Clemente Domínguez Gómez, el papa folclórico
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Clemente Domínguez Gómez, alias 'La Voltio', fue uno de los fundadores de la llamada Iglesia de El Palmar de Troya. Así se denomina la pedanía ... sevillana que los acoge. Clemente era un pícaro, una reina con ansias de protagonismo y la caradura suficiente para convencer a sus fieles con una consigna infalible: haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga. Su historia es muy simple: nace en Écija. Sus padres le regalan una moral católica severa y se hace contable. Lo de La Voltio es porque trabajaba en la Compañía Sevillana de Electricidad. Allí conoció al cerebrito de la secta: Manuel Alonso Corral. Este dúo sacapuntas se acerca al Palmar, donde se congregaban varios videntes cada día desde hacía más de un año. Unas niñas decían haber visto a la Virgen. Hoy detestan mencionar los sucesos. Menuda se montó. La tele nos muestra una España en blanco y negro con médiums reptantes por el suelo, que hacen proclamas entre respiraciones: «Hijos míos, va a llegar muy pronto la hora de la justicia final».
Un espectáculo sencillo de imitar, si eliminamos el sentido del ridículo y la honradez. Clemente, con su carisma arrebatador, llegó el último y se convirtió en la gran estrella del sarao. Pintado de estigmas en cuerpo y manos, arrodillado, torsionaba su espalda como una bailaora de flamenco. Estas pantomimas las repetiría ya autoproclamado Papa, vestido con pomposas túnicas color pastel.
Las primeras perras para comprar la finca de La Alcaparrosa, las obtuvieron de una baronesa a la que el extasiado cogió de la mano: «La virgen te pide que sueltes el parné». Y la señora, claro, no se pudo resistir.
Un obispo vietnamita que pasaba por allí, al que también le molestaba mucho eso del Concilio Vaticano II, ordenó sacerdotes y obispos a varios fieles. Toda una factoría de prelados. Poco importaba la excomunión de la iglesia oficial. Clemente y su socio hacen adeptos por todo el mundo, llegan donaciones y donativos millonarios. En algunos casos, firmaban a sus fieles pagadores recibos por el doble de lo abonado. Así, contentaban al señor y la declaración de la renta les salía fetén. En medio de la nada se levantan las torres de un faraónico edificio que aún congrega a personas atrapadas en la mentira. Clemente tenía visiones de lo más variopintas que incorporaba a los preceptos palmarianos. Dios se le aparece y le dice cuantos pitis se pueden fumar a la semana, cuántos trozos de carne se comerá y sus aderezos. El Palmar es una mezcla contradictoria de cultos de 17 horas y juergas de Clemente con sus chicos por los bares de Sevilla. Las mujeres, vestidas de pies a cabeza, sin dormir, casi sin comer y él conquistando chavalitos que entraban a la iglesia, a los que mandaba llamar.
El colmo del patetismo es que se marcha a Suiza en pos de un novio y a su regreso un estrepitoso accidente le arranca los ojos. El parabrisas hará el trabajo. Ya tenemos a Clemente mártir. Después de las calabazas, la ceguera. La Virgen en sus apariciones le comenta que sucederá un milagro y le devolverá la vista. Nunca ocurre. Aprovecha la muerte de Pablo VI para autoproclamarse Papa. Los fieles no caben en sí de dicha. Clemente desfila portado por sus obispos con una tiara papal de superlujo.
Pasan los años. La Voltio no soporta el peso de su personaje. Grita por los pasillos. Un preso en cárcel de oro. Ya no le satisfacían los jóvenes ni las comilonas. Estaba harto. Un día, en plena representación misal, le da un ataque al corazón y se acabó. Con él se fue el dogma de que sería el último Papa de la iglesia. Pronto fue repuesto por Manuel y detrás de él llegaron otros pícaros papales. Uno de ellos, Ginés, después de proclamar castidad y abstinencia se marcha con una fiel de Monachil, Nieves. Juntos atracarán la iglesia de noche para llevarse dinero, coches caros y una espada con joyas preciosas. La historia de El Palmar es bizarra y barroca. Sus consecuencias, terribles: los niños que nacieron dentro de la secta. Los que aún permanecen encerrados, alejados de sus familias, a la espera del Apocalipsis.
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