«Como no espabilemos, la sanidad acabará igual que la educación, y la gente preferirá la privada»
Santiago Moreno Guillén. Jefe de Enfermedades Infecciosas del Hospital Ramón y Cajal de Madrid
Javier Pérez Parra
Lunes, 10 de octubre 2016, 12:19
Santiago Moreno Guillén (Archena, 1960) es uno de los mayores expertos en VIH de toda España. Como jefe del servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Ramón y Cajal de Madrid lleva enfrentándose al sida desde los terribles años 80, cuando la enfermedad era una sentencia de muerte. Su lucha contra virus y bacterias ha ido acompañada de un posicionamiento claro a favor de la sanidad pública. Santiago Moreno cree que «si no espabilamos, la sanidad terminará como la educación», donde, a su juicio, el sector privado se ha ido comiendo al público. El doctor Moreno, que comparte su segundo apellido con otros archeneros con los que coincide tanto en profesión como en parentesco -el traumatólogo Pedro Guillén y la consejera de Sanidad, Encarna Guillén- recibió este viernes el Premio Hipócrates del Colegio de Médicos de la Región.
- El VIH generó muchísima atención durante décadas, pero últimamente parece preocuparnos bastante menos, como si ya no fuese un problema. ¿Hemos enterrado el sida demasiado pronto?
- Es verdad que ha habido un cambio. La aparición del VIH y del sida fue muy llamativa, primero porque se trataba de una enfermedad nueva, desconocida, y luego por el hecho de que el pronóstico era fatal: quien tenía sida se moría. Además, el número de afectados aumentaba desproporcionadamente; al principio no se conocían medidas de contención. Su aparición fue por tanto muy alarmante, y además estuvo acompañada de una estigmatización social. La lucha fue encarnizada, aparecieron nuevos tratamientos, y cada medicamento era una nueva esperanza de la que todo el mundo se hacía eco. Luego llegó un momento en que la enfermedad se contuvo. La mortalidad ha disminuido hasta el punto de que es la misma que en la población no infectada, gracias a los antirretrovirales. Es normal, por tanto, que haya disminuido la expectación y la atención. Pero entre eso y dar por enterrado el virus hay un punto intermedio, porque la transmisión del VIH se sigue produciendo. Cada año, se diagnostica la infección a entre 3.500 y 4.000 personas, y hay muchas más personas con VIH sin diagnosticar. Además, tenemos un gasto enorme asociado a la enfermedad.
- ¿Es el infradiagnóstico el principal problema en la lucha contra el VIH?
- Hay un 30% de personas sin diagnosticar. El problema es que, además de que en esas personas la enfermedad puede avanzar porque desconocen que están infectadas, se convierten en la principal fuente de transmisión del VIH. La gente se pone en riesgo porque ya no se habla del virus, ya no existe conciencia del riesgo y aumentan las relaciones sexuales sin protección. Estaría bien que fuésemos conscientes de esto, porque si no, nos pasará como con la tuberculosis: una enfermedad que en España sigue presentando una incidencia demasiado elevada por no haber emprendido una lucha contra ella como Dios manda. Cuidado porque con el VIH puede ocurrirnos lo mismo, que por olvidar al virus demasiado rápido arrastremos durante años y años nuevas infecciones que supongan sufrimiento para los pacientes y lo, que no es poco, un gran gasto sanitario.
- Llama en efecto la atención el alto número de nuevas transmisiones pese a que se supone que la gente está informada, conoce los riesgos y sabe cómo prevenirlos mediante el uso del preservativo. ¿Qué está fallando?
- La incidencia se mantiene más o menos estable, pero sí hay un aumento entre los hombres que tienen sexo con hombres. La razón estriba en lo que acabamos de comentar: la pérdida de conciencia, del sentido de amenaza de la enfermedad. Es muy grave que chicos jóvenes se infecten por VIH, nos impresiona a todos mucho; imagínese cuando a la consulta te llega un chaval de 16 años. Pero globalmente, el número de casos es relativamente escaso entre los más jóvenes. La edad media sigue estando en torno a los 35 años. Hablamos por tanto de gente que sabe desde hace muchos años lo que es el VIH y cómo se transmite. Son personas que toda su vida han estado protegiéndose y ahora han bajado el nivel de alerta, y se infectan. A esto contribuye que haya dejado de hablarse del VIH. Habrá visto que del Ministerio y las consejerías de Sanidad han desaparecido las campañas de concienciación.
- ¿Qué está ocurriendo con otras enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis? ¿Está aumentando la incidencia?
- La sífilis, la gonorrea y las infecciones por clamidea han aumentado de forma desproporcionado; se han disparado. Si observamos la curva de incidencia de sífilis, podemos comprobar cómo estaba muy alta en la época previa al sida y, de repente, fue bajando. Pero en torno a finales de los 90 la curva empieza a remontar. Hoy tenemos una frecuencia de sífilis como no veíamos desde hace años. La gente se ha disparatado.
