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Pausa la conversación, mira al techo de su habitación de Caser Residencial y suspira un largo y sentido «¡ayyy!». Hablaba José Sánchez de su periplo por la Covid-19, que a este murciano (de Beniaján) de 83 años no le provocó más síntomas que «algo de mucosidad. Pero ni fiebre, ni tos, ni dolor de cabeza, ni nada». Hace ya días que se libró de un virus que en esta residencia de Santo Ángel ha infectado a otros 107 usuarios, provocando 33 fallecimientos. Muestra sentida tristeza José por «la cantidad tan enorme» de compañeros que han caído a causa de una enfermedad que prácticamente ha pasado de largo por su organismo. «El gusanillo» que le está «royendo por dentro» no se llama precisamente SARS-CoV-2.
Lo que le lleva «de cabeza» tiene nombre de mujer. Dolores, su esposa, que también reside en Caser, «no oye y tampoco puede andar», y no puede reunirse con ella desde hace semanas y hasta nueva orden &ndasha pesar de vivir en el mismo edificio&ndash por culpa del maldito bicho y las estrictas medidas de aislamiento adoptadas para evitar nuevos contagios. «Nos hemos visto por el móvil (por videollamada), pero no es lo mismo que llegar a su habitación y estar con ella», razona. No tarda en confiar en la fuerza de su compañera de vida y echar la vista atrás. «Es muy dura. Si usted supiera lo que me costó arreglarme con ella... ¡Madre mía! He pasado frío, lluvia y calamidades para poder conseguirla. Nos queríamos a muerte», resume con emoción.
De la lágrima incipiente pasa rápido a la sonrisa José cuando recuerda que ya ha pasado por «bastantes cosas» a sus 83 años. Pero esta pandemia le parece «el disparate más grande» que ha visto en su vida. Un «disparate» en forma de coronavirus que ya han superado este jefe de almacén hortofrutícola jubilado y, hasta la fecha, otros más de 150 usuarios de diferentes residencias de mayores de la Región donde se han detectado casos positivos. Abuelos de hierro que tienen la suerte de poder contarlo, gracias también a los cuidados de «un personal maravilloso», reconoce José, que sigue esperando el día que los médicos y «la jefa», en referencia a la directora de la residencia, le digan que puede reunirse con su Dolores.
En Caser Residencial también ha superado la enfermedad Antonio Sánchez Romero, de 90 años. Su hijo, Antonio Sánchez Puertas, reconoce que pasaron «días de incertidumbre, especialmente durante la primera semana del gran estallido de esta enfermedad, que se cebó con las personas que viven en las residencias de mayores, y más concretamente en el domicilio de mi padre desde hace siete años».
Al «temor generado respecto a la salud» de un hombre que sufría patologías previas se añadió «la ausencia de información», que cree «posteriormente justificada, pues se había contagiado una parte importante de la plantilla y tenían que elegir entre atender o informar», relata Antonio Sánchez, que muestra sus condolencias «a los familiares de residentes que no han logrado superar la enfermedad». Él pasó «mucho miedo», pero esta sensación se fue disipando cuando los médicos de la residencia «comenzaron a informar del estado en que se encontraba» su padre. «Esto nos proporcionó cierta tranquilidad, aunque posteriormente resultó positivo por coronavirus».
«Tenía que encontrar alivio en la información diaria de los médicos y en las videollamadas», en las que «al menos veías a tu padre y podías animarlo a seguir luchando, a la vez que te hacía más llevadera esa situación». Dos semanas después de conocer el resultado negativo, agradece «a todas las personas implicadas en esta recuperación» su «saber, profesionalidad y humanidad» porque su padre «¡está vivo!», celebra.
En la residencia del Grupo Sergesa, en Santomera, se celebra la vida a base de besos y arrumacos, que son los que se profesan Trinidad Soto y Alfonso Martínez. En un centro donde han tenido que lamentar el fallecimiento de 16 de los 70 positivos detectados, esta pareja ha logrado vencer la enfermedad junto a otra veintena de residentes. A diferencia de José Sánchez, de Caser, Alfonso y Trinidad han podido compartir habitación y paseos desde el momento en el que supieron que también estaban unidos por este virus. Paradojas de la pandemia. «Eres el amor de mi vida», vuelve a declararse Alfonso a Trinidad durante la sesión de fotos. «¿Que cómo estoy? Impecable», sonríe Alfonso Martínez, un jardinero jubilado siempre «dispuesto a ayudar» y que demuestra una sorprendente agilidad a sus 93 años. Relata Alfonso que la enfermedad no le ha supuesto grandes dolencias y la pasó «bien; no me afectó casi nada», aunque su esposa estuvo más pachucha: «Sí, delicada. Pero ahora estoy mejor», resume risueña Trinidad. Ambos emigraron jóvenes a Francia, donde hoy viven sus dos hijos y sus nietos. Con ellos hablan prácticamente a diario por videoconferencia, pero el matrimonio se muestra muy agradecido de la «compañía» y el «cuidado» del personal de la residencia, un hogar al que entraron a vivir hace muy poco, el pasado 9 de marzo. «Hemos tenido mucha suerte de dar con una gente magnífica, se han portado perfectamente», aplaude Alfonso, que reconoce que no le asustó el hecho de saberse infectado por el coronavirus: «Yo ya estoy curado de espanto», zanja. «Muy bien, muy bien, muy bien» se sintió Trinidad al recibir la noticia de su negativo, hace casi una semana. «Nos damos los besos que usted quiera», proponen al fotógrafo. Y Vicente Vicéns vuelve a captar un instante de felicidad. Otro más para el álbum particular de estos dos supervivientes.
