
Alejandro Ibañez, el joven chef que guisa el entorno y la memoria
Responsable del restaurante yeclano Barahonda y candidato a cocinero revelación en el próximo Madrid Fusión
Si hay algo que tiene claro en esta vida Alejandro Ibáñez, chef del restaurante Barahonda, es que la cocina es una cuestión de conexiones, de ... vínculos que nos conectan con aquellos con los que compartimos la comida, con quienes la producen, con la memoria de nuestros mayores y con la tierra donde vivimos y de cuyos frutos nos alimentamos.
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Este joven yeclano (33 años) está al mando de las cocinas del espectacular restaurante que Señorío de Barahonda tiene en la propia bodega, un lugar «donde se transforman los productos del campo para convertirlos en vino, y, en nuestro caso, un lugar donde también los transformamos en gastronomía», avanza. Así que «mi filosofía es clara: conectar ambos aspectos para representar en el plato esa conexión» y la transmite a su cocina: «Nosotros estamos ubicados dentro de una bodega y, aunque hacemos cocina creativa y nuestra oferta es un menú gastronómico queremos estar pegados a la tierra y a las cepas», sentencia.
Ibáñez será en 2026 uno de los doce finalistas que, desde toda España, aspiran al título de 'Cocinero revelación', seleccionado como candidato por la dirección de Madrid Fusión. Una nominación que ya de por si representa un éxito en su joven trayectoria; los cocineros murcianos que en su día pasaron por este concurso organizado por uno de los congresos gastronómicos más relevantes del mundo como Juan Guillamón, del restaurante Almo, y Marco Antonio Iniesta, de Frases, lograron poco después sendas estrellas Michelin.
Pero de momento Alejandro solo piensa en sus conexiones; por ejemplo en su conexión culinaria con la tradición, con sus mayores: «Ya de pequeñito después del colegio me iba corriendo a casa de mi abuela para meterme con ella en la cocina. Siempre me apasionó el mundo de los fogones». Y así, al abrigo de la yaya, al calor de la lumbre de una cocina de leña el gusanillo guisandero acabó prendiendo en él de manera irreversible. Tanto que en el tercer curso de la carrera de Ingeniería Civil «decidí planteárselo a la familia. Yo no me sentía bien, no me gustaba la carrera», recuerda. Así que un buen día, sentado con su madre en una cafetería se lo planteó. «Su contestación me dejó muerto: 'Si ya he estado buscando escuelas de cocina, ya lo veía venir''. Unos linces, las madres».
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Tras su paso por la Escuela del Mediterráneo de Valencia se formó en Maralba de Fran Martínez, en Almansa, y en La Finca, de Susi Díaz, en Elche. Trabajó en el Bistró Guggenheim y en Azurmendi, ambos en Bilbao, y desde hace ocho años elabora una cocina colorista, contemporánea, basada en el producto local que usa como gramática para narrar esa tierra de viñedos.
Alto, muy alto, tranquilo y parsimonioso, con una sonrisa permanente en una cara que sugiere menos edad aún de la que tiene y con un punto de timidez, Alejandro Ibáñez está muy alejado de esa imagen del típico cocinero extrovertido y con un rasgo canalla. Su gestualidad pausada y un punto lánguida –mover ese corpachón tiene que ser difícil– transmite una tranquilidad que suele ser una buena herramienta en el maremágnum de una cocina creativa.
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Otra conexión que tiene clara el chef yeclano es la que existe entre el cocinero y el producto... todo el producto. Su filosofía del aprovechamiento le ha llevado al extremo de hacer mermelada con la piel de las patatas o a usar las lías del vino –las levaduras responsables de la fermentación, que, tras consumir todo el azúcar mueren– para elaborar espectaculares platos, o las pepitas de los calabacines para elaborar un risotto. «Intentamos cocinar los productos que nos ofrece el entorno aprovechando todas sus partes, incluso las generalmente rechazadas». En ese sentido su propuesta es radical: «Para mí no tendría mucho sentido que la gente viniera a Barahonda, al Altiplano, a Murcia y le pongas percebes en el menú, o una ostra o un wangyu».
Productores del Altiplano
Y, por fin, la conexión con los pequeños productores del Altiplano: «Aunque tenemos nuestro propio huerto en una parcela junto al restaurante, no queremos dejar de comprar al pequeño productor de la zona; ellos contribuyen al progreso de nuestra tierra y a la existencia de nuestros magníficos productos».
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Una abuela que le introdujo en los misterios del guiso, una familia que lo apoyó en una complicada decisión y una sólida carrera llevarán a este joven chef a un nuevo escalón en enero del próximo año. Gane o no gane.
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