
Fuensanta Carreres
Jueves, 21 de enero 2016, 01:52
La misión de la escuela, de la sociedad, debe pasar por construir bien el cerebro, permitir que madure a su tiempo. Un reto alejado de la realidad de las aulas para el neurocientífico Salvador Martínez, que lo planteará esta tarde (19 horas, salón de grados de Derecho de la UMU) en las jornadas 'Una educación para el siglo XXI'.
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-La primera pregunta la plantea usted. ¿Por qué somos tan tontos con un cerebro tan listo?
-Todos nacemos con unas capacidades parecidas, el cerebro se construye más o menos de la misma manera en todos los humanos, y luego influye el desarrollo postnatal y a lo que te expone la vida; es lo que crea las grandes diferencias entre unos y otros. En el periodo neonatal es cuando se crean las mayores sinopsis, justo después de nacer. Es el período más crítico de la vida a la hora de construir cómo va a funcionar nuestro cerebro. La infancia es una etapa en la que tenemos una gran capacidad de aprender; y la adolescencia es una época fundamental, en la que se construye el carácter. La educación, la escuela, y la sociedad influyen para que eso se desarrolle o no de forma adecuada. Dentro de eso hay margen de mejora, y es importante conocerlo para diseñar los programas educativos y los tiempos y ajustarlos a la maduración del cerebro.
-¿Qué ocurre en los tres primeros meses de vida en el cerebro?, ¿qué se puede hacer por un bebé en ese período?
-Se producen todas las conexiones cerebrales, es fundamental. Podemos hacer lo que hacemos, darles besos y decirles que les queremos muchos. Eso es lo que necesita un cerebro en esa etapa, vivir en una sociedad que lo cuide y que lo quiera.
-¿No nacemos con distintas capacidades genéticamente?
-No nacemos con grandes diferencias. Las que hay en la función cerebral no son debidas a la genética. No hay nada que nos impida pensar que si tenemos una buena genética y nacemos en entono empobrecido nuestro cerebro se empobrezca.
-Pero quien tiene un coeficiente intelectual más elevado tiene mayor capacidad, ¿no?
-Ese coeficiente intelectual es falso, no existe, es una medida falsa del hombre. Hoy en día hablamos de una inteligencia social, una inteligencia emocional, creativa... hay muchas formas de inteligencia. De hecho es más inteligente el que mejor se adapta a su entorno. La escuela no enseña a tomar decisiones, y luego no da tiempo para que la toma de decisiones tenga sus consecuencias. Los programas educativos no enseñan la motivación, y si estás motivado aprenderás, la información está en todos sitios. Es fundamental hablar de los mecanismos de la motivación. El sistema educativo tendría que estar orientado a construir bien el cerebro, a que madure bien. Si conseguimos eso, tienen éxito.
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-Si ha llegado a la conclusión de que somos tontos con un cerebro listo es porque esa tarea de la escuela y la sociedad no se está haciendo bien...
-Se está haciendo mal. El cerebro capta estímulos del ambiente y su actividad se manifiesta en respuestas. Si las respuestas son positivas y llevan asociado un placer, el cerebro aprende. Refuerza los circuitos que le producen beneficio y elimina los no adaptativos.
-La educación está enfocada hoy hacia los 'rankings', las calificaciones... Parece que hay un abismo entre los avances pedagógicos y científicos y lo que ocurre en el aula.
-Tenemos los mismos métodos del siglo XIX. No hacemos nada con el cerebro ejecutivo, que es el que nos va a llevar al éxito o al fracaso el resto de nuestra vida. Toda nuestra infancia y toda nuestra educación nos viene impuesta. ¿Cómo decides entonces qué quieres estudiar?, ¿por qué no se les pregunta qué quieren aprender? Al contrario, hay un código frenético, los patrones están hechos para que acabemos la carrera a los 23 años, cuando vamos a vivir ochenta. ¿Por qué hay que acabar a los 23, y no damos más tiempo a que el cerebro madure? Total, para acabar a los 23 e ir al paro. Ese agobio de los programas a los que les sometemos nos lleva a hacerlo todo en píldoras de tiempo: jugar media hora, estudiar una hora... No. ¿Por qué no toman más decisiones con su tiempo, y usan el cerebro ejecutivo? Muchas enfermedades mentales vienen provocadas por malas decisiones, y son mecanismos cerebrales que se pueden entrenar.
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-¿Y la educación emocional?
-Estamos en la superficie, o en la retórica. En la escuela se está para leer el libro, con las manos cruzadas y callados. Y luego llegan a la universidad y queremos que hablen, que sean críticos. Y en la vida profesional que sean creativos y asertivos. Nadie te ha enseñado a hacerlo.
-Algunos proponen que el profesor sea un guía, que se deje al escolar elegir qué le interesa...
-Pero en una clase con cuarenta alumnos, cada uno de su padre y de su madre... Estamos en un entorno escolar en el que a lo mejor se hace lo poco que se puede hacer. Pero no podemos quedarnos con las manos caídas.
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-En los institutos tampoco se pone énfasis en las aptitudes científicas...
-Los problemas de matemáticas y física que tienen una solución única producen un placer grande. El cerebro tiene una subida de endorfinas, es un chute, y eso no se fomenta. Cuando tienes sesenta alumnos y solo tres resuelven los problemas, lo que estás haciendo es lo contrario, generar frustración.
-Los recortes han limitado los recursos, pero con todo, ¿hay voluntad de cambio?
-No, esto es muy fácil: el maestro se lo sabe, los alumnos están recogidos, y los padres somos felices. El modelo es muy difícil de cambiar. Diles a los padres que tienen que tener una participación más activa, que vayan a escuelas de padres, que seleccionen la televisión, que lean...
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-Usted ha sido muy crítico con la falta de compromiso político con la ciencia, hasta el punto de que dejó su cargo en el Instituto de Instituto Murciano de Investigación Biomédica (IMIB) porque el modelo de gestión le impedía renovar los contratos de 32 investigadores.
-La relación de la política española con la ciencia es retórica. No se creen nada de lo que dicen. Invierten para que se sobreviva. En la toma de decisiones políticas sobre ciencia en los últimos cinco años en Murcia hay más de improvisación que de decisión. Tenemos mucho de culpa los ciudadanos que no nos manifestamos. Yo dimití porque no se podía renovar a los científicos porque el modelo de gestión lo impedía. Había soluciones, pero primó el modelo de gestión. Tampoco descarto regresar, si es un reto al que yo puedo aportar algo.
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