«Alegría» es lo que sintió Carmen Carmona (Murcia, 1948), compañera de Alfonso y Trinidad en el mismo centro, cuando le comunicaron que también había derrotado a la Covid-19. Murciana del barrio de La Flota, Carmen empezó con unos síntomas más fuertes, con «mucho dolor de cabeza, mucho frío y mucho escalofrío. Como una gripe». Reconoce que se asustó, se puso «muy nerviosa», sobre todo cuando le informaron de que era positivo por coronavirus. Aunque, como buena abuela de hierro, «a los dos o tres días me adapté y se me pasó». Una semana después, el virus cogió la misma puerta de salida que el canguelo. «Me dio mucha alegría. De hecho, me dijo una compañera que me frenara por si aún había algún riesgo. La verdad es que estoy muy contenta». Tan contenta, que ya no le importaba contar lo que había pasado. «Mi marido no lo sabía. No se lo queríamos contar por no preocuparle», admite ahora. «Es un hombre muy sensible».
La familia de Hilarión Marín, residente de Orpea (Cartagena), ha pasado por la «preocupación, el miedo, la tristeza y la incertidumbre» para desembocar después en la «esperanza y la alegría». Hilarión, aquejado de alzhéimer desde hace doce años, presentaba tos y fiebre muy alta. Ángel, Mercedes y Ana, sus tres hijos, nunca olvidarán «la llamada de aquel lunes a las cuatro de la tarde en la que la doctora nos comentó que nuestro padres estaba en lista de espera para realizar la prueba». Después, «24 largas horas hasta que nos confirmaron que era positivo». En Orpea se han notificado un total de 48 positivos y once fallecimientos. «Hay otras familias que no han tenido tanta suerte como nosotros», lamentan.
Recuerdan aquellos primeros días como «muy duros», ya que «no podíamos estar con nuestro padre y teníamos un sentimiento de abandono hacia él. Sabíamos que tenía la atención que necesitaba pero, aun así, no era suficiente para nosotros. Necesitábamos verlo, abrazarlo, besarlo y estar con él». Admiten que «tanto la doctora de Orpea como los enfermeros y los auxiliares se desvivieron» por su padre y el resto de los residentes. «De hecho, algunos enfermeros se quedaban con ellos 24 horas para atenderlos y decían: 'estamos agotados, pero lo hacemos por nuestros abuelitos'».
La evolución de la enfermedad, de la que estaban puntualmente informados a diario, aconsejó trasladar a Hilarión al Hospital Santa María del Rosell. «Nos decían que había que ser prudentes ya que era un virus imprevisible. Los días se hacían eternos, no podíamos verlo, ni hablar con él debido a su demencia, lo que nos hacía más difícil la situación».
Más de tres semanas después de aquella primera llamada, llegó el negativo. «¡Qué alegría cuando fuimos a recogerlo!», rememoran los tres hermanos. El padre «salió entre aplausos del personal sanitario. Aplausos que él devolvió a pesar del alzhéimer. Estamos muy agradecidos por el trato que ha recibido, ya que lo han cuidado como si fuera de su propia familia. Ha superado el virus y podemos seguir disfrutando de él».
Residentes y trabajadores de Altavida, en Abanilla, también empiezan a despertar de una pesadilla que ha dejado dos fallecidos entre los casi 60 usuarios contagiados. Una de las residentes infectadas ha sido Teresa Espinosa, de 85 años y natural de Orihuela, que también muestra una jovialidad envidiable tras haber mandado a paseo al coronavirus. «No me sentía bien. Estaba desganada, cansada, sin ganas de comer», recuerda. Trabajadora del campo y del hogar durante toda su vida, esta superviviente no tardó en transformar el cansancio por «alegría total» al saber que ya estaba curada. Y aún le sobra hierro para repartir la fuerza que haga falta a quienes siguen luchando contra la enfermedad: «¡Ánimo! ¡Ni un paso atrás!».
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