La calle de la Pólvora fue de un sacerdote El presbítero Martínez liquidó en el siglo XVIII la mercancía del último gran polvorín que hubo en la ciudad
JOSÉ MONERRI
Lunes, 8 de octubre 2007, 02:45
Ya ha quedado para la historia. Con las demoliciones realizadas en el Molinete, la calle de la Pólvora, que se iniciaba en la calle de San Fernando y que llegaba a la plaza de su nombre y en la que desembocaban las también desaparecidas calles de San Esteban, Ciegos y Jesús y María, se ha quedado para figurar en los archivos. Aquella calle, a la que se entraba subiendo una empinada escalinata formada por treinta y ocho escalones y en la que existía hasta un refugio en la guerra civil con entrada por la calle de San Fernando, sólo queda el recuerdo de los cartageneros más antiguos.
Federico Casal escribe que al urbanizarse la calle de la Pólvora sólo llegaba hasta su confluencia con la de San Esteban, quedando al final un callejón llamado del Canal, por el que discurrían las aguas de lluvias para verter a la calle de San Fernando.
En la célebre Casa del Rey, de Cartagena, se fabricaba en el siglo XVI la mejor pólvora de España, y era depositada en grandes y resistentes almacenes. El día 3 de noviembre de 1600 se produjo un incendio que, si no tuvo fatales consecuencias, fue lo bastante para que los caballeros capitulares pidieran al Rey que desaparecieran los almacenes del céntrico sitio en que estaban emplazados. Todo lo que consiguieron fue una real licencia para trasladar parte al Castillo de la Concepción.
En el transcurso del siglo XVII fue perdiendo lentamente su importancia la Casa del Rey, utilizándose como depósito de bastimentos y cuartel. En 1671 fue adjudicada la obra para construir una casa de pólvora en el Molinete a un maestro albañil llamado Tomás Ros, quien la terminó en 1674 con aportaciones de vecinos.
En la noche del día 9 de abril de 1702, se incendió una casa cercana a la de la pólvora, en ocasión en que en ésta habían almacenados 2.500 quintales. Se anunció la novedad echando al vuelo la campana de la vela del Castillo, las de las iglesias, y la del reloj de la torre del Concejo. El vecindario, aterrado, abandona sus viviendas ante el temor de que el fuego se comunique al polvorín. Al final, con la ayuda de todos, se consigue apagar la inmensa hoguera que desde las alturas del Molinete iluminaba la ciudad.
Al otro día -sigue refiriendo Casal- la población en masa invade el Ayuntamiento pidiendo a grandes voces que se quite la Casa de la Pólvora, y son los frailes agustinos, dominicos, carmelitas y mercedarios los que van a la cabeza de la imponente manifestación. Ante la actitud amenazadora del pueblo, acuerda el Cabildo municipal quitar la Casa de la Pólvora y llevar ésta a un granero del Pago de la Magdalena, distante como a una legua de Cartagena. Surge más tarde por esta ocupación del granero, un conflicto entre el Obispado y el Ayuntamiento y, poco tiempo después, hubo que abandonar el granero ante la amenaza de excomunión mayor contra los munícipes. Poco después se sacó la pólvora para mandarla a Cádiz, Algeciras y otras poblaciones y, otra vez volvió a utilizarse la Casa de la Pólvora del Molinete.
El 27 de julio de 1742 se incendió un molino de pólvora en la fábrica de La Ñora, de Murcia, y esto dio lugar a que el Ayuntamiento de Cartagena se alarmara y pidiera al Rey que se quitara totalmente la Casa de la Pólvora, la que por fin desapareció en 1744.
En 14 de septiembre de 1745 se remató en don Fernando Martínez, presbítero, el almacén de la pólvora. Con lo recaudado por dicho remate, se hicieron dos pequeños almacenes para encerrar la pólvora en el paraje llamado de La Guáchara. De estos polvorines tomaron el nombre la calle de la Pólvora y la plaza, que no era más que un trozo más ancho y de pronunciada pendiente. De todo ello ahora no queda más que historia. Como historia es el Molinete.
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