La escalerilla del avión de Aer Lingus procedente de Dublin en el aeropuerto de San Javier.

Murcianos sobre el césped, dublineses en bañador

El aeropuerto de San Javier oferta diez vuelos 'low cost' a la semana con Dublín para vivir un intercambio de contrastes. Se pueden encontrar vuelos de ida y vuelta desde los 70 euros para plantarse en apenas dos horas y media en el corazón de Irlanda

ALEXIA SALAS

Domingo, 3 de abril 2016, 01:16

«¿Por qué estás en Dublín, si en Murcia hay sol y playa?», preguntan cuatro dublinesas con piel de nácar en busca de un lugar donde no dormir. El aeropuerto de San Javier tiene la respuesta, pues ofrece ya 10 vuelos semanales con la capital irlandesas entre las compañías Aer Lingus y Ryanair. En los buscadores de internet se pueden encontrar vuelos de ida y vuelta desde los 70 euros aproximadamente para plantarse en dos horas y media en el corazón de Irlanda, o bien elegir entre los 8 destinos con Gran Bretaña, cuatro con Viena o Bruselas que están conectados con el Mar Menor, destino a su vez de los compatriotas de Bono (U2), quien estará gustoso de alojar a cuantos murcianos arriben a su hotel dublinés (The Clarence).

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Aterrizar en Dublín es pisar charcos, respirar la humedad mezclada con el humo de las chimeneas (cuyo número en hilera marcó la categoría de las casas) y pasar páginas entreveradas de Samuel Beckett, Yeats y el enigmático Joyce, de quien sus paisanos se vanaglorian pero tampoco comprenden. Si el viajero quiere impregnarse de su oscura esencia puede visitar la casa donde el inquietante James iba a dar clases de baile en un barrio humilde de casas con puertas de colores. Aún está a tiempo de sacar billete para el Blommsday, el 16 de junio, por si se atreve a descifrar historia tan oscura como las aguas del Liffey. Opción no menos tenebrosa es descubrir que tras las ventanas donde trabajó Bram Stocker funciona ahora el Ministerio de Hacienda.

Los dublineses guardan tan estrecha relación con los libros como con su cerveza. Del hábito lector tal vez tenga algo que ver el gasto per cápita en Educación -el doble que en España- y la veneración por la escritura incluso dentro de las catedrales, donde rinden culto a estatuas de Jonathan Swift, enterrado en la anglicana de Saint Patrick junto a su amada nunca desposada.

La ruta monumental debe pasar por 'el castillo', cuya sola mención erizaba el vello rojizo de los irlandeses como sinónimo de dominación británica. «Aquí alojamos a Margaret Tatcher cuando vino», comenta la guía irlandesa Deirdre Burns, culta y amena, cuyo apasionado relato de la historia -desde los vikingos- impulsa a unirse a la Liga de Michael Collins. En plenas celebraciones del alzamiento de Pascua (1916), Dublín saca pecho de orgullo tricolor.

Al barrio alternativo

¿Dónde van los dublineses tan aprisa por el centro? Unos al Trinity College, la universidad más antigua del país, y otros a la 'city', donde muchas compañías tecnológicas han fijado sus sedes por los bajos impuestos. Calatrava llegó por el río, como los normandos, y dejó una de sus alucinaciones sobre al agua. Al otro extremo urbano del río, el puente de Ha'penny (del medio penique, de cuando se cobraba por pasar) te lleva a Temple Bar, el barrio de las tentaciones, que palpita de nuevo diseño artesano, ilustradores, barberías y locales de música en calles empedradas. Beber una Guiness (media pinta 2,50 euros) justifica el viaje, acodado en las barras donde se refugiaron escritores y revolucionarios. Los dublineses se vienen arriba en sus arraigados pubs y entablan pronto conversación. Tan parecidos y tan distintos con los murcianos, divierte descubrir el común afecto por las morcillas y la cerveza, los bares ruidosos y la creatividad. Uno no se recupera en cambio de girar las rotondas por la izquierda, de los enchufes tridentes y de que los grifos cerveceros se cierren a la una.

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Ciudad viva y acogedora, no vuelva sin pisar el Café des Siene, en la calle de 'dejarse ver', o sin almorzar pollo feliz en un restaurante de comida orgánica como el Farm Café, comprar un tocado del diseñador de las osadas Ferguson o tirarse en el césped del Saint Stephen's Green antes de volver al calor tropical murciano. Allí crece solo y se puede pisar.

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