![«Aguanté palizas porque me quedé enganchada»](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2023/11/24/1474161774-kM0G-U210823055279ULI-1200x840@La%20Verdad.jpg)
![«Aguanté palizas porque me quedé enganchada»](https://s2.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/2023/11/24/1474161774-kM0G-U210823055279ULI-1200x840@La%20Verdad.jpg)
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«Era adicción. Prefería que me pegase a que estuviera con otra. Yo tenía quince años y él era mi primer novio». Carmen (nombre ficticio) solo recuerda tres meses felices en su primera relación, los tres primeros. A partir de entonces, las discusiones fueron diarias, ... pero no podía dejarlo: «Me provocaba ansiedad pensar en acabar la relación. Era capaz de darme lo mejor y lo peor. Cuando nos reconciliábamos era maravilloso, iba a cambiar, no iba a volver a pasar y luego todo se repetía».
María, su psicóloga en el CAVI al que acude para recuperar las riendas de su vida, lo compara con «el ludópata que sigue echando dinero a las máquinas esperando que salga la campana alguna vez. Esa intermitencia es la que les genera adicción».
Carmen tan solo tiene 23 años y ya ha pasado dos veces por el mismo calvario. Baja autoestima, carencias afectivas, sensación de abandono y no tener las herramientas necesarias para identificar relaciones tóxicas son algunos de los factores que se encuentran detrás de su historia, pero también de la de muchas otras jóvenes que, al igual que ella, son incapaces de ver las señales a tiempo y terminan en un laberinto «en el que no son conscientes de estar».
El Gobierno regional ha atendido en el último año a 7.130 mujeres por violencia de género, de las que 155 tienen entre 16 y 18 años. Carmen espera que su historia sirva para evitar que otras jóvenes pasen por lo que ella ha vivido durante años.
A menudo el proceso arranca con relaciones tóxicas en las que existe mucha dependencia y que van derivando poco a poco en aislamiento, hasta llegar al maltrato físico. «Son historias más habituales de lo que se cree y a veces difíciles de ver desde fuera, porque la chica no encaja en el rol que todos tenemos en la cabeza de víctima de violencia machista. Muchas de ellas no son percibidas como sumisas, en la calle se enfrentan a sus parejas e incluso llegan a utilizar la violencia para defenderse, por lo que se genera la idea equivocada de que, como ellas también les pegan a ellos, no son víctimas», expone la psicóloga.
Recuerda con claridad la primera vez que sufrió la violencia física por parte de una pareja. «Fue mi primer novio. Estábamos en un parque discutiendo y yo contesté, le dije que no tenía razón, hasta que me soltó un guantazo. Y me quedé a cuadros, pensando qué acababa de pasar y me dije 'lo dejo', pero al día siguiente le volví a hablar. No era capaz de aguantar un día sin hacerlo», confiesa.
Las señales estaban ahí, pero Carmen no supo verlas a tiempo. El primer golpe no fue el principio: la manipulación a la que la sometió fue constante durante meses; salir con sus amigas «era de putas» y para evitar el conflicto dejó de verlas, se fue quedando aislada y él la convenció de que era el mundo el que estaba en contra. Las redes sociales también fueron un detonante más en las discusiones: ella no podía publicar una foto que no pasara el filtro de su novio y él podía revisar su móvil a su antojo. «Esto es algo muy extendido entre los jóvenes en los últimos años: el control de las redes sociales, que han normalizado», alerta María.
Acabó escapándose con él pese a las advertencias familiares. Dos meses después cogió el móvil del chico y descubrió que mantenía varias relaciones simultáneas. «Le planté cara y le dije que me iba. Me pegó un empujón, me llovieron los golpes. Fue horrible. Aguanté de todo para que no estuviera con otra, pero si encima de soportarlo no era la única, entonces ya no. Ese fue el punto de no retorno». Cogió sus cosas y volvió a casa con la cabeza «agachada». Días más tarde, llegó al CAVI del brazo de su abuela en busca de ayuda.
7.130 mujeres atendidas por violencia machista en la Comunidad desde noviembre de 2022
2.900 de estos casos se corresponden con nuevas usuarias asistidas en los últimos 12 meses
«Creo que es muy positivo recibir orientación en un sitio así desde muy joven. Asistir a reuniones grupales me ayudó a abrir los ojos. Al hablarlo es más fácil ponerle nombre», sostiene.
