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Con los cuerpos y las mentes en pleno ascenso por el escarpado camino hacia la edad adulta, los adolescentes han visto caer la pandemia sobre el cauce de sus vidas como un buque atravesado de lado a lado, todo un 'Ever Given' que ha quebrado el normal discurrir de sus días y que, como recuerda la psicóloga clínica y educativa Carmen Pérez Saussol, «les ha obligado a reducir sus contactos, su círculo y sus experiencias cuando la suya es una etapa para todo lo contrario: para innovar, para experimentar y para buscar cosas nuevas».
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la adolescencia como el «periodo de crecimiento y desarrollo humano que se produce después de la niñez y antes de la edad adulta», una etapa que sitúa entre los 10 y los 19 años. En la Región de Murcia hay 164.830 habitantes en esa franja de edad, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).
El sociólogo y profesor de la Universidad de Murcia (UMU) Francisco Eduardo Haz Gómez subraya que la adolescencia es la etapa donde «más necesidad de socialización con iguales se produce y donde se configuran la mayor parte de las relaciones». Por otro lado, recuerda que el colectivo adolescente «habitualmente sale más y no está acostumbrado a estar tanto tiempo en casa como los adultos, por lo que el contraste, para ellos, ha sido más marcado».
Pérez Saussol apunta que los profesionales están detectando en los últimos meses un aumento «de los trastornos emocionales, del comportamiento, de adicciones a la tecnología y problemas de aprendizaje por falta de motivación». «Hemos dado por hecho que tienen una gran capacidad de adaptación, pero estamos viendo las consecuencias», señala.
Lo confirman los datos de la red ambulatoria de Centros de Salud Mental Infanto-Juvenil del Servicio Murciano de Salud, que ha visto un incremento en el número de primeras visitas del 13,6% en el primer trimestre de 2021 respecto al mismo periodo del año anterior (2.189 frente a 2.486). También los de la Unidad de Hospitalización Breve Infanto-Juvenil de La Arrixaca, que atiende a niños de hasta 16 años, donde se ha pasado de contar con un índice de ocupación del 50,9% en 2020, a una media del 79,2% en los dos primeros meses de 2021.
En el Servicio de Psicología Aplicada de la UMU (SEPA), las consultas de jóvenes han aumentado un 120%, «principalmente con trastornos ansioso-depresivos y adaptativos», asegura el profesor de la facultad de Psicología Jesús Jiménez García, que recuerda que el adolescente «configura su personalidad en tres ámbitos: familia, escuela y amigos», y que «estos tres ambientes están debilitados».
El SEPA puso en marcha en septiembre el programa 'Oriéntate' para atender casos de adicción a las nuevas tecnologías que «han provocado un aumento de los problemas académicos y de conducta», afirma Jiménez García.
La psicóloga Carmen Pérez Saussol apunta que tampoco se debe olvidar que los adolescentes han perdido durante todo un año «figuras referenciales que apoyaban la labor de los padres. Es decir, tíos, profesores y otra gente adulta cercana que podía servir de modelo y a la que ahora no ven».
Candela Vicente Ferrer, 15 años
El primer efecto de la pandemia que Candela notó fueron los problemas de sueño. Con el confinamiento todas las rutinas se le vinieron abajo. «Me podía acostar a las seis de la mañana perfectamente», reconoce. Ahora, con la semipresencialidad en el instituto, continúa el desorden: «Si tengo clase a las diez, me acuesto a la una. Y, si al día siguiente intento compensar con una siesta, por la noche no puedo dormir».
La segunda consecuencia de las restricciones fue una merma de autoestima. «Las redes sociales han crecido muchísimo en importancia en la vida de los adolescentes y hay un estereotipo supermarcado que me ha causado problemas -señala-. En mi grupo de amigas somos tres o cuatro las que hemos tenido bajones importantes de autoestima en estos meses».
Esa presión la llevó a reducir lo que comía. «Ahora me encuentro mejor, pero no estoy bien del todo». Ella es solo una más de los muchos adolescentes que han necesitado apoyo psicológico para sobrellevar la nueva normalidad. Un apoyo que le ha permitido ir, poco a poco, adaptándose a los cambios, aunque sigue añorando los días de «libertad que no supe valorar lo suficiente».
Lo que echa de menos
También echa de menos el baile clásico y contemporáneo que cursaba. Las restricciones acabaron con la oferta de clases en su academia. Ya no se ha apuntado a otra por temor «a que tengan más nivel que yo».
Lo que peor lleva: «La sensación de estar tan limitada para cambiar de entorno. Es muy frustrante». Otro de los pesos con los que carga es «pensar que me estoy perdiendo cosas y, a la vez, saber que si las hago puedo poner en riesgo a mi familia. Si pasara algo, no me lo perdonaría».
