Le votaron para que sacudiera el estatus quo y lo ha hecho. Donald Trump ha resultado ser un revulsivo del sistema que no deja a ... nadie indiferente, polarizando inexorablemente a una sociedad dividida por casi una década de trumpismo, redes sociales y fake news, en la que el diálogo es más esquivo que nunca. Sus seguidores están extasiados con la dramática puesta en escena de su gobierno, mientras que otros sienten que el país desciende por una espiral de autoritarismo y se encuentra al borde del abismo. «Esta brecha va a empeorar antes de que pueda mejorar», vaticina Patricia Crouse, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de New Haven.
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La distopía de dos realidades paralelas que nunca se tocan está a un clic en el control remoto. En Fox News celebraban el pasado fin de semana la audacia de un presidente «que sabe poner por delante a EE UU», le aduló sin remilgos la presentadora Harris Faulkner. En CNN, los analistas, atónitos, recitaban solemnes la elegía por el fin del orden mundial establecido tras la Segunda Guerra Mundial, en el que EE UU defendía la seguridad de Europa y los valores democráticos. El tono de 'reality show' en el Despacho Oval animó el espectáculo.
«Se pasó un poco», admitió Bekim Asani, un emigrante macedonio y pequeño empresario de Nueva York; es el epítome del vaivén político. «Cuando le ganó a Hillary Clinton, me cabreé. Todo el mundo se cabreó. Pero luego abrí mi negocio, iba bien. Estaba ganando mucho dinero. Trump le dio ventajas fiscales a las empresas y estas empezaron a gastar más, así que nosotros, como pequeños negocios, también estábamos ganando», explica.
Luego llegó la pandemia, el mundo se paró. Trump firmó con su nombre los cheques del gobierno que subsidiaron aquel mes de cierre y las ayudas a fondo perdido o a bajo interés que echaron a andar los negocios. Siete meses después, perdió las elecciones. «Con Biden todo fue cuesta abajo. Los precios se dispararon, nos comieron los impuestos, el negocio empezó a ir mal. Te puedo enseñar mis declaraciones de impuestos, cada año ganaba menos».
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Patricia Crouse
Politóloga de New Haven
La sensibilidad geográfica de sus orígenes le hace desconfiar de Rusia, pero el 'América First' rechaza categóricamente la idea de seguir arrojando millones a una guerra que «ya está perdida», se resigna. «Con todo el dinero que se le ha dado y no hay progresos».
Para el 81% de los que votaron por Trump, el tema que más importaba era la economía, según las encuestas a pie de urna. Asani esperaba que el primer logro de Trump fuera bajar la inflación y eso todavía no ha ocurrido, pero está dispuesto a darle al menos un año de margen. Al fin y al cabo, todo está siendo más rápido de lo que anticipaba.
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Los analistas vaticinan que los aranceles se trasladarán al consumidor desatando un nuevo repunte inflacionario. «A medida que las políticas de Trump tomen efecto y produzcan consecuencias económicas negativas, puede que veamos más estadounidenses volviéndose en contra del gobierno», predice la politóloga de New Haven. Gracias al manejo del mensaje, el dominio de las redes y la neutralización de la prensa tradicional, en el mundo de Trump la percepción es más importante que los hechos. Bastará con un éxito moderado de sus políticas económicas para que su base lo considere un éxito aplastante. Después de todo, las realidades paralelas nunca se tocan.
«Ahora me siento más optimista sobre el futuro», dice Asani. Eso pensó el 68% de quienes vieron el martes su primer discurso ante el Congreso, tras el cual el histórico periodista de Fox News Brit Hume le calificó como «el coloso político de nuestro tiempo». Entre el 54% de quienes se sintieron «orgullosos», según la encuesta de CBS/YouGov, estaba Tom Chappo, para quien Trump «ya ha unido al país». Solo hace falta ver lo tranquilo que está Dereck Coats, un camionero de Carolina del Norte que hasta las elecciones del 6 de noviembre tramaba con sus amigos «patriotas» la insurrección en caso de que les robaran «de nuevo» las elecciones. Ya no necesitan alzarse contra el gobierno, Trump está desmantelando desde dentro ese 'estado profundo', esas fuerzas vivas cuyo control temían.
