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César Comuñas Alfaro, Isabel López Mora y Juan Ros Orenes, tres pacientes oncológicos de la Región. Nacho García / AGM
El año sin abrazos para los pacientes de cáncer

El año sin abrazos para los pacientes de cáncer

Día Mundial contra el Cáncer ·

El miedo a contraer la Covid aísla a los enfermos oncológicos y les obliga a reducir los encuentros con familiares y amigos cuando más necesarios son

Jueves, 4 de febrero 2021, 01:44

Cada jornada, superado el mediodía, un batallón de cifras y letras se distribuye a lo largo de una decena de estrechas celdas para conformar el balance de casos, ingresos, curados y fallecidos que arroja la pandemia en las últimas 24 horas. Aunque resulta fundamental para monitorizar los constantes embates del virus, la instantánea que ofrece esta tabla es insuficiente, como lo fueron las restricciones durante la Navidad. Los datos, que ni sienten ni padecen, son incapaces de cuantificar el miedo y la soledad que la Covid provoca en los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Y de eso saben mucho los enfermos de cáncer.

Los pacientes oncológicos han llegado «agotados» al primer Día Mundial contra el Cáncer desde que el coronavirus se adueñó de sus vidas, como reconoce Toñi Galián, miembro del equipo de psicólogos de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) en la Región. A lo largo de 2020, estos profesionales atendieron 1.257 consultas, un 15% más que el año anterior. El temor al contagio se ha convertido en su particular espada de Damocles, de la que se protegen al resguardo de sus hogares. Así han transcurrido los últimos once meses para Isabel López, diagnosticada de un liposarcoma retroperitoneal en abril de 2019: «Acuso mucho no salir a la calle. No poder quedar con alguna amiga o algún familiar para decirle que me encuentro mal».

En los primeros meses de la pandemia, el recelo a contraer la Covid también extendió su sombra por los hospitales de la Región, uno de los pocos espacios que en el último año ha frecuentado Juan Ros, afectado por un linfoma de Hodgkin desde 2005. «Al principio acudía con guantes y, además de la mascarilla, usaba una pantalla de protección», reconoce. De hecho, Antonio Prieto, urólogo del Virgen de la Arrixaca, advierte de que algunos pacientes han visto en la pandemia una «excusa» para no acudir a sus citas: «Se esconden de la posibilidad de tener cáncer y prefieren no saberlo, pero, si se retrasa el diagnóstico, puede ser que cuando se detecte esté en estadios más avanzados». No obstante, su compañero José Luis Alonso, jefe de Oncología en el mismo centro, destaca que la percepción de seguridad de estas instalaciones ha mejorado de forma «muy patente» durante la segunda y tercera ola.

Ansiedad y depresión

Recorrer el pedregoso camino que la enfermedad te impone, lastrado además por la soledad y el aislamiento, no es una circunstancia a la que todos los afectados se hayan adaptado por igual. Un estudio de la AECC, elaborado durante el primer confinamiento, desvela que un 34% de los pacientes encuestados han sufrido ansiedad y depresión. Un porcentaje que, a juicio de la psicooncóloga Toñi Galián, irá en aumento cuando aparezcan los datos de las sucesivas olas. El miedo a salir al exterior también puede generar patologías más persistentes: «Ya estamos viendo a personas que sienten presión en el pecho y falta de aire cuando abandonan sus casas, unos síntomas compatibles con un trastorno de agorafobia», explica la especialista.

Para evitar que las jornadas entre cuatro paredes repercutan en la salud mental de los pacientes oncológicos, los psicólogos les recomiendan que procuren desconectar y que «no estén enganchados continuamente a lo que está pasando en el mundo». Como bien ha aprendido César Comuñas, diagnosticado de cáncer de próstata en 2017, igual de importante para ellos es entender que el virus no puede cerrar a cal y canto las puertas de sus viviendas y deben salir a dar paseos por espacios poco concurridos. En el caso de este jubilado de 67 años, su rutina consiste en caminar cada día por la orilla del Segura durante media hora y dedicar otros 30 minutos a correr a su ritmo.

