24 horas en urgencias
Un nuevo paciente llega a La Arrixaca cada dos minutos en los momentos de mayor colapso del invierno; 'La Verdad' ha compartido junto a una médico la batalla diaria en el mayor hospital de la Región
Javier Pérez Parra
Domingo, 25 de enero 2015, 00:19
Aún no ha amanecido y el hospital Virgen de La Arrixaca bulle de actividad. En la puerta de Urgencias, los ojerosos pacientes que han pasado allí la noche asisten a la entrada de médicos, enfermeros, auxiliares, celadores: un ejército de profesionales que se sacude las legañas y se enfunda sus batas, preparado ya para la batalla.
Son las ocho de la mañana del jueves 22 de enero. Comienza un nuevo y largo día de este invierno interminable en La Arrixaca y el resto de hospitales, enfrentados a una alta presión asistencial que en algunos momentos ha llevado al colapso. A Rosa García Rodríguez, jefa de sección de Urgencias, le toca hoy cumplir con su jornada de mañana y coger después las riendas de la guardia durante la tarde y la noche. Se dispone a pasar 24 horas en la trinchera, y 'La Verdad' va a compartir con ella la jornada.
Formación y reparto de pacientes
Médicos adjuntos, MIR y un grupo de estudiantes de Medicina -de la UCAM- empiezan la mañana con una sesión clínica a las 8.30. Urgencias es la puerta de entrada al sistema sanitario. Llega de todo y hay que saber afrontarlo todo, así que la formación es clave. A las 9.00, Tomás Hernández, que ha estado al cargo de la guardia de la noche, informa a los compañeros que toman el relevo de los pacientes que han amanecido en Urgencias. La situación es relativamente tranquila a esta hora: 13 enfermos con indicación de ingreso permanecen a la espera de que haya habitaciones libres en el hospital, una cifra que contrasta con los más de 40 que se han llegado a acumular algunos días de este enero. Rosa García no está en la sesión. Hoy tenía reunión con la dirección del hospital, así que cuando termina se incorpora directamente a su puesto en el servicio, dispuesta a escuchar como cada día a decenas de pacientes que buscarán en ella alivio para su dolor y apoyo para superarlo.
El helicóptero deja a un herido en una explosión
La calma con la que comenzó la jornada se rompe pasadas las diez de la mañana. Un aviso del 112 pone en alerta a todo el servicio. Una bombona de butano ha saltado por los aires en una vivienda situada en el límite entre Santomera y Orihuela. Todavía no se sabe cuántas víctimas hay ni a dónde irán. Jesús Pérez, enfermero, pone a punto la sala de Hemodinámica por si es necesario atender a víctimas en parada cardiorrespiratoria. «Nos mandan a un herido», avisa Diego Teruel, el jefe del servicio. La explosión ha provocado graves quemaduras a un anciano de 80 años en Raiguero de Poniente, pedanía de Orihuela. El helicóptero llega sobre las 11.30. El herido mantiene las constantes vitales, así que es trasladado rápidamente, y sin pasar por Urgencias, a la Unidad de Quemados.
Decenas de pacientes esperan el 'triaje'
Conforme avanza la mañana, la sala de espera empieza a abarrotarse. Rosa García se hace cargo de una de las dos consultas de 'triaje', donde se hace una primera valoración del paciente y se decide si es encamado y atendido por la vía rápida, como corresponde a los casos graves. La única diferencia es el tiempo de espera; aquí se atiende a todo el mundo. Con 26 años de experiencia, la doctora García observa, pregunta y tramita las peticiones de pruebas e interconsultas a velocidad de vértigo. Ni ella ni sus compañeros paran un minuto. Camillas que pasan por los pasillos caminos de los 'boxes', pacientes y familiares en todos los rincones, médicos que van y vienen, el teléfono que no para. La sensación es de anarquía, pero tras el aparente caos hay una organización si no perfecta -todo falla alguna vez en este mundo- sí muy bien engrasada. Pero todo eso, que se comprueba cuando se conocen las Urgencias desde dentro, no se ve tan claramente cuando uno espera horas a que le den un diagnóstico o le ofrezcan un remedio que calme su sufrimiento y su angustia. Por eso, la tensión va en aumento. «Mi hijo tiene autismo y ahí lo tienen una hora esperando», se queja un padre a una sanitaria a la que aborda por el pasillo. En la sala de espera, una mujer reclama a gritos que atiendan a su marido, que rabia de dolor por un cálculo en el riñón. Al revuelo se suma el síncope de una paciente justo en la puerta de acceso a Urgencias. «Le han puesto Urbason, se ha salido para que le diese el aire y se ha desmayado», relata un sanitario a la doctora, que se asoma a asistirla. Sin perder la calma, Rosa García comprende y atiende a quienes llegan nerviosos a su consulta, mientras comprueba en el ordenar, minuto a minuto, cómo se van acumulando los enfermos que aguardan al 'triaje'. «Hay días en que de repente ves cómo la pantalla se ha llenado de golpe. Vas lo más rápido que puedes, pero es imposible evitar las esperas», explica. Urgencias de La Arrixaca atiende este mes a más de 300 pacientes diarios. Durante las jornadas de mayor colapso, el ritmo ha llegado a ser de una entrada cada dos minutos. Asumir algo así resulta extraordinariamente complicado para los profesionales. «El cuello de botella se produce en los 'boxes' de enfermería, donde se realizan los análisis y las pruebas. Normalmente solo hay dos y se montan unas colas tremendas. Menos mal que este invierno han abierto otro más», explica Ángel Fernández, enfermero y delegado de Comisiones Obreras.