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Bekim Asani
Pequeño empresario macedonio
Desde las montañas de Carolina del Norte, azotadas por el huracán Helene, hasta los restaurantes de Manhattan que prohibieron la entrada a los 'sin vacunas' durante la pandemia, el renacer de Trump les ha conectado en un credo: la defensa de las libertades personales, el rechazo a la injerencia regulatoria del gobierno y la poda sin contemplaciones del despilfarro burocrático. «¿No es increíble lo que estamos viviendo? Mira qué rápido se está desmoronando todo en la nueva era. Todo el fraude y la corrupción han salido a la luz y esto es solo el principio», dice extasiado Nick Levin, un joven tecnócrata casado con una joven turca, que está criando a su bebé vegano y sin vacunas.
El renacimiento que le deslumbra contrasta con el desmantelamiento de la democracia que ven otros. «Un golpe de estado fascista», lapida Angela Moore, presidenta de una firma de marketing y relaciones públicas en la Gran Manzana. «Lo que está sucediendo era nauseabundamente predecible. Es evidente que Trump y sus secuaces no tienen un plan para gobernar o unir a la gente, sino para alterar y destruir la democracia en su propio beneficio».
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A veces esa rabia estalla contra un Tesla aparcado en la calle. El coche eléctrico que fuera sinónimo de conciencia ecológica es ahora la marca del 'joker' de la película de Gotham que algunos creen vivir. En Washington DC, hogar del 20% de todos los funcionarios federales y epicentro de los despidos, el 92,5% del electorado votó por Kamala Harris. El sentimiento anti Tesla ha hundido las ventas y hasta ha dejado huevos estrellados en las ventanillas.
En su porche de Tucson (Arizona), Leslie Swiderski, un artista de tatuajes de 31 años, observa atónito la implementación de esa hoja de ruta para desmantelar el estado que leyó en el Proyecto 2025. Antes sus ojos se desarrollan «los últimos estados de la desintegración del sistema capitalista», opina. Una corrección histórica mediante la fórmula nihilista que ya anticipó cuando decidió no votar en las presidenciales. «Pensaba que mi voto no importaba y así fue. Estas elecciones estaban decididas antes de que se contasen los votos en Arizona».
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Krissi Jimroglou
United Auto Workers de Detroit
Durante la campaña tomó la decisión informada de votar en todos los comicios y referendos locales, pero no en el presidencial. No quería participar en un sistema que consideraba corrupto, aunque sabía que el absentismo podía facilitar la victoria de Trump. Veía la posibilidad «de que todo se fuera a la mierda rápidamente» como un «acelerador» del cambio para forzar el reinicio y la corrección del sistema. «Si le afecta a todo el mundo la gente tendrá que hacer algo», teorizó. Dos meses después, con amigos despedidos y beneficios sociales en picado, teme haber sobreestimado la capacidad de reacción del país. «Tristemente, la gente que quiere desviarse del capitalismo no tiene el poder para hacerlo», admite.
Oye hablar de las redadas migratorias que han reducido el número de cruces en la frontera a mínimos y de los niños indocumentados que se sientan en los tribunales sin abogado. Ve a sus amigos funcionarios sin trabajo, a los transgénero que han perdido ayudas médicas, y a Elon Musk con la motosierra a punto de cortar los cupones alimenticios con los que sobrevive su familia. Su plan, mudarse a los estados progresistas del noroeste del país -Washington y Oregón-, donde cree que los programas de asistencia social estarán más protegidos. Desde ahí, aguantar a que todo caiga a su alrededor, porque «después de la carnicería lo va a reducir todo a cenizas», augura. «¿Qué va a hacer la gente cuando ya no haya empleos y los aranceles lo hagan todo terriblemente caro?», se pregunta. «Si Trump se convierte en un verdadero dictador, habrá un levantamiento. Da miedo, sí», confiesa.