Y es que el «miedo aterrador» que sufren algunos pacientes hace que «se paralicen y no puedan pedir ayuda», relata la psicóloga. Tanto ella como sus compañeros se han percatado de que reciben menos llamadas de asistencia cuando la incidencia de la pandemia es muy alta, mientras que vuelven a aumentar cuando los contagios remiten.

La lucha desde los hospitales

Curtido tras once meses de batalla contra el virus, el jefe de Oncología de La Arrixaca se muestra convencido de que su equipo se maneja «mejor» ahora que en la primera ola, a pesar de la presión asistencial asfixiante. El «desconocimiento» inicial ha cedido paso a una «mayor flexibilidad y agilidad» a la hora de tomar decisiones y dar continuidad a «todos los tratamientos». No obstante, reconoce que la elevada ocupación de los quirófanos ha provocado que algunas pruebas de diagnóstico «se estén retrasando». Esta circunstancia fue especialmente pronunciada entre marzo y abril del año pasado, cuando el hospital registró una «reducción pequeña» en el número de casos detectados. En los próximos meses y años, esta caída se podría traducir en un aumento de la mortalidad de los pacientes oncológicos, aunque Alonso espera que no tenga un impacto «especialmente importante».

Los protocolos de seguridad han permitido a estos trabajadores seguir velando por la salud de sus pacientes más vulnerables. Pero, como reconoce Isabel López, las consultas telefónicas y las exigencias que imponen estas medidas de protección han arrebatado a los enfermos oncológicos «los abrazos, la cercanía y la dulzura» que siempre ha caracterizado a unos sanitarios constreñidos por la pandemia.

Liposarcoma retroperitoneal

Isabel López: «A veces me apetece darle un beso a mi madre y no puedo»

Isabel López, afectada por un liposarcoma retroperitoneal, en su vivienda en Murcia. Nacho García / AGM

El 4 de febrero ya era un día especial para Isabel López antes de que un liposarcoma retroperitoneal pusiera al límite su cuerpo. Hoy cumple 53 años y también su segundo aniversario desde que inició una lucha encarnizada para superar dos intervenciones, en las que le extirparon el bazo, el riñón izquierdo y toda la zona del retroperitoneo; y una tuberculosis que puso en jaque su salud durante el pasado verano.

«La pandemia me pilló en uno de mis buenos momentos. Estaba empezando a quedar con mis amigas y a participar en las actividades que organiza la AECC, que eran importantísimas para mí. Con el confinamiento, todo eso se cortó», relata esta psicóloga de formación. Aunque la teoría se la sabe al dedillo, desde que convive con el cáncer ha estado acompañada por una especialista para vencer el estrés postraumático que sufría: «Cada vez que tenía un pequeño síntoma entraba en pánico y pensaba que lo iba a pasar igual de mal que en las anteriores hospitalizaciones», detalla.

Con la rutina como principal aliada, Isabel tiene claro que «con miedo tampoco se vive», incluso en esta tercera ola en la que gente «muy cercana» a ella se ha contagiado. Es consciente de que, con el desgaste que acumulan sus pulmones, puede pasarlo «muy mal» si contrae el coronavirus, pero por encima de todo prima que sus hijos, de 13 y 15 años, «vivan con la mayor normalidad posible» y sigan acudiendo al colegio y a sus entrenamientos de tenis.

En este tiempo, Isabel solo ha roto la burbuja en la que vive para ir al hospital, algunos meses hasta en seis ocasiones, y para bajar a comprar el pan. Un estricto régimen de salidas que tampoco se ha saltado durante la Navidad, más fría que nunca por la distancia con su familia. «A veces me apetece darle un beso a mi madre y no se lo doy porque no puedo, igual que ni ella ni mis hermanos quieren dármelo a mí por el temor a contagiarme», reconoce.

