Sabido es, por sus propias palabras, que Pedro Sánchez no miente sino que cambia de opinión. Lo que desconocíamos es que puede hacerlo en solo cinco días. Pasó de dudar a mitad de semana pasada si merecía la pena seguir como presidente a arrancar ... este lunes convencido de que está «decidido a seguir, con más fuerza si cabe». La otra explicación alternativa es que todo ha sido un paripé para acaparar la atención y recuperar iniciativa política, movilizando a su electorado con un discurso tan emocional que asociaba su marcha al acabose para la democracia española. Mal asunto si el presidente necesita parar hasta cinco días para reflexionar y cuando se reactiva plantea que es necesario seguir con una «reflexión colectiva que abra paso a la limpieza, a la regeneración, al juego limpio». Todo ello sin aportar ayer ni una sola iniciativa o idea concreta para lograrlo, y sin la posibilidad de que los periodistas pudieran plantearle las numerosas preguntas que se hacen los ciudadanos. Sánchez está tardando en ir a rendir cuentas y dar detalles de lo que significa este «punto y aparte» ante el Parlamento. Porque es en las instituciones democráticas, y no en las calles, donde el presidente del Gobierno debe sustanciar las iniciativas que estime necesarias para regenerar la vida pública. No parece que sea su intención cuando asevera que «solo hay una manera de revertir la situación, que la mayoría social, como ha hecho estos cinco días, se movilice en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común». Como le han subrayado sus socios de Gobierno, Sánchez debe llenar de contenido ese «punto y aparte» del que habla porque de lo contrario estaremos ante una exhibición teatral de puro populismo, en una huida hacia adelante.

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