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La ruta con un par

Alfombra rosa de almendra

Los llanos del Cagitán vocean la primavera anticipada con el estallido de sus campos en flor

PEPA GARCÍA. FOTOS: GUILLERMO CARRIÓN

Sábado, 9 de febrero 2013, 19:41

La propuesta de esta semana para disfrutar del patrimonio natural, cultural y etnográfico de la Región no obliga a sudar más o menos la camiseta, pero sí a poner todos los sentidos para disfrutar de un sorprendente espectáculo, el de la metamorfosis de la estepa del Cagitán, que, atrevida, se lanza a anticipar la primavera sin mediar febrero. Una altiplanicie extensa y ondulada, cobijada por el picudo Almorchón y la Sierra del Molino, la Sierra de Ricote y la del Oro, surcada por el río Quípar, inundada por el pantano de Alfonso XIII y recorrida por barrancos y rameles que dan cobijo al búho real y al halcón peregrino, al alcaraván, la codorniz y, sobre todo, a la calandria.

Este paisaje, que proponemos recorrer en coche o en moto precisamente en estas fechas, exhibe ahora algunos de sus enjutos almendros en las puras ramas; y otros, tímidos, despiertan a la floración; también los hay, a cientos, cuajados de perfumadas rosas de almendro; y hasta, ya, verdeando, tras los pétalos caídos. Con sus sinuosos llanos, las tierras roturadas y sembradas de cereal dejan ya asomar sus esperados brotes tiernos.

«Flor del almendro temprano:/ preliminar inocencia./ Aún no ha hecho el frío cano/ discursiva su abstinencia./ Aún la verde diligencia/ es ociosidad sutil;/ y ya, a pesar del hostil,/ en su detrimento, enero,/ por su testigo primero/ se propone blanco abril», describía los campos de almendros Miguel Hernández en su poema 'Flor del almendro'.

La tranquila carretera que une la Autovía del Noroeste con Cieza se convierte en el eje a través del que recorrer este paisaje de tierras doradas que en estos días se presentan nevados de rosas de almendra rosa intenso, blanco puro, blanco roto, rosa palo,... Es la RM-532, un territorio conquistado por los ciclistas que discurre también junto a enormes pinos. Los almendros más cuajados se han alineado en primera fila, desplegando su atractivo como un neón para llamar a los viajantes más distraídos. No deje pasar el aviso e intérnese por más de uno de los caminos que le salen al paso para echar pie a tierra en los campos de almendros. Escoja uno, el que más le atraiga, y acérquese.

Aspire profundamente el agradable aroma de la rosa de almendra, fije la vista en esas ramas que derraman sus flores y observe a las laboriosas abejas, entregadas a recoger polen para su colmena, dedicadas a polinizar las flores que pronto serán fruto seco. Cierre los ojos y escuche, si el viento le deja, el zumbón rumor de su frenética actividad.

De vuelta a la carretera, regrese en dirección a la Autovía del Noroeste y tome la RM-552 que le conduce hacia Calasparra. Unos kilómetros más adelante encontrará, a la derecha, un cartel que le indica cómo llegar a los pies del Pino de la Celia, uno de los ejemplares del catálogo de árboles monumentales de la Región, cuyo inmenso y nudoso tronco deja claro su vetusto origen -tiene entre 200 y 250 años-, lo que lo ha convertido en uno de los cinco pinos con mayor perímetro de tronco (en su base supera los siete metros) y en un paraguas protector de 26 metros de altura, bajo el que se han refugiado, durante siglos, pastores y rebaños.

De vuelta a la carretera, regrese de nuevo en dirección a la Autovía del Noroeste por la RM-552, y esté atento, otra vez a la derecha, a un desvío que le conducirá por una estrecha carretera de montaña, entre campos de almendros más antiguos que crecen en las aterrazadas laderas, hasta La Copa de Bullas, primero, y luego hasta Bullas por la B-26.

Ya en la localidad, no pierda la oportunidad de acercarse hasta la villa romana de Los Cantos, un yacimiento que se descubrió en 1867, se volvió a excavar a principios del siglo XX y sacó a la luz mosaicos y estatuas a las que hoy se les ha perdido la pista y de los que solo queda testimonio fotográfico. Para visitarlo, es necesario ponerse en contacto con el Museo del Vino, pero se llega por la carretera que une Bullas con Totana y Aledo, tomando a la izquierda -frente a la carretera que va al salto del Usero- una pista de tierra que, recto, le guiará al yacimiento.

Con vistas a Sierra Espuña y El Castellar (un monte plagado de ruinas de un poblado árabe y de anteriores asentamientos romanos), a su vera se extienden más campos de almendro en flor junto a la fértil vega del río Mula. El paraje, al que da nombre la Fuente de Los Cantos -hoy seca por la sobreexplotación-, es un punto estratégico y un lugar ideal para una explotación agropecuaria, que vivió su máximo esplendor en los siglos I y II d.C y que debió pertenecer a un patricio romano o a un liberto de fama y fortuna.

Desde 2009, las excavaciones se han realizado en profundidad y la campaña de 2012 ha sacado a la luz una enorme villa que, entre sus peculiaridades, cuenta con uno de los conjuntos termales más grandes de la Región asociados a una villa romana: con dos hornos para calentar el 'caldarium' y una piscina al aire libre que conserva parte de su alzado y su revestimiento impermeabilizado ('natatio'), además de haberse encontrado un mosaico en las dependencias de las termas. También conserva, como único caso, uno de los quicios de la puerta de acceso a la finca y parte de uno de los pabellones de uso industrial -la hipótesis es que se trataría de un 'torcularium' para prensar las uvas o las aceitunas-. «La 'domus', de 833 metros cuadrados, tiene una singularidad y es que no posee estancias a todo alrededor del 'impluvium' -balsa que servía para recoger el agua de lluvia-, ubicado en el patio central de la casa. En cambio, tiene una disposición en U, dejando un mirador al maravilloso horizonte», va detallando Salvador Martínez, director del Museo del Vino de Bullas. De esta importante villa, también se conservan buena parte de los muros perimetrales, así como algunas de las basas de las columnas del peristilo y hasta el desagüe de plomo de las piscinas termales, igual que un pequeño lagar, el de uso privado del señor, y unas piletas de decantación excavadas en la roca que «pudieron ser para el tintado de textiles», ilustra Martínez.

Ahora, a la espera de recabar nuevos fondos para continuar adelante con el estudio de tiempos pasados, este retazo de la historia puede ser descubierto, conocido y valorado por quienes lo deseen.

Cuando lo haga, tenga en cuenta que, como dejó escrito Miguel Hernández en su Elegía a Ramón Sijé: «A las aladas almas de las rosas.../ de almendro de nata te requiero,/ que tenemos que hablar de muchas cosas,/ compañero del alma, compañero».

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