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No todo lo que hace Trump asusta a la izquierda. Muchos simpatizan con la idea de desmantelar el poder del FBI, hacer frente al 'big pharma', como se ha propuesto Robert F. Kennedy Jr., perseguir el fraude y aligerar el gobierno de burócratas. Si lo hubiera hecho ordenadamente y articulado legislativamente, Trump hubiese encontrado más apoyo popular, pero se hubiera privado del aura unipersonal de héroe con el que se reviste a base de decretos. Sabe también que solo dispone de dos años antes de perder la exigua mayoría que tiene en la Cámara Baja. En Michigan, le están esperando.
La comunidad árabe americana castigó al gobierno de Joe Biden por su complicidad en la masacre de Gaza. «Y ya nos estamos preparando para cobrárselo a Trump el año que viene y en 2026 si no cumple sus promesas», avisa Imad Hamad, presidente del American Human Rights Council. La comunidad árabe americana abandonó al Partido Demócrata en estas elecciones, tras darle el aviso en las primarias con 100.000 votos de protesta que se reflejaron en dos delegados sin comprometer para la convención del partido, donde no les dieron voz. La vicepresidenta Harris perdió el estado por 80.000 votos.
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Imad Hamad
American Human Rights Council
Como muchos otros que rechazaron la abstención, Hamad depositó lo que llama «un voto moral» por la candidata del Partido Verde, Jill Stein, al no sentirse capaz de votar por Trump ni por el partido que ha sufragado las bombas de Gaza. Stein obtuvo 45.000 votos. «Lo mismo que le hicimos al Partido Demócrata podemos hacérselo al Republicano», advierte. Con todo el coste que pueda tener la victoria de Trump, el líder de la comunidad árabe musulmana cree que dejar al poder sin contrapeso hubiera cercenado aún más la democracia. «Sabíamos que si Harris perdía tendríamos que lidiar con las consecuencias de un gobierno de Trump, pero estábamos dispuestos a aceptar las consecuencias». Aún así, cuando le oyó proponer la construcción de la Riviera de Oriente Medio en Gaza tuvo que pellizcarse incrédulo. «Más que un nuevo orden mundial, esto es un desorden mundial», afirma.
En el lado positivo, la disparatada propuesta de Trump ha forzado a los países árabes a elaborar su propia propuesta para resolver el futuro palestino y a la Unión Europea a invertir en su seguridad. «Los palestinos llevan 75 años luchando y lo seguirán haciendo», promete. «Nosotros vamos a mantener los canales abiertos con este gobierno, no podemos cerrarlos».
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Los sindicatos también han entrado en el juego. El poderoso United Auto Workers de Detroit apoya «los agresivos aranceles» y dice estar «en negociaciones activas» con el gobierno «para acabar con el desastre del libre comercio», según su portavoz Krissi Jimroglou. La espina dorsal del Partido Demócrata, ejército de su movilización electoral, ya mostró su fractura durante la campaña y empieza a gestar nuevas alianzas. El del sector acerero, United Steel Workers, que representa a 850.000 trabajadores, agradeció a Trump en un comunicado que haya frenado «la inundación» del mercado.
Leslie Swiderski
Artista de tatuajes
Su celeridad entusiasma, el caos inquieta, pero el verdadero fantasma que acecha a Trump es el de la inflación. «A pesar de todo el drama, no se ha centrado en el tema que más importa a los votantes», concluye la Brookings Institution en su análisis demoscópico.
Su popularidad no ha subido del 50% con el que fue investido y en algunas encuestas como la del 'Washington Post' de finales del pasado mes de febrero bajó hasta el 45%, aún por encima del primer año de Biden. Los votantes le dan al experimento Trump el beneficio de la duda, antes de decidir si este es el preludio de una revolución o el acto final antes del colapso.
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