Un almuerzo que terminó mal
A Lina, una trabajadora boliviana, se le ha torcido la mañana. Salió a tomarse el almuerzo en la empresa de Totana en la que está empleada y ha terminado en una camilla en Urgencias, con sospecha de fracturas. «Me apoyé en una barandilla mientras me comía el bocadillo para disfrutar del sol y me caí», resume dolorida. Por la consulta van pasando decenas de historias que nos advierten de lo frágiles que somos y lo tremendamente rápido que puede cambiar todo en un minuto. Una anciana aúlla de dolor por su cadera rota mientras los camilleros tratan de depositarla en una cama. Santos, un técnico que trabaja para Movistar, se ha caído al bajar de la escalera cuando instalaba unos cables, y no se atreve a mover la cabeza ni un milímetro. «Ha sido un traspiés -se lamenta- y creo que me he roto varias costillas». Pero por aquí no solo pasan accidentados o enfermos graves. También muchas personas con gripe, con virus que se solventan con un paracetamol o con dudas que en realidad deberían consultarse al médico de familia. Falta educación sanitaria, pero sobre todo falla el sistema. «El problema es que Atención Primaria no termina de funcionar. Si llamas para pedir cita y no te la dan, si no te resuelven tu problema, pues te vas al hospital», advierte Eva Mónica, médico adjunto. «Los centros de salud ya no abren por las tardes y hay gente que directamente viene aquí para no faltar al trabajo. Hay miedo a perder el empleo», añade Rosa García. El jefe del servicio, Diego Teruel, apunta: «Tenemos una población cada vez más envejecida pero no contamos con infraestructura para hacer frente a eso». Urgencias se llena de ancianos con enfermedades crónicas afectados por infecciones respiratorias propias del invierno. ¿Es realmente mejor para ellos pasar la noche aquí, algunas veces en el pasillo porque no hay ni un hueco, que en una residencia bien atendidos o en su domicilio con apoyo de enfermeros y médicos de Atención Primaria? «Con hospitalización a domicilio y residencias se resolvería este problema», señala Diego Teruel.
Un respiro para comer, y vuelta a la trinchera
A Rosa García le toca almorzar en el primer turno. A la una y media engulle a considerable velocidad el menú del día en el comedor para profesionales. Elige un arroz y ensalada. La comida es aceptable. Es el momento -casi el único- para poder charlar un rato. Entre bocado y bocado, la doctora García cuenta que tiene dos hijos y que su marido también es médico. La conciliación de la vida familiar y laboral, con entre seis y nueve guardias al mes, es más que complicada.
A las 14.30, Rosa se pone al frente de la sala de Observación. Aquí caben, bastante apretados, 24 pacientes. Otros siete u ocho tienen sitio en otra zona conocida como 'la cristalera'. Cuando está ya todo ocupado empiezan a poblarse los pasillos, convertidos en lamentable imagen del invierno. Eso no significa que los pacientes queden allí dejados de la mano de Dios: permanecen monitorizados y atendidos con la misma dedicación y los mismos medios. Pero eso no convierte los pasillos en un sitio aceptable. Los profesionales son los primeros que se quejan de esta situación, y la propia dirección ha admitido que el servicio se ha quedado pequeño y hay que ampliarlo.
En la sala de Observación ya no cabe un alfiler y los primeros paciente salen al pasillo más cercano, que por la noche ya estará lleno. «Hace falta más espacio, éste no es sitio para estar cuando te encuentras tan mal», protesta María Pérez, encamada por una neumonía y operada dos veces del corazón.
La UCI, colapsada
Cuánto dolor, cuántas lágrimas y cuánto desconsuelo se acumulan en estos escasos metros cuadrados. Impresiona ver a los profesionales enfrentándose a la enfermedad y la muerte en una lucha que tantas veces se percibe perdida. Ancianos aferrados al oxígeno con la derrota reflejada en sus rostros, veinteañeros que deberían estar bebiéndose la vida y que yacen en una camilla por culpa del cáncer. La mayoría tienen el consuelo de saber que detrás de la puerta hay una familia esperando. Pero no todos.
Apenas ha comenzado la guardia de tarde cuando la ambulancia deja a un paciente en estado crítico. Un inglés de avanzada edad, vecino de un 'resort', se ha caído por las escaleras, con la mala suerte de sufrir un traumatismo que ha derivado en derrame cerebral. A toda prisa, los médicos lo estabilizan, pero la cirugía es imposible. La doctora García pide que lo trasladen a UCI, pero no hay sitio. Cuidados Intensivos está colapsado, como también Reanimación. El hospital ha suspendido de hecho operaciones programadas por esta circunstancia.
