Una de las acequias de careo que recogen el agua del deshielo en el Parque Nacional de Sierra Nevada. JOSÉ MIGUEL BAREA

Siembra de agua contra el cambio climático

Las acequias de careo de Sierra Nevada recogen el deshielo y lo conducen hasta pequeños prados donde se infiltra en el terreno. Semanas después, esos caudales brotan en las Alpujarras y son aprovechados para regar y beber

Domingo, 21 de noviembre 2021

A más de 2.000 metros de altura, a los pies del Mulhacén, el agua fluye dulcemente por un estrecho cauce que culebrea por el barranco de Poqueira. Apenas un surco de vida y frescor en el corazón del Parque Nacional de Sierra Nevada que forma parte de una red ancestral de acequias de careo: la sorprendente infraestructura hídrica con más de mil años de antigüedad que suma 840 kilómetros entre las vertientes norte y sur del espacio natural granadino y almeriense.

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La recuperación de algunos tramos de estas canalizaciones artesanales es uno de los logros del proyecto Life Adaptamed, un conjunto de actuaciones impulsadas por la Junta de Andalucía para mejorar la resistencia ante el cambio climático de tres grandes emblemas de la naturaleza en esta comunidad: Doñana, Sierra Nevada y Cabo de Gata. El objetivo de esta iniciativa, la primera de adaptación al calentamiento global financiada por la Comisión Europea en España, es mantener los servicios que prestan los ecosistemas, un argumento de conservación que va más allá de la mera protección de la fauna y la flora. Porque, más que de espacios protegidos, se trata de espacios que nos protegen.

Sin un buen estado de la naturaleza y los beneficios que procura gratis total, el panorama se oscurece para la vida silvestre y las personas en un contexto de aumento generalizado de las temperaturas. Y las acequias de careo, en su sencillez, son un ejemplo asombroso de uso tradicional que beneficia tanto a la biodiversidad como a las personas, y cuyo coste de mantenimiento compensa con creces por su importante rentabilidad para el territorio.

El proyecto científico Life Adaptamed trabaja en la recuperación de usos tradicionales para mejorar la resistencia al cambio climático de tres espacios naturales emblemáticos en Andalucía: Sierra Nevada, Cabo de Gata y Doñana

De origen árabe, su principal peculiaridad es que sirven para conducir el agua procedente de la nieve y el hielo de las cumbres más elevadas de la península hasta los borreguiles, o pequeños prados de alta montaña, donde se infiltra en el terreno. En estos pastizales, los acequieros se sirven de la azada y un saber que se transmite de generación en generación para desbordar el pequeño canal y empapar los claros. Lo que se conoce como siembra del agua.

Previamente, el agua ha estado 'careada' por la sierra, o «entretenida», como dicen estos aguadores, circulando y dejando parte del caudal en las laderas debido al lecho poroso del cauce y aportando vida a los animales y las plantas de la montaña. Como el sapo partero bético, las sabinas y los enebros. Los caudales que no se utilizan vierten al río Guadalfeo: de cada siete hectómetros que corren por su lecho, cinco provienen del sobrante aportado por las acequias de careo.

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El prodigio surge semanas después, cuando el agua llena los acuíferos y brotan arroyos y fuentes en zonas más bajas del parque situadas en las Alpujarras, a varios kilómetros de distancia, donde se utiliza en el uso doméstico y para el regadío. «Lo mejor es cuando el agua aguanta cuarenta días moviéndose arriba y tarda unos veinte en dar la cara abajo; esos son los buenos manantiales, algunos aguantan hasta dos años con una sola siembra. Metemos el agua y el hielo dentro de la tierra para disponer de ella desde mayo hasta el mes de agosto», detalla a LA VERDAD Antonio Ortega García (58 años), presidente de la comunidad de regantes de Bérchules, pequeño municipio de apenas 700 habitantes.

Agricultura artesanal

Los seiscientos comuneros que se sirven de este vetusto acueducto riegan ochenta hectáreas para producir calabacines, habichuelas, tomates, calabazas y berenjenas, entre otras hortalizas. Antonio Ortega García ve futuro en una agricultura sostenible y pegada al terreno. Considera que hay relevo y además está comprobando la recuperación de tierras de cultivo abandonadas.

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El presidente de la comunidad de regantes de Bérchules, Antonio Ortega García, en una de las acequias ancestrales de Sierra Nevada. JOSÉ MIGUEL BAREA

Él mismo es un ejemplo. Se dedicó durante décadas a la construcción hasta que el pinchazo del sector inmobiliario le hizo recuperar, hace seis años, los bancales familiares: tres hectáreas dedicadas al tomate cherry que saca adelante «sin invernadero, solo con una malla antigranizo».

El proceso de la siembra de agua dura casi todo el año:las acequias tienen que estar limpias cuando comienza el deshielo, y en el momento en el que van llenándose, los acequieros se esmeran en acompañar su discurrir por las alturas, «guiándola para que vaya tranquila, suave, despacio. El agua tiene que verse clara. Si no, la tierra en suspensión tapona los poros y no cala», ilustra Ortega.

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Y cuanto más cala, más mana. Nadie tiene que explicarles a estos pequeños agricultores la importancia del buen manejo del terreno y los recursos hídricos en la frontera de la región más árida de Europa. Esa enseñanza la llevan dentro.

El mantenimiento de los cuarenta kilómetros lineales de acequias de la comunidad de Bérchules supone entre 25.000 y 30.000 euros cada año. Gracias al proyecto Life Adaptamed, han recibido 120.000 que les han servido para reparar los desperfectos más urgentes. A Antonio le gustaría arreglar algún día el canal de la Loma de la Chorrera, enterrada en estos momentos.

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EN DATOS

  • Proyecto Life Adaptamed.

  • Socios Junta de Andalucía (Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible; Agencia de Medio Ambiente y Agua), CSIC, Universidad de Almería, Universidad de Granada, Parque de las Ciencias de Granada y Centro de Cooperación del Mediterráneo de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN).

  • Cofinanciadores. Lanjarón y Font Vella.

  • Ámbito Parques nacionales de Doñana y Sierra Nevada y Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar.

  • Presupuesto 5,4 millones.

  • Plazo 2015-2020 (prorrogado debido al parón provocado por la pandemia).

Como tantas otras canalizaciones en las diferentes vertientes del macizo montañoso, cuya restauración sería beneficiosa para este ecosistema de alta montaña. El director del parque nacional, Francisco de Asís Muñoz, acaba de anunciar proyectos de recuperación de acequias de careo abandonadas por valor de un millón de euros. Será una obra con técnicas sencillas y originales, nada de entubar ni encementar los canales, como ocurrió hace varias décadas. «Se gastaron cien millones de pesetas y lo único que hicieron fue reventar las acequias con máquinas. Han tardado veinte años en recuperarse», se lamenta el acequiero de Bérchules.

Un gran pantano invertido

«Sierra Nevada es un gran pantano invertido», ejemplifica a este diario Francisco Javier Cano, coordinador del proyecto Life Adaptamed. Bien visto: la nieve y la lluvia que recogen cada año las casi 200.000 hectáreas del espacio protegido suponen unos 750 hm3, el equivalente al embalse del Negratín, uno de los más grandes de Andalucía. Este veterano técnico de la Junta destaca la importancia de conservar en buen estado «estas infraestructuras exclusivas del parque nacional que no son más que una solución ancestral basada en la naturaleza».

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La presencia continua del agua es muy positiva igualmente para las laderas, donde el proyecto Life Adaptamed (estrategia colaborativa en la que la Junta de Andalucía cuenta como socios con el CSIC, Universidad de Almería, Universidad de Granada, Parque de las Ciencias de Granada y Centro de Cooperación del Mediterráneo de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, UICN) ha realizado acciones de reforestación para retener el suelo y diversificar y mejorar las masas forestales de pinos, robledales y castañares.

Francisco Javier Cano también considera fundamental una gestión del territorio compartida entre la administración, los científicos y los habitantes. Como consecuencia de este entendimiento entre los diferentes actores del parque nacional han brotado modelos de éxito como la cooperativa Las Torcas, en Órgiva: una empresa que distribuye frutas y verduras ecológicas cultivadas en las Alpujarras y la Costa Tropical granadina. Su especialidad son los higos secos y las almendras; y su mejor 'delicatessen', el pan de higo.

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Las Torcas vende 'online' y de forma directa en tiendas y mercadillos, aunque casi toda su producción –el 90%– se exporta a Francia y Alemania, donde se coloca entre grupos de consumo. Sus envíos nacionales tienen como destino, principalmente, Cataluña.

Clientes fidelizados y bien informados ayudan a mantener una cooperativa con cincuenta socios colaboradores que exige un beneficio neto del 12% para ser rentable. Y hasta el momento lo están consiguiendo «pagando un precio justo al agricultor», asegura el gerente de esta pequeña empresa, Alberto Hortelano (51 años).

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«Nuestras explotaciones generan biodiversidad y ayudan a que la gente se quede a vivir aquí. Un tomate nuestro es mucho más que un tomate porque está asociado al territorio, a estos agricultores y a este paisaje», explica con convicción mientras gira la cabeza hacia el escenario formidable de las Alpujarras.

Azufaifos en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. M. A. R.

Los azufaifos, pequeñas islas de vida en el desierto almeriense

En las llanuras áridas del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar destacan unas grandes masas vegetales que forman islas de vida. Son los azufaifos ('Ziziphus lotus'), arbustos caducifolios iberoafricanos que suponen la mayor singularidad florística de este espacio protegido. La recuperación y conservación de sus poblaciones es la tarea principal del proyecto Life Adaptamed en este tramo de la costa almeriense aún despoblada.

Merece la pena:un azufaifo no solo es una planta escasa, también es un excelente refugio en la naturaleza donde se cobijan aves, reptiles, zorros y conejos, y resulta especialmente útil en pleno verano, cuando las temperaturas se acercan a los 40ºC. Otras especies vegetales, como espinos, esparragueras y orovales, prosperan en sociedad con él, así que forma en sí mismo casi un ecosistema.

Estos matorrales, que en verano ofrecen su cara más verde y en otoño e invierno pierden las hojas, son uno de los principales valores de un espacio protegido visitado cada año por más de un millón de personas que se quedan mayoritariamente en las playas.

Así que el azufaifo es casi un perfecto desconocido que merece un reconocimiento porque se muestra frondoso «en el momento más seco del año y en el lugar más árido de Europa», destaca el profesor de la Universidad de Almería Javier Cabello mientras un bando de gangas se levanta a escasos metros del lugar donde ofrece sus explicaciones. Otras aves esteparias, como los alcaravanes, también anidan al abrigo de los generosos azufaifos.

Estos arbustos, que presentan una distribución dispersa, típica de zonas áridas, son excelentes captadores de humedad, y disponen de un profundo sistema de raíces para encontrar agua en el terreno.

La recuperación de los muretes de piedra seca, conocidos en Almería como balates, suponen otra actuación sencilla que mejorará la resistencia ante el cambio climático. Muchas de estas estructuras, que sirven para retener el terreno en laderas y barrancos y a apresar la escasa agua de lluvia, se estaban perdiendo; y con ellos, parte de la vida, las tradiciones y el paisaje del parque natural.

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