- Junto a los virus, las grandes enemigas de los especialistas en Enfermedades Infecciosas son las bacterias. La ONU está muy preocupada por la aparición de un número cada vez mayor de bacterias resistentes a los antibióticos, y acaba de lanzar una alerta mundial al respecto. ¿Tan seria es la amenaza a la que nos enfrentamos?
- La inmensa mayoría de infecciones que ponen en riesgo la vida de los pacientes, en nuestro entorno, son bacterianas. La ventaja que tenemos contra las bacterias es que hay armas eficaces para combatirlas: los antibióticos. Pero por el mal uso que hemos hecho de estos fármacos durante generaciones, las bacterias se han hecho resistentes. El problema es muy serio: todos los días nos encontramos con infecciones para las que no existe un tratamiento antibiótico definido. Si es una infección leve no suele pasar nada, porque nuestro cuerpo la combate y, con ayuda de algún antibiótico, aunque sea poco eficaz, acabamos con ella. Pero, cuando hay una infección bacteriana multirresistente grave, ahí se acabó todo. Hay pacientes que mueren o sufren amputaciones por esta causa. Ahí tenemos el neumococo, que produce neumonía y meningitis y que se ha ido haciendo resistente a la penicilina. Así que nos encontramos con que hay pacientes con una meningitis neumocócica grave para la que no existe tratamiento antibiótico eficaz. En definitiva, estamos seguramente ante uno de los retos más importantes a los que la medicina se enfrenta hoy.
- Muchos científicos denuncian que no se le presta la atención necesaria a este problema, empezando por la industria farmacéutica.
- Hasta ahora, cuando aparecía la resistencia de una bacteria a uno o varios antibióticos se solucionaba elaborando nuevos antibióticos. Eso era necesario, pero se convertía en cuestión de tiempo el desarrollo de nuevas resistencias. La solución al problema no está probablemente en elaborar antibióticos cada vez más complejos sino en atajar la cuestión para evitar las resistencias. Los médicos nos tenemos que mentalizar, desde la facultad, para hacer un uso juicioso de los antibióticos, minimizando así el riesgo. Lo que hay que hacer es prevenir, porque tenemos el ejemplo de una forma de tuberculosis extremadamente resistente a todos los fármacos de los que disponemos. En España es, por fortuna, todavía infrecuente. Pero imagínese tener que enfrentarnos a la tuberculosis sin fármacos para tratarla. Así que está muy bien que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los organismos internacionales hayan decidido abordar esto como un problema de primera magnitud.
- Usted participó de forma activa en las protestas de la marea blanca que consiguieron parar los planes privatizadores de la Comunidad de Madrid.
- Sí. De repente, en Madrid, y entendíamos que después la idea se extendería por toda España, nos encontramos con que iban a cerrarse hospitales públicos [La Princesa] mientras se privatizaba el 10% de los centros de salud y se abrían hospitales de gestión privada en manos de la empresa Capio. Así, de un plumazo. Aquello se paró gracias a la reacción de sanitarios de todos los estamentos y de la población, que fue consciente de que no podíamos permitir que, delante de nuestras narices, un grupo de políticos insensatos acabase con la sanidad pública, que es nuestra joya de la corona. Tuvimos la suerte de que se acercasen las elecciones en la Comunidad. Así que cuando un juez dio la razón a la marea blanca [y paralizó el plan privatizador], decidieron no recurrir para que la gente no se les echase encima.
- ¿Cree que aquel proyecto quedó enterrado para siempre o piensa que puede volver a ponerse encima de la mesa?
- No estoy en absoluto convencido de que la idea se haya ido de la cabeza de todos. Creo que forma parte de la filosofía e ideología de un grupo de políticos y administradores. Ellos querían jugar con el equívoco de que no iban a privatizar nada porque nadie iba a tener que ir al médico con la tarjeta de crédito; decían que se iba a seguir atendiendo igual de bien. Pero no es verdad, porque si con el mismo dinero tienes que atender a los pacientes y pagar a una empresa privada, por narices la atención va a ser peor. Aquello se paró, fue un éxito para Madrid y para toda España, y estamos orgullosos. Pero no estoy seguro de que la idea se haya olvidado. Es más, en Madrid, aunque de una manera menos descarada, sigue habiendo prácticas que van en contra del sistema público y a favor de la gestión privada. Lo que temo es que de aquí a unos años la sanidad termine la educación en este país, y tengamos que lamentarnos. La gente piensa que es mejor llevar a sus hijos a un colegio concertado o privado porque tienen mejores medios y así los niños no se juntan con inmigrantes ni gitanos. Ha calado esa imagen de la educación pública frente a la privada, y me temo que, si no espabilamos, pasará lo mismo con la sanidad.
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