Tina Turner, diosa y fénix
«Hola, soy Tina Turner. Solo llevo 36 centavos y una tarjeta telefónica pre-pago, pero si me alquila una habitación, le prometo que se ... lo devolveré». Tina, Anna Mae Bullock, se presentaba ante el gerente del Ramada Inn en Dallas, con el rostro ensangrentado y la dosis suficiente de valor para escapar de aquel que la tuvo muerta en vida durante 16 años. 'Nammyohorengekyo' fue su mantra liberador. El budismo y su coraje nos la devolvieron porque Tina Turner nos pertenece a todos. Ave fénix que rompió sus cadenas. Si Dios existiese sería Tina Turner. Su sonrisa en la adversidad, sus piernas largas, su energía incomparable. Icónica, magnífica.
Ser referente de superar un abuso tan brutal la obligaba a escarbar una y otra vez en su pasado. Y lo odiaba. Estaba harta de la sombra de Ike, hasta que finalmente llegó la aceptación y el perdón. No bastó un libro de memorias para que dejasen de preguntarle por el lado más oscuro de uno de los pioneros del rock.
Anna sintió vergüenza durante décadas por la violencia sufrida. Las agresiones son inimaginables. Mucho peor de lo descrito en el 'biopic' sobre su vida. Tina contó a la revista Rolling Stone que Ike la violaba con una percha. Que sentía incluso lástima. Sabía que la necesitaba. Ella prometió no dejarle tirado.
Su hijo Craig describía las noches en que el monstruo arrastraba a su madre al dormitorio y, sin venir a cuento, le daba unas palizas monumentales. Un día le arrojó café hirviendo. El resultado: quemaduras de tercer grado. Tina estaba sola. Sus hijos eran su única alegría. Hasta que no aguantó más y se vació en un frasco de somníferos. Los dedos de Ike la hicieron vomitar.
La pequeña Anna creció en los campos de algodón de Nutbush (Tennessee). Su padre también la golpeaba. La madre la abandonó sin mirar atrás. No le mandaban dinero. No regresaron por ella. Cuántas veces Tina se miró al espejo sin maquillaje, con su pelo encrespado y se preguntaba '¿qué tengo yo de malo?', '¿Por qué nadie ve mi belleza?'.
Una vez liberada, Tina Turner, se llevó su nombre artístico como único 'botín' del divorcio y fue escalando los peldaños de su nuevo 'yo' con tesón y esfuerzo. Había que dar de comer a sus cuatro hijos. Tina participaba como concursante en programas de televisión, acompañaba a Cher en algún especial musical o era figurante en el 'Show de los Brady'. Después vinieron los espectáculos de Las Vegas, donde aún lucía su pelo largo. Se sentía a salvo, pero estancada. Ella quería más.
Convenció a Roger Davis para que fuese su mánager. No fue fácil. Sobre todo, cuando Tina le dijo que quería ser como los Rolling Stone. La propia cantante confesaba que en la cara de Davis podía leer: '¿dónde vas con tu edad?'. Pero no se achantó. Él supo ver la enorme garra de Tina, su sexualidad y su puesta en escena salvaje. Una fuerza de la naturaleza. Las hermosas cicatrices de la superviviente. Una diosa de sonrisa infinita, de confianza infinita, que enseñó a bailar al mismo Mick Jagger.
«Esa vieja negra y estúpida»
Los dueños de Capitol Records no quisieron grabarle un disco «a esa vieja negra y estúpida». Con casi 50, será Reino Unido el lugar de su refundación. Donde siempre confesó sentirse como en casa. Al principio, le disgustaba 'What's love got to do?'. Pero un arreglista hizo la magia. El disco 'Private dancer' se grabó en dos semanas y vendió 20 millones de copias. Poco después, cumplió su sueño de actuar en estadios repletos de gente. En Río de Janeiro (Brasil) llegó a congregar a 186.000 personas. Un día conoció a Erwin Bach y se enamoraron al instante. Cuando llevaban 27 años juntos, decidieron casarse. Juntos y dichosos hasta el pasado jueves.
Tina se nacionalizó suiza y vivió en una preciosa mansión frente a un lago. Volvió en 2019 a Estados Unidos para despedirse de su público. No sé qué tenía Tina Turner, pero siempre que la veo en escena, me digo: 'Yo quiero de eso'. El loto más hermoso es el que nace del fango más profundo y oscuro. Así le sucedió a la 'acid queen' , Tina Turner. Te adoramos por siempre.
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