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El fallecimiento el martes pasado del exdirector de la Agencia Europea de Medio Ambiente, Domingo Jiménez Beltrán, ha dejado pendiente de un hilo el ambicioso proyecto que el ingeniero aragonés impulsaba en la finca aguileña de Chuecos: un centro de estudios, investigación y divulgación de ... la sostenibilidad en las regiones mediterráneas. Una iniciativa que solo echó a andar tímidamente mediante dos convenios con la Universidad de Murcia (en 2015) y la Politécnica de Cartagena (en 2022) para que sus estudiantes hicieran prácticas en materia de biodiversidad, agricultura, energía, gestión del agua y economía circular.
Pero poco más, después de que diez socios desembolsaran en 2003 dos millones de euros por la finca, de 488 hectáreas y situada en la Sierra de Almenara en un enclave protegido con las figuras de Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) y Zona de Especial Protección para Aves (ZEPA), y un millón más en las dos décadas siguientes para la construcción de una balsa de almacenamiento de agua y una instalación fotovoltaica, más los gastos de mantenimiento durante todo este tiempo.
Los socios mayoritarios eran Domingo Jiménez Beltrán, Miguel Ángel González Bernabé y Faustino de Andrés –estos dos también ingenieros y ambos radicados en Madrid–, que reunían entre los tres el 90% de las acciones de la sociedad Castillo de Chuecos. Pese a las dificultades, sus dos amigos y la viuda de Jiménez Beltrán, Elin Solem, han decidido retomar la hoja de ruta del fundador del Observatorio de la Biodiversidad en España.
«El mejor homenaje que podemos ofrecer a Domingo es hacer realidad su proyecto, seguir su legado, nos lo pidió antes de morir y cumplirlo nos haría mucha ilusión», asegura a LA VERDAD Miguel Ángel González Bernabé, dueño del 39%. «Nos planteamos buscar una empresa importante que quiera participar en la conservación de los valores naturales de Chuecos, aportando capital, y también mantener los acuerdos firmados con la UMU y la UPCT para implantar un campus de invierno», añade.
El perfil de socio financiero que se está buscando responde al de una firma que integre la gestión de la finca de Chuecos en su estrategia de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) o que incluso pueda incluir en su cuenta de resultados la compensación de emisiones de CO2.
Los propietarios se marcan el final del verano como plazo máximo para asegurar el futuro de la finca de Chuecos como laboratorio del desarrollo sostenible. En caso contrario, la pondrán en venta, confirman a este diario. «La estamos tasando para tener una referencia», informa García Bernabé, que hace justo dos décadas aceptó junto a un grupo de amigos el reto planteado por su amigo Domingo Jiménez Beltrán para poner a salvo de la especulación, en pleno 'boom' inmobiliario, un enclave único y de gran valor natural e histórico que pertenecía a los descendientes de los condes de San Julián.
Poco antes de la operación, el Ayuntamiento de Águilas había renunciado a adquirir por un precio mucho más asequible una propiedad que cuenta con un caserón con ermita del siglo XVIII, corrales y otras dependencias auxiliares, los restos de un castillo árabe milenario, un huerto con cítricos y un generoso nacimiento de agua. Además de varias hectáreas de bancales de olivos y almendros delimitados con muretes de piedra seca.
La zona baja de la finca está arrendada a un productor de aloe vera ecológico, Javier Tormo, a quien los propietarios han encargado que gestione la búsqueda de un socio que quiera comprar parte de las acciones «y comparta nuestra filosofía de conservación de la naturaleza. Quienes acompañamos en esto a Domingo ya tenemos nuestra edad y nos queda un camino corto por recorrer», añade González Bernabé.
«Se lo debemos a Domingo», opina el biólogo Francisco Robledano, profesor de la Universidad de Murcia y secretario de la Fundación Castillo de Chuecos hasta su disolución en diciembre pasado. «La fundación era él, ya no se veía capaz de tirar de ella y además no se había cumplido su principal objetivo: conseguir los recursos suficientes para comprar la finca y su patrimonio edificado», explica. Un total de cinco millones, para adquirir los activos y rehabilitar los inmuebles.
Robledano lamenta que la fundación no pudiera despegar por el parón de la pandemia y los años de crisis económica, y que ninguna administración pública se haya implicado para salvarla.
«Tengo miedo de lo que pueda pasar con Chuecos si finalmente sale al mercado», confiesa el ingeniero agrónomo madrileño Javier Tormo, que cultiva aloe vera ecológico en parte de la finca. Los propietarios le han encargado que busque un socio que aporte músculo financiero y haga viables los proyectos de conservación y divulgación ambiental impulsados por Domingo Jiménez Beltrán, y que mientras tanto se encargue de la gestión y el mantenimiento de la propiedad.
Además de afinar con «un inversor que encaje», Javier Tormo tiene claro que la rentabilidad de Chuecos pasa únicamente por el turismo sostenible, ya que la agricultura por sí sola solo genera pérdidas debido a la orografía de la finca y la escasa producción de aceite y almendra. Aparte de las limitaciones por su condición de espacio natural protegido.
«Pero por sus grandes valores naturales y culturales, sí sería muy interesante la restauración del edificio principal como alojamiento de calidad para personas interesadas en el disfrute de la naturaleza que sepan apreciar este entorno único», plantea.
Javier Tormo también maneja la idea de plantear a la Fundación Biodiversidad la compra de la finca, como impulso de este organismo del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico al desarrollo de proyectos sostenibles y conservación de la biodiversidad en la Red Natura 2000.
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