Los talleres de educación sexual y violencia de género que se imparten en los centros educativos son «muy positivos», pero apunta que hay una población más vulnerable en las aulas a la que esos mensajes no llegan. Por eso pide que se apueste por detectar a las jóvenes en riesgo y derivarlas a estos centros especializados para poder trabajar en profundidad.
Es una gran defensora de la labor de las psicólogas con las víctimas de violencia de género, pero incide en que para atajar la situación «hay que trabajar también con la otra mitad del problema».
El error de Carmen fue creer que en apenas unas semanas yendo al CAVI había aprendido lo suficiente, que «ya lo sabía todo». Se equivocaba. Meses después inició una relación en la que la historia pronto comenzó a repetirse, solo que esta se alargó seis años.
«Al principio era maravilloso, yo tenía 16 años. Quería ir a la universidad y él me animaba. Pero todo cambió cuando entré». El apoyo se transformó rápidamente en celos y control: «Me convenció de que todo lo que hacía estaba mal. No me dijo que dejara las clases, pero consiguió que abandonase».
«Los maltratadores tienen un grave problema de autoestima e intentan empequeñecerlas, porque se sienten muy por debajo de ellas», detalla María, quien insiste en que ellas «se quedan pilladas de forma muy obsesiva, necesitan saber, conectar, estar con ellos, lo contrario les genera mucha ansiedad. Es un comportamiento que se repite en muchas chicas que llegan al CAVI», alerta.
Esta necesidad de establecer un vínculo las lleva a la idea errónea de que no usando anticonceptivos podrán retenerlos, como explica la experta. «Muchas se quedan embarazadas enseguida y deciden tener al bebé porque creen que eso las unirá con su pareja». Según indica la psicóloga, precisamente con la aparición del hijo es cuando suele estallar la violencia física, si aún no lo había hecho. Además, expone que el patrón de relación tóxica, sin necesidad de llegar al maltrato, está demasiado extendido entre los jóvenes y es algo «a lo que hay que prestar atención».
La máscara de su segunda pareja se cayó pronto. Comenzó a aislarla de su círculo, pero ella disculpaba su comportamiento porque no le «ponía la mano encima. Creía que era mejor que el anterior». Hasta que eso cambió: «Me dio la primera paliza cuando me quedé embarazada y me negué a abortar. Tuve que ir con gafas de sol unas semanas para ocultar cómo me había dejado un ojo». Dos meses antes habían roto y creyó que teniéndolo estarían más unidos. «Llegué a convencerme de que me había pegado porque tanta información lo había saturado. Aún guardo en el móvil las fotos de cómo me dejó la cara. Me sirven de recordatorio», sentencia.
El camino que siguió recorriendo con su maternidad no fue el deseado. Durante el embarazo no encontró apoyo y cuando su hijo nació pasó horas sola en el hospital: «Él se perdía, decía que estaba cansado, que tenía hambre. Me hicieron una cesárea y necesitaba ayuda para todo. A la semana se hartó». Un día le pidió ayuda para ducharse y la respuesta que encontró fue «que te ayude tu amiga, por qué tengo que ser yo».
Algo cambió en Carmen a partir de entonces, ya que comenzó a reconocer conductas machistas que no había sabido detectar antes: ella, como madre, tenía que quedarse cuidando del bebé, mientras que «él podía hacer su vida». Sin embargo, si dejaba al hijo con su familia para salir, llegaba el conflicto: «Eres una puta, qué van a decir de ti. Buscaba un vínculo a través de mi hijo y me acabé quedando más sola».
Carmen aún tiene fresco el recuerdo de la que ha decidido que será la última paliza de su vida, el momento en el que se dijo que tenía que romper con todo. Varios años de maternidad en solitario, control y violencia acabaron primero quebrándole el carácter y después asfixiándola. «Me enteré de que estaba viendo a otras y se lo dije. Me lanzó un móvil a la barbilla. Quise salir de casa y pedir ayuda, pero me encerró con llave. Me quitó el teléfono. Grité pensando que con suerte me escucharía algún vecino, pero me zarandeó, intenté defenderme y acabé llevándome todos los golpes». Tirada en el suelo y hecha un ovillo para protegerse de los puñetazos y patadas, «esperando a que se cansara», decidió que tenía que escapar de ahí. Tras ese episodio, rompió la relación y se sucedieron semanas de persecución y acoso en la calle que empujaron a Carmen a armarse de valor y denunciarlo.
