Secciones
Servicios
Destacamos
Son las diez de la noche y el termómetro marca seis grados bajo cero. La luz de media luna se cuela a duras penas entre las copas de los árboles y se refleja en el grueso manto de nieve que cubre el suelo para crear un escenario fantasmagórico en los frondosos bosques de los alrededores de Kiev, la capital de Ucrania. En un punto cuya ubicación no se puede revelar, un par de luces cálidas y el olor a humo descubren una pequeña construcción prefabricada. Dentro se refugia Calipso, el nombre en clave de una mujer que ha bautizado por casualidad a la brigada más femenina de país: las brujas de la guerra de Bucha.
«Cuando me alisté llevaba un parche de velcro con una bruja. De esas con escoba. Algunas compañeras se fijaron en él, les gustó, y de ahí salió el nombre de las brujas de la guerra», cuenta Calipso con una sonrisa mientras vapea. Una pequeña estufa de madera calienta la estancia, pero no lo suficiente como para dejar de frotarse las manos. Las horas pasan entre vídeos de gestas militares y miradas a la aplicación en la que se avisa de los ataques rusos. Calipso, como el resto de sus 24 compañeras, se dedica a derribar los drones que acechan cada noche a Kiev. Su madre y su hermano están refugiados en Alicante, pero ella ha decidido plantar cara con su pareja, también militar.
«Han lanzado varios shaheds –drones de diseño iraní–», advierte. La radio lanza un pitido y Calipso pregunta por la situación. Aún no se sabe qué dirección tomarán, pero debe prepararse. Se pone el casco, decorado con una calavera y coronado con una pequeña linterna roja que dificulta la detección desde el aire, coge su AK-74 –una versión modificada del AK-47–, y salta a la parte trasera de un furgón en el que está montada una ametralladora Maxim. Es de la década de 1940 y aún dispara imponentes balas soviéticas, pero funciona. «En una noche, las compañeras lograron derribar tres Shaheds», comenta con orgullo. El turno de esta noche es mixto, así que Calipso operará la ametralladora que montará su compañero mientras un tercero conduce. «Si somos todo mujeres necesitamos un mínimo de cuatro, porque el arma pesa mucho», explica.
La alarma cesa. Los drones vuelan hacia otro destino. Así que Calipso y sus compañeros vuelven a refugiarse del frío. «Somos voluntarias. Cuando llegué apenas había un 8% de mujeres en la brigada. Ahora somos el 60%. Mantenemos nuestros trabajos durante el día y nos rotamos por las noches para proteger el país», cuenta. «Antes la guerra era solo cosa de hombres. Las mujeres se quedaban en casa para cuidar de los niños y esperar a sus maridos. Pero los tiempos han cambiado, y ahora nosotras podemos hacer el mismo trabajo que los hombres. No todas, claro, pero sí muchas», añade.
La conversación entra en un terreno espinoso: ¿debería Ucrania movilizar a las mujeres para que combatan como hace con los hombres? Calipso duda. «Creo que debería ser voluntario, pero también que las mujeres tendrían que participar más en las Fuerzas Armadas», responde. Su comandante, el coronel Andriy Verlaty, es más contundente: «Tenemos carencia de efectivos, y algunos hombres se esconden como ratas. No vamos a enviar a menores a la guerra, así que las mujeres pueden jugar un papel más activo. Al principio nadie tenía confianza en ellas, pero ahora sí. No me parece mal que Ucrania las movilice, una práctica que es habitual en países como Israel. Es positivo que toda la población se involucre en la guerra, y me consta que muchas quieren luchar».
Valentyna es una de ellas. Es veterinaria, se ha formado para ejercer de médico en el campo de batalla, y ha adoptado el sobrenombre de 'Valkiria', cuya representación gráfica lleva en forma de parche en el brazo. La conocemos el sábado poco antes del amanecer, cuando acude a los alrededores de Bucha para el entrenamiento semanal. Tiene 51 años y pesa más de cien kilos. «No me pongas a correr mucho rato», ríe. No obstante, se desenvuelve bien con el Kalashnikov y se ve en buena forma. Además, es perfecta para montar la ametralladora antiaérea.
«Viví la ocupación rusa, fui testigo del horror en primera persona, porque los soldados enemigos disparaban contra los civiles. Creí que nos matarían. Por eso, cuando el pueblo fue liberado, pensé que debía aportar algo a la lucha. He aprendido que la guerra no discrimina por sexos, mata a todos de la misma manera, y no podemos esperar que siempre sean otros quienes nos defiendan. Así que me uní a la subdivisión femenina el pasado mes de junio», relata.
67.000 mujeres
están alistadas en las Fuerzas Armadas de Ucrania. En comparación, unos 900.000 hombres se encuentran en activo.
Liudmila piensa parecido. Ella sí que salió del país cuando Rusia invadió, pero vio un reportaje sobre las brujas de la guerra y decidió regresar para alistarse. «Mi marido está en el frente, como médico. Mi hija vive en Kiev y sufre los bombardeos constantemente. Mis padres están en Zaporiyia en una situación aún peor. No creo que tenga otra opción. Comparado con los soldados que están en el frente, lo que nosotras hacemos es poca cosa», dice, encogiéndose de hombros. Compagina el trabajo con chaleco antibalas con los estudios de psicología, que van a ser muy útiles cuando acabe la guerra.
Valentyna y Liudmila forman frente al comandante junto a sus compañeros. Los superiores les arengan a gritos, sin suavizar las palabras, como si fuese una escena de 'La chaqueta metálica'. «¡Aquí no hay hombres y mujeres, solo hay soldados!», grita Verlaty antes de lanzar un rapapolvo a varios miembros de la brigada por un error cometido la noche anterior. «Es normal que nos traten con cierta dureza, porque aquí hay disciplina militar», justifica Valentyna.
El entrenamiento se desplaza a otro bosque para hacer prácticas de tiro contra unos maniquíes en los que hay más agujeros que plástico. Las mujeres disparan en pareja, cubriéndose mientras una cambia el cargador. El terreno es el más difícil posible: una mezcla de barro y hielo sobre la que resulta muy difícil avanzar. Es fácil entender por qué en invierno la guerra se congela en Ucrania. Pero, desafortunadamente, no acaba.
El conflicto se ha estancado y, pese a la amenaza que supone Donald Trump, todas las 'brujas' están convencidas de que acabará con la victoria de Ucrania. «Claro que las guerras concluyen con una negociación, pero hay que ver en qué términos», asevera Liudmila. «Aunque Estados Unidos nos dé la espalda, estoy convencida de que Europa continuará apoyándonos», apunta Valkiria esperanzada. Verlaty es más pesimista: «Pocas cosas van a cambiar ahora que Trump es presidente. Quizá detenga la ayuda y nos complique la lucha, pero estoy convencido de que la guerra continuará. La alternativa es que Rusia vaya ganando terreno hasta que incluso España esté bajo su yugo. Ya sucedió antes con Hitler».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Almudena Santos y Lidia Carvajal
Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Sara I. Belled
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.