué va a pasar. Menos mal que está Jesús Abandonado.

–¿Dónde vive?

–Vivo con una amiga que me ha prestado una habitación hasta que consiga algo de dinero. Cada día vengo al comedor a comer y me llevo un bocadillo para la cena.

–¿Cómo conoció Jesús Abandonado?

Publicidad

–Cuando me quedé sin trabajo me dijeron que aquí se podía dormir y comer. Estuve varios años en el centro de Santa Catalina. Fue una ayuda muy grande, ya no me quedaba dinero, estaba en la calle.

Para alguien en mi situación, encontrar quién te dé comida, ropa y un lugar donde dormir lo es todo.

Yo no he decidido vivir así, me dice. Me gustaría no tener que vivir de la ayuda, valerme por mi misma, pero no se puede. Por eso es importante ayudarnos mutuamente.

–De pequeña, ¿cómo imaginaba el futuro?

Publicidad

–Quería estudiar. De niña sueñas que todo es posible. Pero me casé muy joven, con 15 años, y tuve a mis hijos muy pronto. Demasiado pronto, dice.

[Le hablo del drama de los matrimonios infantiles. Unicef estima que unas 650 millones de las mujeres que viven hoy en el mundo, se casaron siendo niñas].

–¿Casarse tan joven, frenó cualquier posibilidad de futuro?

–Sí, fue un error. Pero en Bulgaria era algo normal, mis amigas también se casaron siendo niñas. No pensábamos en las consecuencias. Si pudiera volver atrás, no lo haría.

Noticia Patrocinada

–Y sus padres, ¿no pudieron evitar que se casara tan joven?

–Ellos no estaban de acuerdo, mi madre estaba muy triste. Pero yo estaba ciega de amor y era lo que quería. A esa edad nadie está preparado para saber de la vida, para ser madre, para vivir como un adulto. Dejas de ser una niña de la noche a la mañana.

[Le pregunto por su exmarido, aquel con quien se casó siendo niña, desobedeciendo a sus padres, ciega de amor. Le pregunto si tiene relación con él, si está vivo o muerto].

No quiere saber. Dice que se portó muy mal con ella. Le pregunto si también se portó mal con sus hijos y me dice que no, que con sus hijos se lleva bien, se porta bien.

Publicidad

–¿Cómo ha vivido todo lo que ha ocurrido en España con la muerte de tantísimos ancianos por la pandemia?

–Es muy duro. Yo creo que es mejor que la gente mayor esté en casa. Es una lástima verlos en las residencias, muchas veces abandonados. No se cuida a la gente mayor. Es injusto, dice Antoaneta.

Me cuenta que la última anciana que cuidó tenía tres hijos. Un día le dijeron que tenían que despedirla (si es que se puede despedir a quien ni siquiera has contratado), que habían decidido enviar a su madre a una residencia, que era lo mejor para ella. Me cuenta que la anciana lloraba y lloraba, y le decía a Antoaneta que ella no quería irse a una residencia, que quería morir en su casa, pero que sus hijos no la escuchaban.

Publicidad

No me imagino mayor falta de respeto a un ser humano que no aceptar su deseo de morir donde y como quiera.

Hablamos del vínculo que se crea entre los ancianos y sus cuidadores. «Somos parte de su familia», me dice. «A veces, su única familia». «Es bonito saber que eres importante para alguien», me cuenta.

Le hablo a Antoaneta de Patricia, la mujer ecuatoriana que cuida de mi abuela Carmen desde hace años, y le reconozco que a veces no valoramos suficientemente el trabajo que realizan estas mujeres, que, en muchos casos, dejan a sus familias, a sus hijos, a sus abuelos en sus países de origen, para cuidar a nuestros hijos y a nuestros abuelos.

Publicidad

Me dice Antoaneta que hay que valorar más esa labor y que, sin contrato, esas mujeres que han cuidado a nuestros ancianos quedan luego abandonadas a su suerte, sin ningún tipo de derecho. Que nadie cuida a las que tanto han cuidado. (España es el país europeo con mayor cantidad de empleadas domésticas, entre las que se incluyen aquellas que se dedican al cuidado de niños, ancianos o discapacitados. El 42% de ellas son de nacionalidad extranjera. Casi un 25% de estas mujeres carecen de contrato y, por tanto, de derechos laborales básicos. El resto, más de 500.000 mujeres, incluso estando contratadas, no tienen derecho a una prestación por desempleo cuando son despedidas).

–¿Recuerda todos los nombres de las personas a las que ha cuidado? –le pregunto.

Responde afirmativamente, sin titubear, y los nombra por orden cronológico: Carmen, Antonio, Guadalupe y Antonia, la mujer que lloraba y lloraba.

Publicidad

Me pregunto si los hijos y las hijas de todos ellos, recordaran el nombre de aquella mujer búlgara, pequeña y enérgica, que se rompía la espalda cuidando a sus padres.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad