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Lola Fernández, vecina de Murcia, nunca se sintió sola hasta que perdió a su esposo. martínez bueso
Un achaque llamado soledad

Un achaque llamado soledad

Dentro de 15 años uno de cada cuatro ciudadanos vivirá en hogares unipersonales en la Región de Murcia, cuando el 22% de la población tendrá más de 65 años. Este grupo de edad cuenta ya con 46.500 moradores sin compañía, y el 40% reconocen sentirse solos

Domingo, 23 de octubre 2022, 07:29

Más envejecidos y cada vez más solos. Durante los próximos 15 años, el futuro de la Región de Murcia estará marcado por el avance de estas dos tendencias que amenazan con disparar el número de personas en situación vulnerable durante la última fase de sus vidas. El porcentaje de habitantes de más de 65 años en la Comunidad pasará del 16,5% actual al 21,9% en 2037, según las últimas proyecciones de población y de hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE), y uno de cada cuatro hogares estarán ocupados por una sola persona. Para entonces, habrá casi 170.000 personas residiendo en soledad, 44.300 más que ahora.

No es una situación nueva. Los hogares menguan. El número medio de personas en su interior vive una lenta y paulatina reducción que va a continuar en los próximos años pasando de 2,71 personas a 2,56 en 2037.

El catedrático emérito de Historia Moderna de la Universidad de Murcia (UMU) Francisco Chacón subraya que «el número de personas por hogar ha seguido una línea descendente desde el año 1900. Es un proceso social demográfico en el que están implicadas cuestiones de individualidad e independencia y que va rompiendo cada vez más esas relaciones familiares tan cercanas que había antes». Esto, en su opinión, se debe a que «se ha potenciado cada vez más el beneficio individual y el desarrollo autónomo de la persona».

«Caben dos enfoques, uno negativo, viendo que el hecho de vivir solo incrementa la dependencia y el aislamiento, y, otro, por el que se puede ver como una conquista social -señala el catedrático de Sociología de la UMU Pedro Sánchez Vera-. Los mayores están mucho más dispuestos a vivir de manera independiente, tienen mejores condiciones de salud y eligen otra forma de afrontar la vejez».

«El problema llega cuando la soledad residencial es además un síntoma de aislamiento», advierte Marcos Alonso Bote Díaz, profesor del departamento de Sociología de la UMU y miembro del Consejo de Dirección del Instituto Universitario de Investigación en Envejecimiento, una institución que completó recientemente un amplio estudio sobre este fenómeno: el 'Mapa de la soledad de la Región de Murcia'. Este informe, elaborado por la universidad a petición de la Consejería de Política Social, Mujer, Igualdad, LGTBI, Familias y Política Social, constata que tres de cada cinco personas mayores de 65 años en la Comunidad no tienen a nadie con quien hablar y que el 53% se sienten tristes de forma frecuente.

La soledad, denominada ya por muchos como 'la pandemia del siglo XXI', amenaza con poner a prueba la capacidad de las redes de atención social. En la Región de Murcia, organizaciones como Fundación 'la Caixa', Cruz Roja, Accem, Solidarios para el Desarrollo o la Fundación de Ayuda al Desarrollo (Fade), entre otras, brindan, en coordinación con las administraciones, diversos programas destinados a paliar el aislamiento social en las edades avanzadas.

«Cada vez vemos más casos. Y a veces no es una soledad por no tener familia, sino que el ritmo de vida no permite a los familiares hacerse cargo de sus mayores. No llegan. Tienen sus trabajos, sus hijos, y no pueden», apunta la coordinadora de voluntariado sociosanitario de Fade, Paula Ruiz.

«Los servicios sociales tienen un largo camino que recorrer», destaca Bote Díaz, que recuerda que «hay países que ya han creado un Ministerio de la Soledad, como Reino Unido o Japón, y no solo para personas mayores». En España, «tal y como está planteado el modelo de atención en la actualidad -defiende-, difícilmente vamos a estar preparados para afrontar este desafío». «Aquí el modelo 'familista', más mediterráneo, ha funcionado muy bien para cubrir ciertas carencias del sistema, pero el problema llega cuando se pone ese modelo en entredicho». Algo que se ve, por ejemplo, en el número de divorcios. «Cae en todos los grupos de edad, porque la gente se casa menos, salvo en el de mayores de 60 años. Es un fenómeno muy curioso y que vamos a ver crecer aún más en los próximos años», asegura.

Tres de cada cinco personas mayores de 65 años no tienen a nadie con quien hablar

Más 246.800 personas en la Región de Murcia tienen 65 años o más y, de ellas, ya viven solas 46.500. Además, el 40% presentan algún sentimiento de soledad emocional, según el INE. «Vamos a una sociedad más solitaria, no hay duda. Se ve de forma clara y es uno de los grandes temas de debate actual de la Sociología», reconoce Sánchez Vera.

Prevalencia en la mujer

La cuestión de género también es relevante para determinar el riesgo de soledad. Del total de mayores en hogares unipersonales de la Región, 11.800 son hombres y 34.700 mujeres, debido, sobre todo, a su mayor esperanza de vida. Esto contrasta con el hecho de que la esperanza de vida saludable es, en cambio, mayor entre los hombres. Ambas circunstancias, según apunta la fundación HelpAge España, significan que hay más tiempo en soledad para las mujeres, más probabilidad de desarrollar enfermedades discapacitantes y más necesidad de cuidados.

Además, la diferencia entre hombres y mujeres que viven solos avanza con la edad hasta alcanzar proporciones muy marcadas. En España, el 78% de mujeres de más de 80 viven solas, mientras que los hombres en esta situación en el mismo grupo de edad suponen apenas el 22%.

«Este es un problema de salud pública. Afecta al estado físico y emocional de las personas mayores y tiene consecuencias fisiológicas e incluso puede aumentar el riesgo de padecer enfermedades», subraya Sara Ferreufino, colaboradora de comunicación de Fade.

La mayor esperanza de vida de las mujeres las aboca a más años de aislamiento y con peor estado de salud

Francisco Chacón subraya la necesidad de incrementar las inversiones para proteger a las personas más vulnerables en el nuevo contexto social. «Hay que avanzar en ello de forma decidida, porque las inversiones que se realizan en el capítulo de los cuidados y la asistencia son eso, inversiones, no gastos. Son las que contribuyen a mantener la cohesión social». Una de las claves en este sentido es que las intervenciones tempranas, al mejorar la salud, pueden reducir el número de derivaciones al sistema sanitario.

En este sentido, el Gobierno regional anunció el pasado año la puesta en marcha de una estrategia contra la soledad, cuya primera medida fue la puesta en marcha de un proyecto que arrancó en el Área de Salud II de Cartagena para detectar posibles casos de soledad en colaboración con la Consejería de Salud, las entidades locales y las asociaciones para derivar a estas personas a los recursos disponibles.

Los ayuntamientos de la Región también han puesto el foco en esta problemática creciente. Solo en Murcia, cerca de 15.000 vecinos mayores de 65 años viven solos, es decir, más del 20% del total. El Consistorio cuenta ya con un plan municipal que articula recursos y programas de acompañamiento en domicilios, redes de actividades para mayores y alternativas para compartir casa, entre otros. El pasado mes de julio, el Consistorio celebró el I Foro de la Soledad, que reunió a más de medio centenar de profesionales, entidades sociales, colectivos y trabajadores sociales para analizar posibles medidas, y el 8 de noviembre habrá una segunda edición. En Cartagena, donde 8.600 mayores viven solos, el Ayuntamiento ha puesto en marcha una red que implica a sanitarios, farmacéuticos, asociaciones vecinales, trabajadores y voluntarios sociales para detectar a personas en riesgo. Eso es, en muchas ocasiones, lo más complicado. «Si las personas no salen y no están en contacto con nadie, es muy difícil que podamos detectar los casos y derivarlos a los recursos disponibles», afirma Paula Ruiz.

Por eso, el confinamiento y el aislamiento social que provocó la pandemia supusieron un agravamiento de la situación. Así lo alerta Cruz Roja, que señala que las consecuencias de la crisis sanitaria, social y económica de la Covid-19 siguen «muy presentes para las personas vulnerables y una de las más graves es el aumento de las situaciones de aislamiento social y la soledad no deseada».

Encarna Terol, 79 años

«Tengo fotos de mi marido por toda la casa; es como si estuviera»

Encarna Terol, en su casa de Murcia. martínez bueso

Encarna ha dedicado buena parte de su vida a los cuidados. Peluquera de profesión, esta muleña residente en Murcia sabe bien lo que es cargar con el peso de la atención a familiares, el castigo que inflige la enfermedad y el vacío que queda después. Su padre padeció alzhéimer. «Llegó un momento en que era como un niño. Me lo traje a un piso al lado del mío para poder estar pendiente de él», asegura. Cuando él murió, llegó el turno de hacerse cargo de su madre. «Se quedó sola y decidió que quería venirse conmigo en lugar de con mis hermanos», recuerda.

Pero nada de aquello la preparó para lo que vendría años después, cuando una pequeña llaga en el dedo gordo del pie de su marido desencadenó una pesadilla. Fue el inicio de un largo viacrucis que terminó en la amputación de sus dos piernas debido a la diabetes que padecía. La herida derivó en necrosis y obligó a los médicos a cortarle las extremidades inferiores para salvarle la vida en un total de cuatro intervenciones, cada vez más agresivas. Para afrontar aquella situación, ella y su marido encontraron apoyo en Cruz Roja. «Íbamos a que hiciera ejercicios. Nos ayudaron mucho», asevera.