«Lo he pasado muy mal, pero esta situación me ha ayudado a parar y tomar conciencia de mi vida», confiesa Isabel. Un 'impasse' que también le ha servido para plasmar en papel sus reflexiones e iniciarse en la escritura con la redacción de un microrrelato y un poema, que resultó finalista en un concurso convocado por un programa de radio.

Cáncer de próstata

César Comuñas: «Solo veo a mi nieto dos horas a la semana y con mascarilla»

César Comuñas Alfaro, diagnosticado de un cáncer de próstata en 2017, en la cocina de su vivienda, en Murcia. Nacho García / AGM

A sus 67 años, César Comuñas fue uno de los 1.093 pacientes de cáncer que vivieron solos el primer confinamiento en la Región, según los datos de la AECC. Cada mañana, este vecino del barrio del Carmen, en Murcia, recorría una y otra vez la distancia que separa la puerta de su casa y el balcón hasta alcanzar los 10.000 pasos, unos siete u ocho kilómetros. El ejercicio físico, junto a su labor como secretario de la Asociación de Cáncer de Próstata (Ancap), le ayudaron a superar unos meses en los que «el peso de la soledad» le asaltaba «en muchísimos momentos».

Además de las partidas de mus con sus amigos, la pandemia también le ha arrebatado las terapias grupales que celebraba la asociación, y que ahora trata de suplir con encuentros por videollamada. Un cambio que choca con la avanzada edad a la que suelen ser diagnosticados los enfermos de cáncer de próstata, por lo que, como corrobora César, muchos «no están demasiado puestos en las tecnologías».

El docente ya jubilado admite sentir «mucha rabia» al ver las consecuencias de unas navidades que «las autoridades han querido sacar adelante económicamente». En su caso, por contra, las fiestas se redujeron a una sola comida juntos a sus dos hijos: «Íbamos con la mascarilla puesta y con la máxima distancia hasta el momento de comer». Y es que con dos «nietecillos muy pequeños», César lamenta que desde el inicio de la pandemia solo puede ver a uno de sus 'nenes' una vez a la semana «y durante un par de horas».

Linfoma de Hodgkin

Juan Ros: «Si entro a alguna tienda, miro el reloj para estar lo menos posible»

Juan Ros Orenes, diagnosticado de un linfoma de Hodgkin en 2005, en su vivienda en Murcia. Nacho García / AGM

Las restricciones para impedir las grandes aglomeraciones de gente y el uso obligatorio de la mascarilla no supusieron un gran cambio en la vida de Juan Ros. El linfoma de Hodgkin con el que convive desde 2005 y los dos trasplantes de médula a los que se tuvo que someter en 2010 y 2014 le han obligado a habituarse a «esta situación de encierro». «Por mi salud, he tenido que pasar hasta un mes entero en una habitación de hospital sin poder salir», detalla.

Incluso en una mente habituada al aislamiento, como la de este hombre de 52 años, la pandemia hace mella. Por eso, cada vez que entra a una tienda mira el reloj «para estar lo menos posible». «Hay momentos en los que decaes y sufres un poco de ansiedad porque no ves el final, el momento en el que lleguen las vacunas y nos las administren». Después de perder la cuenta de las veces que ha puesto su vida en manos de la ciencia, a Juan le parece «realmente sorprendente que haya gente negacionista» y que siembre dudas sobre estos fármacos.

En su caso, está «deseando» recibir ambas dosis para quedar inmunizado y poder «volver a la rutina de antes». Una vida en la que conseguía compensar sus achaques y el injerto contra huésped que sufre con viajes por todo el país, escapadas a su casa en Pilar de la Horadada y tardes de fútbol en la grada del estadio Enrique Roca, donde es un fijo desde que se hizo socio en 2008.

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