Javier Serra contrajo la covid en octubre de 2020. Pasó la infección en su casa, sin llegar a ingresar en el hospital, aunque el virus ... le pegó fuerte. «Tuve que ir tres veces a Urgencias, estuve mal», resume. Tras la fase aguda comenzó a recuperarse, pero no del todo. Algunos síntomas remitían, mientras aparecían otros: el dolor de cuerpo, la fatiga crónica, el cansancio, la falta de concentración. Javier estaba opositando para el Ayuntamiento de Murcia, pero tuvo que dejarlo. «No puedo pasar más de media hora leyendo en el ordenador», confiesa. A sus 50 años, la vida se le puso cuesta arriba, y así sigue, tres años después.
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Dentro de lo que cabe, tuvo suerte: su hospital es el Reina Sofía, donde la Unidad de Enfermedades Infecciosas se ha tomado la covid persistente muy en serio. Así que Javier está diagnosticado y pasa sus revisiones, aunque no haya un tratamiento eficaz para abordar su estado. Otros muchos afectados, sin embargo, siguen todavía perdidos, de consulta en consulta, buscando respuestas. Por eso, este martes se concentraron en numerosas ciudades de toda España, incluido Murcia, con un objetivo común: reclamar que se les escuche y atienda.
La sociedad ha comenzado a pasar página, las mascarillas desaparecen de las calles y de casi todos los espacios, y la covid ha dejado de ser una amenaza para la población no vulnerable gracias a la vacunación. Pero «la pesadilla continúa para casi dos millones de ciudadanos de este país que sufrimos covid persistente», denuncia el manifiesto que leyó frente a la Consejería de Salud Loida González, portavoz de la asociación Long Covid Murcia. Ella es maestra, pero ahora está de baja tras haber terminado exhausta en su último intento por recuperar la normalidad en el trabajo. «Lo que para la gente es la rutina de vida, para nosotros supone una sobrecarga, un esfuerzo», advierte.
Loida se contagió en septiembre de 2021. Como tantos otros afectados, no requirió ingreso, pero una infección que en principio no cursó de forma grave terminó dejándole secuelas que permanecen tres años después. «Se suponía que a los 15 días tenía que empezar a mejorar, pero no. Es verdad que la tos y la fiebre fueron desapareciendo, pero aparecieron otros síntomas. Ahora tengo afectación cognitiva, debilidad muscular, dolor articular, problemas intestinales, insomnio», relata. Ella tiene un informe clínico con diagnóstico de covid persistente gracias a su participación en el proyecto de investigación Recover, desarrollado por la Facultad de Ciencias del Deporte de la UMU en San Javier. Este programa ha estudiado el efecto del ejercicio físico en los pacientes, con resultados prometedores.
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Pero hasta llegar a esta iniciativa, se encontró con incomprensión y falta de información en algunos sanitarios. «Hay profesionales que niegan la existencia de la covid persistente, no te escuchan o te dicen que estás mal de la cabeza. Lo que pedimos es que no nos traten como a delincuentes. Somos personas con una enfermedad, no mentirosos, y queremos recuperar nuestra vida, no cobrar una compensación económica», subraya Loida González.
La reincorporación al trabajo es uno de los principales obstáculos. Los pacientes reclaman «una adaptación», que las empresas tengan en cuenta sus circunstancias. «Al final, la gente termina sufriendo recaídas, pierde su puesto de trabajo y se encuentra sin posibilidad de acceder a otro empleo», advierte la portavoz de Long Covid.
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Trinidad Rodríguez se encuentra en esa situación: sin empleo y, de momento, sin una prestación ante la falta de reconocimiento de invalidez. Cuando irrumpió la pandemia, trabajaba como docente en el centro de formación de una organización social. «Nos pusimos a formar a personal para los centros sociosanitarios, que necesitaban refuerzos», explica. Allí se contagió, asegura, y la enfermedad le acompaña desde entonces. Estuvo de baja hasta que, a los doce meses, el INSS le denegó una prórroga de la incapacidad temporal, algo que también le ha ocurrido a otros muchos afectados. «Al final me despedí del trabajo, no puedo estar allí en estas condiciones», señala.
Los afectados reclaman que la Administración reconozca la covid persistente a todos los efectos, después de que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ya lo haya hecho, fijando una definición que debe servir de guía para todos los sistemas sanitarios. También solicitan equipos multidisciplinares y una asistencia «homogénea» independientemente del lugar de residencia, con «la unificación de pruebas médicas» y la elaboración de «guías de ayuda». La investigación, advierten, también debe ser prioritaria para desentrañar las causas tras estos síntomas persistentes después de tres años de pandemia.
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Ante las reivindicaciones, la Consejería de Salud afirma que el Servicio Murciano de Salud (SMS) creó "equipos integrados mayoritariamente por especialistas en Medicina Interna de las unidades de Enfermedades Infecciosas que pasan consulta a pacientes que presentan covid persistente". Cargos de la Consejería se reunieron el año pasado con representantes de Long Covid Murcia, aunque los afectados denuncian que los compromisos no se han hecho efectivos
La covid persistente afecta a entre el 10% y el 12% de quienes se han infectado durante estos años. La mayoría se contagiaron en las primeras oleadas. Con la vacunación y la variante Ómicron, el riesgo de desarrollar estos síntomas persistentes se ha reducido, explica Enrique Bernal, jefe de Infecciosas del Reina Sofía. En este hospital se trabaja para mejorar la atención a estos pacientes. Ya hay una consulta de seguimiento para quienes permanecieron ingresados por covid, y también se valora a pacientes remitidos desde Primaria. Pero el objetivo es ir más allá, tal y como reclaman los propios afectados. No solo para mejorar la atención, también para participar en proyectos de investigación que permitan encontrar tratamientos eficaces y ayuden a entender «la fisiopatología de la enfermedad». Los científicos cada vez tienen más pistas sobre las causas. «Hay varios mecanismos que pueden explicar la covid persistente», explica Bernal. Desde la reactivación, a raíz de la infección, de virus que permanecían en el organismo del paciente «en estado latente», como el Epstein Barr (que causa la mononucleosis), a procesos de neuroinflamación por el daño que sufren las células endoteliales. También se investigan posibles alteraciones de la microbiota intestinal que favorecerían alteraciones inmunológicas.
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