«Cuando estás dentro te engañas. Es complicado darte cuenta, consiguen manipularte para que creas que estás loca, que la culpa es tuya. La línea es muy fina», advierte.
Con apenas 23 años Carmen carga a su espalda con cerca de una década de agresiones y manipulación que han minado por completo su confianza. Ahora trata de recuperar la vida que creyó que «no tenía derecho a tener», aunque es consciente de que le espera un camino largo y con obstáculos. «He perdido muchas cosas: viajes, amistades, el futuro que quería. Me frustra no tener mi carrera y eso afecta a mi autoestima. Pero me he centrado en establecer mi plan de vida y superar mis inseguridades. Ahora tengo una nueva pareja, aunque reconozco que tengo miedo de que todo salga mal. Es algo en lo que estoy trabajando», afirma.
Hace unos meses regresó al CAVI, donde se esfuerza por recomponerse y aprender a detectar las señales de alarma a tiempo y saber pedir ayuda. «Me queda mucha batalla por delante, pero aquí me siento aliviada. Por fin entiendo lo que he vivido», admite. «Cada vez que empiezas una relación vuelves a la casilla de salida, todo el trabajo que he hecho con mi psicóloga me sirve, no se pierde, pero hay que seguir», insiste.
Carmen confía en que, a través de su testimonio, muchas otras puedan verse reflejadas y pidan ayuda. «A las chicas que viven situaciones como la mía les diría que no se engañen: no cambian y con el tiempo va a peor. Aunque parezca difícil, cuando das el paso de salir de ahí, el alivio que se siente es inimaginable. Es importante aprender a estar sola», señala.
Además, advierte de que en parejas de su edad reconoce muy a menudo esos comportamientos preocupantes, que «no siempre tienen por qué desembocar en violencia de género», pero ante los que «es mejor estar prevenido para evitar relaciones tóxicas: siempre están discutiendo, son muy celosos, revisan las redes sociales y el móvil del otro constantemente. No quiero volver a ese punto».
Tras escapar de una vida atenazada por la violencia, Carmen afronta ahora la reconstrucción de su propia identidad. Ha empezado a viajar y a disfrutar de los días lejos de la espiral tóxica en la que espera no volver a verse atrapada. «Estoy averiguando quién soy y lo que no quiero», concluye.
Pese a tener más canales de comunicación que nunca, los adolescentes poseen menos habilidades sociales para pedir ayuda al «normalizar conductas de control, manipulación y chantaje». Así lo defiende la sexóloga y presidenta de Mujomur, Loola Pérez, que lleva años impartiendo en colegios e institutos talleres de educación sexual e igualdad.
En las aulas ha detectado que la sexualidad sigue penalizando a las mujeres cuando tienen la misma libertad que un hombre. «Hay una mayor normalización de la hipersexualización femenina, siguen vigentes los estereotipos de la 'virgen' y la 'puta'».
También alerta de que muchos de los referentes que encuentran los adolescentes en redes sociales son «muy machistas»:«Las chicas diversifican sus modelos y siguen a artistas con mensajes feministas como Karol G o Aitana», pero ellos encuentran un caldo de cultivo «peligroso» en los 'youtubers'. «Se sienten atacados porque no han interiorizado todavía que la igualdad es algo que también les beneficia y compran la primera ocurrencia del 'influencer' de turno», advierte.
Pérez señala que las generaciones más jóvenes están aceptando conductas de control, chantaje y manipulación «que pueden derivar en relaciones tóxicas». «El origen está en muchos casos en el amor romántico y la pornografía. Observamos comportamientos de normalización del dominio y el poder del hombre en chavales de tan solo 10 u 11 años». Reconoce que se ha avanzado mucho a nivel legal, pero avisa de que en lo social aún queda mucho por recorrer, «tanto a hombres como a mujeres».
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