Mariano García Soriano, 16 años
Mariano es un estudiante de 1º de Bachillerato de Jumilla que hace una año estaba acostumbrado a no pasar por casa más que «para comer, estudiar y dormir». Tenía una vida repleta de actividades. Además de las clases en el instituto, este joven de 16 años cursa 5º de grado profesional de clarinete en el conservatorio y forma parte de un equipo de fútbol sala. El cambio fue brusco: «Pasé de tocar, ir al fútbol, estudiar y salir con mis amigos, a quedarme en casa».
Recuerda cómo en aquellos primeros días del confinamiento le asaltó la nostalgia. «Me quedaba a veces en el balcón, mirando a la montaña y a las calles vacías y pensaba: 'Cómo nos ha cambiado esto'».
Otro de los pensamientos que le han venido a la cabeza recurrentemente es que su edad «no va a volver». «Esto tiene que seguir. Solo se es joven una vez». Es consciente de que las restricciones le han hecho perderse experiencias. «Los ansiados 16, la fiesta, conocer a una chica... Ahora todo es muy difícil. Todo 'online', y no es lo mismo».
Ha llegado a estar «hasta cinco horas» haciendo videollamada con sus amigos para paliar el aislamiento. Pero, al salir, encontró a muchos «distintos». «La actitud no era la misma. Donde más he notado la pandemia ha sido en las relaciones; ha dejado secuelas que va a costar cambiar», adelanta Mariano.
Las restricciones le han empujado a aumentar el uso de las nuevas tecnologías: en lo personal ha tirado de redes sociales como Instagram o Tik Tok y de juegos grupales en internet que le han ayudado a mantener el contacto con sus amigos. No ha funcionado tan bien la mezcla en lo educativo. Cuenta que las clases a través de internet le han supuesto una dificultad extra en un año que «ya cuenta para lo que quieras hacer en el futuro». «No se ve igual que en clase y, a la hora de enterarte bien de las cosas, cuesta más. Ahora, cuando voy presencialmente, intento aprovechar al máximo».
Lo que echa de menos
Asegura tener la sensación de que alguien le ha robado tiempo. «El año 2020 nos lo han quitado. Tanto a los jóvenes, como a los adultos y los mayores. Pero hemos aprendido más que ningún otro año», dice. Por ejemplo, ha descubierto una renovada pasión por la lectura y ha incorporado a sus hábitos pasar tiempo con su hermano pequeño y con sus padres. «Nos sentamos a jugar al Trivial en familia, a ver películas juntos. Hemos podido pasar más rato unos con otros y ha sido una de las cosas felices de la pandemia».
Daniel Zaragoza Guirao, 17 años
Si a Daniel le preguntas cómo lleva la pandemia, contesta que «mejor que la mayoría» de sus amigos, a los que, según cuenta, «les está afectando mucho en el aspecto emocional». «La vida de un adolescente se basa en estar con los demás, y esas relaciones se cortaron. Tuvimos que dejar de vernos, tuvimos que encerrarnos en nuestras casas y ahora los contactos se han visto aminorados», señala.
Dice que, cuando mira atrás, ve que su vida «ha cambiado muchísimo». «Mis padres me echaban en cara que nunca estaba en casa. Yo me iba a estudiar, a hacer deporte o a un parque a estar con mis amigos», mientras que ahora pasa mucho más tiempo en su habitación.
Solía dedicarle muchas horas al patinaje de velocidad: «Competía y estábamos preparándonos para varios campeonatos, pero se cancelaron muchos de ellos y hemos bajado la frecuencia de entrenamiento. Eso nos ha afectado», reconoce.
Poco queda de aquella rutina. «Ahora excepto cuando dormimos y comemos, y a veces ni eso, estamos con la pantalla -reconoce-. Es algo que antes podíamos evitar pero ahora es imposible. Tenemos seis horas al día de clases 'online'; los trabajos son a través del ordenador; nos relacionamos así y, a veces, hasta hacemos deporte 'online'».
Lo que echa de menos
Aunque va camino de los 18, Daniel siente haber perdido un año. «Es como si fuera a cumplir otra vez 17 -dice-. Cuando hablamos con nuestros primos mayores o nuestros padres y nos cuentan lo que hacían a esta edad, sentimos que nosotros, en un futuro, no vamos a poder contar esta etapa tan importante con tanta anécdota. Ese tiempo no va a volver». Por eso cuenta los días hasta que vuelvan las competiciones, las clases presenciales, los conciertos y las discotecas, a las que sueña con ir «sin tener que pensar en el número de gente que hay dentro, ni en las medidas, ni en la mascarilla. Solo a disfrutar y desconectar sin pensar en nada».
Marina Ortiz Julián, 14 años
Marina no sabe por qué, pero a veces se pone triste. Le pasa de forma más habitual desde la llegada de la pandemia. «Me dan bajones así porque sí», comenta. Puede que tengan que ver con que ya no le sea posible pasar la noche en casa de sus amigas tan a menudo como antes, o que haga un año que no ha visto a toda su clase reunida, uno de sus grandes deseos ahora junto a la celebración de una gran fiesta. «Cuando esto acabe me gustaría juntarme en una casa con mucha gente. Y luego quedarme a dormir fuera», dice.
Ahora lo lleva «mejor», aunque las restricciones a la gimnasia rítmica, otra de sus grandes aficiones, tampoco han ayudado: «Estuve un tiempo sin hacer deporte. Luego, cuando volvimos a entrenar empezamos un poco desmotivadas, porque no se sabía si iba a haber campeonato de España».
Lo que echa de menos
Cuando está en casa, Marina suele quedarse en su habitación, donde reconoce pasar «mucho tiempo enganchada a las redes sociales», aunque eso no ha evitado que tenga más comunicación familiar. «A mi madre ahora le cuento todo», asevera. Una de esas cosas que le ha contado ha sido lo que le cuestan las clases 'online': «Me pierdo con la explicaciones». También le ha dicho lo «agobiada» que se ha sentido en las evaluaciones, donde ha tenido «hasta tres exámenes en un día» y otros dos al siguiente debido a las exigencias de la semipresencialidad.
India Illán González, 17 años
Por: Antonio López.
El día en que fue decretado el confinamiento del país hace ya más de un año, a India Illán, una chica de 16 años de Cartagena, concretamente de La Vaguada, se le vino el mundo encima. «Creía que era algo surrealista», confiesa. Desde entonces su vida ya no es la misma, sobre todo con su pandilla de amigos. Las restricciones a la movilidad y el miedo a contagiarse y llevar el virus a casa han hecho que el grupo se haya distanciado y la brecha entre sus miembros «sea cada vez más grande». Una de las cosas que más le preocupa ahora a India es que «por culpa del coronavirus», siente que «estoy perdiendo parte de mi adolescencia».
«Antes siempre estábamos juntos, pero ahora, cuando nos vemos, las menos veces, solo lo hacemos en grupos de cuatro. Esta situación nos ha separado. Creo que cuando esto acabe y mire atrás no tendré recuerdos de fiestas, viajes, reuniones y experiencias con los amigos; todo habrá quedado atrás», cuenta.
Lo que echa de menos
India es muy consciente de todas la cosas que se está perdiendo. Entre otras, el viaje de estudios que tenía organizado con su clase para el pasado fin de curso. Visitarían durante una semana París y Londres. Ahora estudia primero de Bachillerato y promete que el año que viene cumplirá su sueño: «Organizaremos un buen viaje, para intentar unir al grupo», se propone.
Durante este tiempo de pandemia también ha dejado de salir a andar y de hacer excursiones, dos de sus grandes aficiones. «Como no puedo salir tanto como me gustaría me he aficionado a hacer deporte en casa, en mi habitación. Ahora es lo que más me gusta», comenta.
Andrea Almagro, 17 años
Por: Inma Ruiz.
Andrea Almagro, de 17 años, no se perdía ni una de las acampadas y campamentos que organizara el grupo scout al que pertenece, pero ahora se tiene que conformar con salir al balcón de su casa «a respirar un poco de aire». El año de pandemia lo ha pasado «tirada en el sofá e hinchándome a palomitas, pero estoy aburrida de ver series. Quiero comerme el mundo», afirma. Las videollamadas con amigos y con su novio la han «salvado» pero reconoce «haber perdido contacto con muchas amistades» y echa de menos «abrazar y estar cerca de familiares que llevo tiempo sin ver».
Andrea ha dejado de salir a correr porque no disfruta al tener que llevar la mascarilla puesta y también ha perdido ratos de ocio con los amigos «que nos ayudaban a despejarnos de los estudios, aunque solo fuera para sentarnos en un banco a comer pipas». Ahora su rutina diaria se ciñe a ir del instituto a casa. Su cuarto es su refugio, pero «mi cama tiene mi forma hecha, no puedo estar encerrada más tiempo en mi habitación, necesito salir».
Reconoce que cuando da una vuelta con sus amigos para tomar algo lo disfruta más que antes, porque «ahora aprecio más las pequeñas cosas». La pandemia nunca es el tema de conversación en esos encuentros, «hablamos de otros temas, estamos hartos, sometidos a mucha presión y necesitamos evadirnos de la realidad».
Lo que echa de menos
Andrea se perderá un viaje de estudios «increíble» para conocer Dresde, Praga y Budapest, y tampoco hará su escapada soñada a Polonia con scouts de toda Europa. «Estoy en el límite de edad para hacerlo, me da mucha pena perder esta oportunidad».
El próximo curso esta joven lorquina iniciará la carrera de Traducción e Interpretación en Murcia y aspira «a hacer una vida normal de universitaria». Cuando esto acabe quiere «vivir al cien por cien».
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Óscar Beltrán de Otálora e Isabel Toledo
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
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