Coger naranjas en un huerto y comérselas allí mismo es la actividad con la que más disfrutan.

Entre norias y huertos de naranjos

Jubilados austríacos viajan desde el Mar Menor al Valle de Ricote para participar en una ruta turística

Fernando Perals

Lunes, 11 de mayo 2015, 00:47

Kiko muestra cada día su cartel de 'Guten morgen' ('Buenos días') en la entrada del Museo del Esparto de Archena. Desde hace varias semanas, gracias al acuerdo del Instituto de Turismo con el operador de viajes austríacos para mayores, recibe cada día en la puerta del Palacete de Villas-Rías a los grupos de jubilados centroeuropeos que visitan las poblaciones del Valle de Ricote. Las arrugas en la cara de Kiko muestran la azarosa vida de este vecino, que disfruta de la concesión de este establecimiento. Ha pasado buena parte de su vida trabajando el esparto, y los trajes, muebles, edificios en miniatura y aperos de labranza que elabora con los tallos de esta planta y que despiertan el asombro de los viajeros. «En Carnaval me gusta salir con alguno de los disfraces hechos con esparto. Una tradición que se está perdiendo porque los jóvenes ya no quieren dedicarse a esto».

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Los turistas austríacos llegan pasadas las nueve de la mañana. Llevan más de hora y media en pie. Proceden de hoteles de La Manga del Mar Menor y Los Alcázares. Han desayunado copiosamente, a pesar de su edad, y se han trasladado en autobuses.

Victoria, una sureña italiana de carácter, guía al grupo durante su estancia semanal. No se separa ni un momento de estos mayores, ataviados con calzado cómodo para sobrevivir a las rutas. «Son muy disciplinados; nadie se separa y son silenciosos a la hora de comer. No tienen nada que ver con nuestro carácter latino». Es vieja conocida del lugar, ya que ha participado en otras excursiones con los jubilados. Desde hace dos años está en España (Almería y Peñíscola), como estuvo antes en Grecia, Bulgaria e Italia.

Media hora en Archena, diez minutos para un café y rumbo a Ojós. Cada grupo es comandado por un guía oficial y un responsable. Helga es la coordinadora. «Nos sentimos bienvenidos en cada sitio; nos hace muy feliz. Nuestra estancia es muy agradable y recomendaremos a nuestros compatriotas que visiten esta región».

Esgrimiendo cámaras y móviles de última generación, el viaje hacia Ojós se hace rápido. Se muestran atónitos por los paisajes del valle, y no hay montaña ni árbol que se les escape. Victoria presenta la zona como uno de los puntos mejor conservados. Llegan a la pequeña villa de pasado morisco, que todavía se respira en sus estrechas y sinuosas callejuelas. Antes de perderse por ellas, visitan el paseo de Las Palmeras, el puente colgante y el lavadero, donde todavía algunas vecinas remojan sus sábanas.

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Las calles están repletas de macetas de geranios, ficus, cactus y rosas. Por allí anda Hubbert, apoyado en su inseparable bastón, un ex agente forestal que lleva 25 años viajando en grupo. «Cada sitio es diferente. No podría señalar cuál es el más bello», indica este anciano, para el que «siempre existe un aliciente para viajar con los amigos y con mucha gente». A sus 88 años, parece que el tiempo no le pasa factura a su condición física.

Antes de llegar a Abarán, cruzan por el túnel del Azud de Ojós y observan por la ventanilla del bus el Salto de la Novia, el paisaje de la Pila de La Reina Mora, El Salto de La Novia y El Solvente.

Recogida de naranjas

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Pedro Rabal, director del operador Iristour Vacances y responsable de la llegada de austríacos a estas tierras, compró más de 10 toneladas de naranjas para que estos turistas pudieran recoger sus frutos directamente de los árboles de una parcela de Abarán. Los más atrevidos llegan a comerse los gajos de los limones, como Gerlinde, que durante toda su vida trabajó en una fábrica en su país. «Esto no es como en el supermercado, donde, por muy buenos que estén, no saben igual». Perdidos entre naranjos y limoneros, llenan sus capazos con estos cítricos. Algunos se cuelan por zonas prohibidas para coger los más rotundos.

El mediodía ya ha saltado en los relojes y el grupo vuelve al autobús para reponer fuerzas. En los salones de El Pericón se encontrarán con otros turistas que están haciendo el recorrido a la inversa. Más de 200 comensales hambrientos se preparan para saciar su hambre.

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Marta es la más veterana. A sus recién cumplidos 90 años, sostiene con su eterna sonrisa: «Jamás dejaré de viajar». Aunque ya ha visitado España en otras ocasiones, como la Costa del Azahar, esta ex empleada de banca está prendada de lo que ha visto de la Región. «Cartagena y Murcia me han impresionado muchísimo y el Valle de Ricote es muy diferente a lo que uno se imagina desde Austria. Es una zona natural tan bonita...».

Victoria, incansable, reclama la atención de los viajeros. Hay que trasladarse a los alrededores de Abarán. Entre cañaverales, frutales y acequias, los infatigables jubilados llegan a la noria de Candelón por la misma margen del río. Tras superar unos 600 metros junto al Thader por un camino metálico, los turistas disfrutan de la paz y armonía que se respira entre mandarinos y limoneros, todo ello envuelto por el canto de los pájaros. Llegan a la Noria Grande y admiran esta obra creada en 1818.

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A las 15.00 horas se suben de nuevo al bus que les trasladará hasta Blanca. Última etapa de la ruta para visitar el Museo y Centro de Interpretación de la Luz y el Agua, donde se recrea el aprovechamiento hídrico a lo largo de la historia del municipio. Los viajeros adquieren los últimos 'souvenirs' en formas de roscas de limones, mermeladas, aceites y dulces. Les espera un pequeño recorrido por el Mirador, donde contemplan la belleza del valle en todo su esplendor.

Son las 17.30 horas y toman por última vez el transporte que les devolverá a sus alojamientos en la costa. Durante más de ocho incansables e intrépidas horas se han empapado de costumbres, artesanía, tradiciones, naturaleza... Sus retinas, afirman, se han quedado satisfechas. «En nuestros corazones quedará siempre un sitio para Murcia», se despide Gerlinde.

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