El paciente permanece tres horas en Hemodinámica hasta que por fin hay hueco en UCI. Su futuro es incierto. «Ves morir a muchos pacientes. Es algo duro, pero en Medicina tienes que aceptarlo. Aquí lo planteamos de otra forma: nos llegan pacientes que están muertos y muchas veces los salvamos», confiesa Rosa. Los profesionales se curten, pero no siempre se puede mantener el tipo. Una anciana sufre lo indecible cada vez que trata de que el aire llegue a sus pulmones. Una médico residente, a su lado, observa impotente mientras a sus ojos se asoman, muy discretamente, las lágrimas.
«¡Mi hijo!, estoy embarazada»
Raro es el día en que a este lugar no llega algún accidentado de tráfico. Esta tarde, la primera es Noelia López. «Salía con mi marido y mi hija, de 18 meses, del Morales Meseguer, donde teníamos una cita. Nos hemos parado en un semáforo y el coche de detrás se ha empotrado contra nosotros. Así que he salido de un hospital y he entrado en otro», cuenta tendida en la camilla con un collarín. Pero la ironía no oculta su preocupación. «Estoy embarazada de una semana», advierte. Al final, todo queda en un susto. Apenas una hora más tarde, un chico de 18 años que podrá contarlo de milagro ingresa tras sufrir un accidente de moto. «Se ha estampado contra un coche en una rotonda del polígono industrial de Alcantarilla y ha roto el cristal del vehículo con la cabeza», explican los sanitarios del 061 que lo traen. El chaval llega consciente, pero no recuerda nada y está visiblemente agitado. Los médicos lo calman y comprueban con un TAC que no tiene daños cerebrales. Sus padres, con la preocupación visible en sus rostros, llegan enseguida. «Nos ha llamado para decirnos que estaba aquí y pensábamos que era una broma. No podíamos creerlo, el corazón nos ha dado un vuelco», admiten angustiados.
La noche es larga
Poco antes de las diez, la doctora García deja el puesto para cenar rápidamente. La noche es larga y hay que coger fuerzas. Con el último bocado, de nuevo a la sala de camas, donde los pacientes con infecciones respiratorias siguen siendo la mayoría. Por la zona pululan, junto a los médicos de Urgencias, cardiólogos, neurólogos y cirujanos también de guardia que acuden a atender a quienes los necesitan. «Nos han mandado a un paciente con infarto desde Cartagena para una angioplastia, pero ha muerto antes de llegar», lamenta un residente de Cardiología. En los dos quirófanos de Urgencias también se trabaja. Esta tarde se ha operado a un indigente que vive en la calle y tiene una infección en la pierna. Ahora, los cirujanos se preparan para intervenir de madrugada a un enfermo al que un tumor le ha provocado una perforación, todavía no está claro si de estómago o intestino.
El presunto violador de Lorca, escoltado
Escoltado por dos guardias civiles, el presunto violador detenido el martes en Lorca llega con un ictus presumiblemente provocado por las puñaladas que le propinó el padre de la niña de la que abusó. Aquí se asiste a todo el mundo con la misma profesionalidad. «Tienes a un paciente delante y ya está. A mí me tocó atender un par de veces al asesino de la médico de Moratalla, y también al 'asesino de la Katana'. Es tu trabajo, si no quieres atenderlos no puedes ser médico de Urgencias», cuenta Rosa García.
«Mi hija ha hecho una tontería»
La noche avanza lenta y espesa entre quejidos y el sonido mecánico de los monitores. A la una de la madrugada, Rosa se retira a descansar hasta las cuatro a los dormitorios del personal de guardia. Un segundo turno irá después, de cuatro a ocho. La afluencia de pacientes baja. Una madre espera con el corazón encogido en la sala de espera. «Mi hija ha hecho una tontería, a sus 21 años», confiesa. Un bote de pastillas que gracias a Dios no acabará con su vida. Casos como éste son habituales en Urgencias. La madre calma los nervios charlando con los padres del joven motorista herido, que siguen esperando. «Estos chicos, cuántos disgustos», coinciden. A las tres y media llega un joven que se ha quemado la cara mientras hacía una fogata con los amigos. La noche es el tiempo de los accidentes, las borracheras, las reyertas. Esta madrugada es tranquila. El fin de semana todavía no ha llegado.
Amanecer en Urgencias
A las 4.15, Rosa García está de nuevo junto a sus pacientes. El goteo sigue, pero a un ritmo mucho menor. Llegan sobre todo ancianos con infección respiratoria. Lo más grave, un hombre con fallo renal. Amanece, pero aquí no se ve la luz del sol. Solo el reloj permite saber que el mundo sigue girando ahí fuera, y que la ciudad se dispone a iniciar un nuevo día.
Por fin, el relevo
Rosa informa a los compañeros que tomarán el relevo del estado de los pacientes con los que ha compartido la madrugada. Se refresca en el baño y se va, pero no a casa. Todavía tiene que pasar por la Universidad para organizar sus clases de Toxicología. Descansará el fin de semana, y el lunes volverá dispuesta para dar, como tantos otros profesionales de Urgencias, lo mejor de sí misma.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.