Pero todavía tendría que encajar un golpe más duro. Fue hace casi seis años. Ella se preparaba para irse a comprar a la carnicería. «Le dije a mi marido: 'Voy a bajar en un momento, pero tú te quedas aquí, porque si no me van a cerrar. Y él dejó lo que estaba haciendo, se giró y me dijo: 'Yo me voy contigo al fin del mundo'. Así que comenzó a vestirle. «Le dije: 'Baja la cabeza'. Luego empecé a decirle: '¡Pero súbela ya! Y, cuando le di la vuelta, estaba muerto». Aquella pérdida sumió a Encarna en una depresión y la dejó sola en una vivienda demasiado silenciosa. Comenzó a acudir a Cruz Roja, esta vez por ella. «Necesitaba llenar el hueco. Éramos novios desde que tenía 14 años. Aún tengo sus fotos en mi cama, en la mesilla, en la cocina. Es como si lo tuviera conmigo». «Los días en soledad son muy difíciles, y poder contar con alguien ayuda mucho».

Lola Fernández, 88 años

«Estuve un año enterrada en vida, solo quería quedarme aquí y estar aislada»

Lola Fernández ve la televisión en su vivienda. martínez bueso

Lola Fernández, vecina del barrio de San Juan de Murcia, tuvo que acostumbrarse muy pronto a pasar tiempo sin su marido. Era camionero y, cuando eran jóvenes y residían en Nerpio, solía verle salir de casa el domingo para regresar el sábado. Eso no quiere decir que no hubiera bullicio en casa, porque Lola ha criado a tres hijos y a la hija de su hermana.

Cuando los pequeños crecieron, se mudaron a Murcia. «Él empezó a realizar transporte de papelería desde Alicante y podía regresar cada noche a casa. Aquella ya era otra vida», recuerda Lola, que asegura que nunca se había sentido realmente sola hasta que, hace 15 años, perdió a su esposo a causa de un cáncer de próstata que no pudo frenar la quimioterapia. Ella tenía entonces 73 años. El mundo se le caía encima. «Lo pasé muy mal, muy mal, muy mal. Estuve un año enterrada en vida. Luego mis hijos tomaron cartas en el asunto y me llevaron al Centro de la Mujer de La Paz. Y eso me sirvió para espabilarme», destaca.

Pablo Hernández, coordinador del programa 'Siempre Activos' de Fundación 'la Caixa', Cruz Roja y el Ayuntamiento de Murcia, detectó la necesidad de compañía de Lola, que fue derivada a la ONG Fade, que cuenta con dos programas que se dedican específicamente a la atención a personas mayores: uno de ellos para el acompañamiento en hospitales y residencias y otro a través de visitas domiciliarias de voluntarios.

Sin embargo, Lola tuvo que dejar de realizar cualquier tipo de actividad el 3 de julio de 2021, cuando se le trabaron los pies al intentar girarse y cayó sobre una silla que le fracturó diez costillas. «Gracias a Dios llevaba el teléfono y pude llamar a los vecinos», señala. Desde entonces, David, un voluntario de Fade, acude cada martes a su casa, se sienta con ella y disfrutan de la compañía mutua. «Él dice que se siente a gusto conmigo y yo me siento a gusto con él. Pronto tendremos que empezar a salir a pasear», dice con una sonrisa, ya recuperada.

María Palao, 74 años

«Aprender a vivir sin nadie es difícil, tienes que buscarte cómo llenar los días»

María Palao, el pasado jueves, frente a la sede de Cruz Roja en Murcia. c.r.

A María Palao se le humedecen los ojos al hablar de la soledad. «Cuando te ves viviendo sola, todo es muy difícil. Aprender a hacerlo cuesta, te tienes que buscar muchas cosas para salir de ahí. Yo he hecho todo lo que he podido: voy a la piscina, a hacer yoga, porque hay que llenarse los días», indica.

María conoció a su amiga Encarna Terol hace más de 50 años a través de la conexión entre sus maridos. «Los dos trabajaban en Correos y hemos compartido mucho. Hemos pasado media vida juntos».

Aquel vínculo continuó también en la desgracia. El marido de María falleció solo cinco meses después que el de su amiga, aunque ya hacía más de tres años que María no podía hablar con él. «Tuvo alzhéimer con cuerpos de Lewy, y dejó de conocernos. Estuvo así años. Pero a los enfermos de alzhéimer, cuando los acaricias y los besas, sonríen, porque notan el cariño. Cuando perdí ese contacto fue muy duro», cuenta. Tan duro que, un mes después de su pérdida, ella estaba en la UCI con el corazón inundado. «Se me llenó de líquido el pericardio. Fue morirse él y que empezaran a salirme cosas».

En lo emocional, temía entrar en una depresión. «Me sentía muy sola, aunque viva muy cerca de mis hijos, y empecé a ir con Encarna a Cruz Roja». Así, gracias al programa 'Red social para personas mayores: Enrédate' de la organización, Encarna y María encontraron un punto de apoyo y una razón para salir de casa y hacer actividades. Hasta que llegó la pandemia. «A mí me ha pasado mucha factura, porque dejé de hacer todo, no iba ni a casa de mis hijos». Ahora ambas han retomado las salidas, mientras se apoyan la una en la otra. Van dos veces a la semana, «haga frío o calor». «También me ayuda mucho leer, oír música, llenar esa soledad», asegura. «Hace tiempo que procuro no pensar en el pasado ni en un futuro muy lejano. Solo en poder pasar el día lo mejor posible».

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